Archivo mensual: abril 2008

Lista (provisional) de invitados

Estos lectores han sido invitados al documento de Google Docs sobre el que estoy escribiendo el libro.

Mónica C. Belaza

Eleonora Giovio

Carlos Gómez A.

Tote Henares

B. T.

Iván Vila

La nueva justicia

El reportaje de ayer de El País escurre el bulto que bloquea el caso del condenado de Cádiz cuya inocencia defiende ahora la policía: ¿en la violación por la que fue condenado Rafael Ricardi –la de Carmen– se ha perfilado la huella genética (ADN) de los dos violadores? Si así fuera, y ninguna de ella correspondiera a Ricardi, todo la supuesta autoridad que se arroga la Audiencia de Cádiz sobre la imposibilidad de revisar el caso quedaría expuesta al ridículo que merece: la venganza de los hechos, pues el recurso de revisión que con toda seguridad presentaría la fiscalía se dirigiría ante el Tribunal Supremo, como corresponde, y no ante la Audiencia.

Jurídicamente, no hay casos cerrados. Hay sentencias firmes. Porque el recurso de revisión, si bien es extraordinario, no tiene limitaciones temporales. Las limitaciones son de otro tipo, entre las más importantes: no se pueden valorar elementos sobre los que ya en su día se pronunció el tribunal juzgador y los motivos que sostengan la solicitud de revisión deben ser indubitables: esto es, deben demostrar la inocencia del condenado, al contrario de lo que se pide durante el proceso ordinario, donde lo que se debe demostrar es la culpabilidad. De haberse probado que el ADN de los dos violadores de Carmen, la chica citada en el reportaje de ayer, no se corresponden con el de Ricardi, el recurso de revisión tendría todas las posibilidades de prosperar. Así ocurrió en el caso de Olesa: los dos perfiles genéticos descifrados en las muestras de semen no correspondían ni a Tommouhi ni a Mounib y, en consecuencia, la sentencia fue revocada. Caso cerrado, pues, sólo tiene sentido policialmente, como el que aquí nos ocupa.

Pero esa bolita roja no aparece debajo de ninguno de los párrafos que hablan de las muestras genéticas y que tan armoniosamente se reparten por el texto: «la Comisaría de Policía cientifíca dictaminó que ese mismo ADN [perteneciente a Fernando P.G.] se había encontrado en cuatro violaciones. Entre ellas, la de Carmen, por la que Ricardi se encuentra entre rejas desde 1995.»(párrafo 11). «Los análisis confirmarían que su perfil genético [el de Juan B.] coincide con el encontrado en una de las violaciones en la que también intervino supuestamente su compinche» (párrafo 13). «La policía tiene acreditada, a través del ADN, su [la de ambos] participación en cinco violaciones» (párrafo 16). Lamentablemente para Ricardi, esos cinco perfiles, de momento, sólo son cuatro más uno: y este uno, que corresponde a uno de los dos violadores de la chica que identificó a Ricardi, no es suficiente para descartarlo a él, puesto que después de una sentencia firme él siempre puede seguir siendo el otro violador de Carmen. Aún con todo, será interesante, por lo que respecto del caso de Mounib y Tommouhi pudiera significar, esperar a ver qué decisión toma la fiscalía.

Dicho esto, tanto el razonamiento citado de la Audiencia de  Cádiz como la sentencia de una de las causas de Tommouhi, la de Cornellà, coinciden en que resuelven la dialéctica entre la palabra de la víctima y las pruebas científicas, a favor de la primera. La coherencia del testimonio, que es el primer criterio que los jueces se llevan a la boca a la hora de valorar la certeza de las identificaciones, prevalece sobre la supuesta incoherencia del mundo, cuando éste no alcanza a hacer coincidir el violador y los restos de semen. Luego vienen el convencimiento, la espontaneidad, etc., pero todos comparten el esquema de la coherencia: su efectividad se compara consigo misma, no con el mundo. La coherencia es, a este respecto, lo que la verosimilitud al nuevo periodismo: la coartada técnica que permite dictar sentencia contra la evidencia de los hechos.

El mundo podrá llevarse las manos a la cabeza, pero nadie nos prometió que las consecuencias del efectismo no fueran a ser reales.

Un apunte sobre la culpa (y unas notas sobre el comienzo)

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Work in progress. El libro empieza, finalmente, en 1995. Ejerzo así un derecho narrativo que traiciona en parte mi impresión de que una crónica fiel debe empezar por respetar el orden cronológico de los hechos, pero por una vez creo que hace justicia a lo que la crónica cuenta: el hilo narrativo de la primera parte (1991-1997) es la investigación de la Guardia Civil que desembocó en la revisión de la condena de Olesa (1997), y esa investigación empezó en 1995, tras la detención de García Carbonell, y no en 1991, durante la ola de violaciones del otoño y la contemporánea detención de Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib, cuando más que reunir vestigios, se dieron palos de ciego.

Es también una manera de permitir al lector desconocido que comparta conmigo la lectura del caso, conociendo desde el principio el mismo vuelco que yo conocía: que las víctimas de 1995 seguían señalando a los dos marroquíes que estaban en la cárcel desde 1991 como sus violadores. A partir de ahí, será responsabilidad del lector reeditar la vigilancia que yo he puesto al escribirla, para que no se le escapen los detalles.

Una primera parte en la que no sé si lograré trasmitir la fascinación que sentía yo al leer las declaraciones, los informes forenses y diligencias policiales del sumario, pero con ello es con lo que intento que el lector me siga. Entiendo que no me entiendas: pero leer esos folios escritos a máquina, con faltas de ortografía, mal puntuados, y con algún eufemismo de risa, me producía una sensación de casi materialidad sobre lo que allí estaba leyendo. Lo cual no tiene sólo que ver, aunque también, con la sensación de tener acceso directo a ese material (y su forma: fotocopias, frases hechas encabezando los escritos, sellos, etc), sino con la impresión que la lectura de esa prosa burocrática, descriptiva, secuencial, y el imaginar los hechos a los que se aplicaba, deparaba. Un cierto vértigo, y la sensación de que no hay trapecio para recorrerlo. Esto es, sin un estilo cuya contemplación distraiga de lo real, que es dar con esos huesos en el suelo.

 

Google y la mecanografría: malos tiempos para la lírica

El proceso de escritura de este libro está grabándose literalmente en directo a través de Internet. Desde el pasado martes, sólo escribo en Google Docs: un procesador de textos de google, alojado en una url (dirección web) que el sistema te asigna al abrirte una cuenta y sobre el que puedes trabajar, obviamente, desde cualquier ordenador con acceso a Internet. La gran novedad es que una función registra y almacena todas las versiones guardadas del texto (tanto las automáticas como las ordenadas). El sistema, de momento, sólo permite el acceso a 200 invitados.

En 42 páginas ya van 480 versiones (y es un número engañosamente bajo, puesto que hay mucho material volcado directametne desde el primer documento en Word, con lo que se han perdido muchas versiones por el camino). La noticia sobre este artefacto, que me trajo Arcadi Espada, me dejó al principio indiferente. El número de personas a las que podría interesar acceder a las chorrocientas mil versiones que saldrán de este libro probablemente sean, sin temor a exagerar, una o ninguna. Pero las ventajas que esa función me ofrece a mí, sin embargo, son sabrosísimas: se distingue perfectamente la carne y el ensalivado. Y escribir es rumiar.

La primera la descubrí nada más afrontar la  frase inicial: 200 posibles lectores observándote te quitan las ganas de hacer tonterías. Es como creer en Dios y saber que es tu vecino. Para mí, que siempre he preferido escribir a máquina precisamente porque te obliga a tensar mucho más cada frase, cada párrafo, sin esa impunidad que te da el borrón y cuenta nueva de la escritura en pantalla, esto me devuelve al orígen: guárdate la lírica en la cabeza, que aquí todo se sabe.

Una semana de experiencia no deja lugar a dudas: exhibir el proceso de escritura agudiza la conciencia lingüística mucho más de lo que ya la activa el hecho mismo de la publicación final. A lo mejor algún día les traigo aquí  ejemplos de esa vigilancia absolutamente paranoica que se me ha despertado y mantengo sobre lo que escribo. Es, al mismo tiempo, un espectáculo íntimo oír los engranajes del pensamiento, cómo van encajando los dientes de una rueda en otra, casi una forma de memoria instantánea y pirograbada (de forma parecida a como el escribir algo nos facilita luego recordarlo, aquí se graba también lo que no se escribirá). Todavía no hay nadie invitado, pero eso no pospone la amenaza: por muy tarde que lleguen siempre tendrán acceso al historial entero. 

Además de los cariñosos amigos que me adularán con su interés, y dado que espero que el libro me convierta por fin en un indeseado para unos cuantos indeseables, llegado el día estarán  invitados sobre todo los fiscalizadores. (Tengo que comprobar también que los invitados no puedan modificar el texto, claro). Lo verdaderamente importante es que esta posibilidad supone una doble vuelta de tuerca al método de la transparencia. Primero: además del libro de papel, el producto final estará colgado en Internet –otra de las funciones permite hacer pública la dirección de la página (url) donde está alojado, con lo que una vez terminado todo el mundo podrá acceder–y así el material utilizado, al igual que en este blog, podrá ser directamente consultado (aunque, repito, el sistema no permite todavía el acceso libre al historial de versiones definitivo). El aparato crítico y documental que en el papel se recogerá necesariamente seleccionado, y en todo caso  resumido en las notas y aclaraciones sobre las fuentes, en la versión digital estará directa y universalmente accesible. 

Y segundo: el rastro del work in progress de la escritura queda marcado. Ahí se ve en qué sentido va el trabajo del autor, si hacia el secado o hacia la inflamación, las posibilidades que baraja y con cuál de entre ellas se queda, y qué la respalda. El mismo método con el que abordé aquí el cortar y pegar que hizo el tribunal de la sección 5ª con las dos sentencias del caso de Olesa, podrá aplicárseme a mí: puesto que ahí quedarán las huellas de los caminos abandonados.

Supone también una cierta liberación: un injustificado (de poeta de medio pelo) pudor que he mantenido con el primer adelanto ha desaparecido súbitamente ahora que escribo por fin para terminarlo: desde hace una semana sé que escribo en pelotas, pero ya no me importa. A muchos de ustedes los invitaría desde hoy mismo, pero eso sería como advertirles de que ésta no es su casa. Y sí lo es, así que pónganse cómodos. Se puede fumar.

Nota: En función del interés, estudiaría a quién y bajo qué condiciones (confidencialidad sobre contenidos de la investigación en marcha, exclusividad, filtración de extractos, etc…)  puedo invitar  y se lo cuento.