Si al leer el título de esta entrada, lo primero que se les viene a la cabeza es un pájaro azul, entonces García Calvo llevaba razón y yo entendí lo que razonaba.
Agustín García Calvo mantiene una tertulia desde hace 40 años. Empezó, creo, en la calle del Desengaño, antes de que lo echaran de la universidad, y ahora está en la Sala La Cacharrería del Ateneo, en Madrid. Durante su exilio, se la llevó a la Boule D’Or, entre ontólogos y delincuentes que vivían en París. La mejor descripción que yo he leído sobre esa tertulia está –mal que le pese a Bea– en Mira por dónde, las memorias de Fernando Savater, asiduo durante los años en que allí leían a los presocráticos. Savater llega a decir que aquello fue, junto con las clases de Lévi-Strauss, la experiencia intelectual más deslumbrante a la que ha asistido.
Durante un tiempo, los miércoles por la tarde dejaba lo que estaba haciendo y me iba para allá antes de las 20:30. Si Ferlosio dice que a él lo que le gusta es tejer, no hacer jerseys; de García Calvo podría decirse que lo único que le entretiene es destejerlos. Así que procura hablar contra cualquier cosa de la que se pueda hablar, porque de lo verdaderamente bueno no se habla. Lógicamente.
Una tarde estaba hablando, me parece, de cómo la filosofía y la ciencia son ejercicios al servicio de la positividad: que todo lo que dicen contribuye, fundamentalmente, a realizar aquello de lo que hablan, incluso cuando pretenden criticarlo. Que le parecía que el caso de lenguaje que mejor servía a la negatividad buscada sería la poesía, y que ni siquiera.
Todo eso oía yo sin entender nada del todo, cuando puso un ejemplo que me pareció clarísimo. Incluso cuando decimos pájaro no-azul, es inevitable que imaginemos, precisamente, un pájaro azul, vino a decir.
Bueno, pues de eso me acuerdo cada vez que leo el interrogatorio al que sometió el juez de guardia, Andres Salcedo Velasco, a Tommouhi y Mounib el 14 de noviembre de 1991. Este runrún:
-Preguntado sobre si se reconoce autor de la violación de G. S. y N. F. sobre las ocho del 8-11-91 en Esplugas, [manifiesta] que no ha estado nunca en ese pueblo y que no ha cometido el hecho.
–Preguntado sobre si se declara autor de la violación de S. V. y R. B. el 10 de noviembre de 1991, digo 9 de noviembre de 1991, en el campo de fútbol de La Secuita (Tarragona), [manifiesta] que no tiene coche y que nunca ha estado en La Secuita ni conoce Tarragona.
–Preguntado sobre si se reconoce autor de la violación de J. R. a las 0:30 horas de noviembre de 1991, en la carretera de Las Cabañas a la Pelegrina de Vilafranca del Penedès, manifiesta: que nunca ha estado en ese pueblo ni lo conoce.
[Etc, etc.]
Así hasta siete veces. Dejo a un lado ahora que el juez no sabía ni el día en que se habían cometido alguna de las violaciones (las de «Esplugas» –Cornellà, en verdad– habían ocurrido 24 horas antes de lo que dice el enunciado de su pregunta), lo que, por cierto, tuvo graves consecuencias en este caso –el acusado no tenía ese viernes 8 la coartada que sí tenía el día anterior: el jueves había vuelto antes a casa de su hermano–; y que da por violadas a chicas, como J. R., y más abajo de lo que reproduzco aquí, a Y. S. de Terrassa, que nunca lo fueron. Es excesivo incluso para un juzgado de guardia.
Un esfuerzo de abstracción para trasladarse a 1991, cuando nadie sabía lo que sabemos hoy –nadie salvo los acusados–, y se ve cómo la propia formulación de la pregunta, esa repetición monótona del término «violación», interpelándolos, contribuye a realizar la sospecha de que, efectivamente, ellos eran los violadores. Decir es hacer, y es diciéndolo como va uno haciéndose a la idea.
Luego está el otro problema: las posibilidades de respuesta que brinda ese tipo de preguntas no permiten en ningún caso distinguir a un inocente que dice la verdad de un culpable que miente, pues ambos dirán que «no», lo cual es absolutamente indemostrable.
Al revés te lo digo para que me entiendas: «¿dónde estaba usted el 5 de Noviembre a las 23.00 horas?» El culpable y el inocente podrían así empezar a distinguirse, explicando dónde estaban, qué hacían, con quién, desde cuándo y cómo habían llegado hasta allí, variantes que, ahora sí, despliegan una serie de coordenadas que sirven no sólo para cribar la coherencia del relato, sino sobre todo, para verificar su correspondencia material.
Una última antigualla: El interrogatorio debería ser antes que nada un derecho del imputado: «tiene la única función de dar materialmente vida al juicio contradictorio y permitir al imputado refutar la acusación o aducir argumentos para justificarse» (Ferrajoli, Derecho y Razón. Trota: p. 607)
Da vergüenza tener que volver sobre algo que sabe hasta el último lector de novela policíaca. Pero hasta ahí hay que bajar para darle la vuelta, en este caso, a este Estado de Derecho y este Mundo del Revés.
Hola, Agustín García Calvo tiene ya página en la Web, por si desean visitarla:
http://www.editoriallucina.es
gracias!