García Carbonell, la doctrina Parot y la verdadera impunidad

Esta tarde ha salido en libertad Antonio García Carbonell, después de algo más de dieciocho años en prisión. García Carbonell, autor confeso de siete violaciones, entró en la cárcel el 23 de junio de 1995 y de no haber sido por la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ha anulado la doctrina Parot, habría seguido preso hasta 2025. Yo he dedicado ocho años a seguir su caso y su vida y estoy convencido de que es el autor de al menos otras seis violaciones: bueno, estoy convencido yo y la Guardia Civil, pero eso es otra historia ahora.

El caso es que me parece bien que pueda acogerse a los beneficios penitenciarios que por ley, y por sentencia de Estrasburgo, le corresponden.

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Dicho esto, diré en mi descargo que he dedicado buena parte de esos ocho años a intentar encontrar pruebas para que lo condenaran por esas otras violaciones impunes. Estas dos noticias de El País (una y dos) valen para recordarlo.

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La última noticia que dio El País sobre este caso, antes de que García Carbonell saliera en libertad esta tarde, se publicó el 3 de junio de 2011 y contaba que una juez había reabierto el caso de una violación cometida en Blanes, Girona, en 1991, gracias a los desvelos de un ciudadano barcelonés: Manuel Borraz. Borraz había convencido a la fiscal y a la juez de Blanes, que en un principio habían considerado que el delito había prescrito,  de que estaban equivocadas y de que faltaban seis meses para que la violación prescribiera. Borraz proponía además que se analizaran unas muestras de semen que yo había identificado en el último capítulo de Justicia poética, y señalaba que García Carbonell era el principal sospechoso de dicha violación. El juzgado, finalmente, le dio la razón y ordenó analizar las muestras.

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Las muestras, según un Mosso d’Esquadra que siguió el caso, resultaron que estaban deterioradas. Fin de la  historia del caso.

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Fin del caso porque en verdad la historia nunca acaba. ¡Nunca mientras haya alguien para contarla! Hace un año empecé a escribir un epílogo al libro, básicamente para dar la mala  noticia de que las muestras estaban deterioradas, pero también para otras cosas. Una de ellas era la reacción de la juez, Mercedes Giménez Olavarriaga, y la fiscal, Ainhoa Barinaga, cuando fui a verlas al juzgado de Blanes y les conté que además de la violación que ellas acababan de reabrir, había otra violación impune, que se había cometido la misma noche que la de Blanes, pero en Gerona capital y dos horas antes: el 25 de noviembre de 1991. Una violación, otra, que por tanto tampoco había prescrito.

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Como es muy tarde, me voy a abstener de resumirlos, pero les dejo aquí los párrafos de aquella memorable visita y de cómo reaccionaron sus señorías. Me he acordado estos días en los que tanto se habla de impunidad, impunemente.

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La visita al juzgado, a falta del cuaderno de notas extraviado, la reescribo de memoria. Me limitaré, por tanto, a dos fragmentos de las conversaciones que por separado mantuve con la fiscal y con la juez. En su despacho, la fiscal Ainhoa Barinaga, de unos treinta y tantos años, a quien recuerdo con un hilo de voz apenas audible del que había que ir tirando con delicadeza, no dijo nada más allá de confirmar que el caso se había reabierto, aunque fue amable y atenta con los detalles de mi rutina. Releyendo el sumario, yo había redescubierto que la misma noche de autos de Blanes, se había cometido otra violación idéntica a las afueras de Gerona y me pareció que, en tanto que fiscal, podía interesarle. Pero su interés resultó puramente humano: me animó a que fuera yo mismo a denunciarlo a Gerona capital. Dispuesto a echar el resto, le pedí que me precisara si tenía que ir al Juzgado de lo Penal que había instruido el caso o a la Audiencia Provincial que archivó el sumario. “Vaya a los dos y así hace usted un poco de turismo”, dijo.

A continuación, no me acuerdo si en la misma planta que estaba la fiscalía, entré al Juzgado de Instrucción número 1. Detrás del mostrador, las mesas de los agentes judiciales se repartían en un espacio diáfano modulado sólo por las estanterías y los armarios metálicos que las separaban, parecido aunque no tan amplio como el de la empresa de seguros de El Apartamento. La juez pidió que la esperara en una pequeña habitación encajada al fondo, entre el mostrador y su despacho. Ahora que lo pienso quizá fuera la sala de declaraciones.

Mercedes Giménez Olavarriaga, treintañera como la fiscal, aunque de apariencia más segura y sonriente, entró acompañada de su secretaria judicial y ambas se sentaron del otro lado de la mesa. La juez en la silla del centro y la secretaria a su derecha. La secretaria tenía un aire de joven de colonias comprometida que ondeaba todavía en sus gestos. El juzgado no informa de nada que esté tramitando, dijo la juez Giménez, cortando pronto y por derecho cualquier puente que pudiera haber entre su papel y el mío. Cuando le hablé de la otra violación de esa noche, vino a decir lo mismo: el juzgado hará lo que corresponda. No hizo nada.

Tanto la juez Giménez como la fiscal Barinaga desestimaron, por turnos, informar al juzgado de Gerona que había archivado también en su día esa violación cometida un par de horas antes que la de Blanes. Todo en nombre de la víctima cuyo nombre no conocían.

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El cómplice de García Carbonell en todas esas violaciones, por cierto, nunca ha sido identificado ni detenido, pero supongo que no es a esa impunidad a la que se refieren los ministros del ramo y el incienso.

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Buenas noches.

Última actualización

A partir de hoy, el dominio http://www.ladoblehelice.com acoge la transformación de este blog en otra cosa. Esta herramienta que durante casi dos años y medio ha estado al servicio de un proyecto, la investigación y escritura de un libro, Justicia poética, deja por tanto de actualizarse.

Pero no se vayan, porque todo seguirá donde estaba: www.ladoblehelice.com

Justicia poética en Letras Libres

Letras Libres publica en el número de marzo la entrevista que me hizo Toño Angulo Daneri. Aquí pueden leerla en pdf.

Me gustaría precisar, aún con todo, un detalle que creo queda algo confuso en la entradilla. No se trata sólo de que

Pruebas de adn y otras demostraron que, en efecto, García Carbonell era, junto con un pariente nunca identificado, uno de los criminales de la segunda oleada [de violaciones de 1995] y, por tanto, seguramente también de la primera [de 1991].

Es que una prueba de ADN también demostró que García Carbonell era el violador en uno de los casos de 1991, y así  lo reconoció seis años después el Tribunal Supremo, que declaró inocentes a Tommouhi y Mounib de esa violación de Olesa.

El problema es que hay otras condenas que siguen vigentes. En una de ellas, el caso de Cornellà,  las pruebas científicas también exculparon a Tommouhi, el único condenado en dicha causa, pero el tribunal, presidido por Margarita Robles Fernández, no entendió que los análisis además de sangre, se referían también al semen del violador, como explican los capítulos 23, 24 y 25 del libro. Tommouhi fue condenado a 24 años y dos días de cárcel. El violador y su cómplice, siguen impunes.

De la distancia

Leyendo un artículo en The Believer, poco después de haber releído algunos capítulos del libro –los estoy preparando para distribuirlos–, estas dos frases resumen la sensación que me produce ahora la relectura de ciertos tramos de esos capítulos (Cornellà y Tarragona, sobre todo):

En «Del rigor en la ciencia» Borges es todavía más radical: trata de «un mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio». Este mapa «perfecto» coincide punto por punto con los lugares para los que está pensado servir de guía –y se convirte, por tanto, en inservible. (The Believer, p. 38)

Pues eso.

Pueden escucharlo entero, de la voz del propio Borges.


Una segunda entrevista radiofónica

Después de la entrevista en Hora 25, de la Cadena Ser, que se ha podido escuchar aquí gracias al enlace de C.G., me animo a enlazarles la conversación que mantuve con Elena Cabrera y Carolina León en Radio Carcoma la semana pasada. El programa se llama Quieres hacer el favor de leer esto, por favor, se emitió el lunes 22 de febrero y amplía, creo yo que con cierta gracia y claridad, algunas de las cosas de las que he venido ocupándome aquí.

Pueden escucharla (mejor si usan Firefox como navegador) aquí: http://quiereshacerelfavor.blip.tv/file/3259529

El auto del Supremo

Bueno, a falta de los comentarios y apuntes que quería añadir y que publicaré más adelante, cuelgo por fin el auto del Supremo del pasado 19 de febrero  denegando el último recurso de revisión interpuesto por Ahmed Tommouhi en junio de 2009. El auto en pdf.

El Supremo dice NO

El Tribunal Supremo ha denegado la autorización para interponer el recurso de revisión por la condena de Tarragona presentado por Ahmed Tommouhi en junio de 2009. El auto, fechado desde el 4 de Febrero pasado, ha sido comunicado esta mañana.

El argumento para denegar, una vez más, la revisión era previsible: la prueba de ADN no identificaría al violador de ninguna de las víctimas de Tarragona, que es por el caso que está condenado Tommouhi. Eso es cierto. También lo es, sin embargo, la relación que con las violaciones de Tarragona podría haber trazado el análisis genético propuesto (de una víctima de Blanes, Gerona) y que el Supremo ignora descaradamente: se trataba de probar si el conductor del Renault 5 con el que se cometieron tanto las violaciones de Tarragona y Gerona era Antonio García Carbonell o su pariente, con los que Tommouhi y Mounib ya fueron confudidos en al menos una ocasión, según probó un primer análisis de ADN en 1997.

El Tribunal Supremo considera irrelevante, en fin,  dar por hecho que Tommouhi y Carbonell, no sólo se parecen mucho, no sólo fueron confundidos por las víctimas, como demostró un análisis genético y el mismo Alto Tribunal dio por probado en 1997,  no sólo fueron de nuevo confundidos en el caso de Blanes (cuyas víctimas señalaron a Mounib a pesar de que tanto él como Tommouhi estaban ya en prisión); después de todo eso, al Supremo le parece ahora irrelevante dar por hecho que, además, Tommouhi y Carbonell compartían coche.

Anoche Tommouhi, su abogado Javier Melero y yo hablamos del caso en Hora 25, de la Cadena SER. ¿Tiene alguna esperanza en el recurso?, le preguntó Ángels Barceló a Melero en un momento de la entrevista: «¿Yo?, ninguna, yo soy un profesional», dijo el abogado, no sin cierta irónica amargura. El Supremo, en sintonía, ha corrido esta mañana a darle la razón.

Estos días colgaré el auto (todavía no he podido borrar el nombre de la víctima de Blanes) y algunas novedades que cuelgan de él.

Ahmed Tommouhi, después de todo

El jueves pasado vi a Ahmed Tommouhi y le dí el libro que cuenta su historia. Leyó el título (Justicia poética) y preguntó qué quería decir «poética». Hacía mucho tiempo, desde que nos vimos en julio, que no había estado en Barcelona. Ojalá que alguien con más poder que usted, decía mirándome, ojalá quiera saber de mi historia. El jueves de esta semana parece que va a poder contarla para quien quiera oírla en Hora 25, de la Cadena SER.

[El vídeo está subtitulado: sólo tienen que desplegar, en la barra del reproductor, el botón de la derecha del todo, esa pirámide blanca sobre fondo negro, y seleccionar «CC»]

El Periódico y La Razón: dos precisiones

De la entrevista que me hizo Raúl Argemí y que publicó ayer El Periódico de Catalunya (aquí en pdf) quisiera precisar una respuesta que tal y como aparece editada confunde:

–¿No tenían defensa?

–Sí, de pago, y también los engañó. Todo fue mal para estos dos hombres.

Los únicos abogados que engañaron a su cliente fueron Jorge Claret y Pedro J. Pardo, que como ya demostré aquí facturaron a Ahmed Tommouhi procedimientos que no habían llevado ellos: la causa de Terrassa (Sección sexta) y la de Cornellà (Sección novena), en concreto.

A ningún otro abogado, ni de oficio ni de pago, se refiere esa respuesta. Ni a ninguno de los que defendieron a Abderrazak Mounib, ni a ninguno de los otros que lo hicieron con Ahmed Tommouhi.

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De «Sólo basta con leer», la columna que Manuel Calderón publica  hoy en La Razón sobre Justicia poética, sólo un detalle: Tommouhi y Mounib fueron condenados después de las violaciones que se cometieron en 1991, no en 1995.

La memoria es un mal testigo

Fuente: MÓNICA CEBERIO BELAZA.- EL PAÍS 7/02/2010

El 80% de las condenas a inocentes se debe a un error de identificación. Algunas víctimas generan falsos recuerdos que sirven como única prueba

Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar, dice el protagonista de La carretera, de Cormac McCarthy. Les pasa a algunas víctimas de delitos graves. Quieren olvidar, y no pueden, el momento en el que un desconocido se les acercó en una esquina oscura, les puso una navaja en el cuello y las violó o intentó asesinar brutalmente, sin piedad; y quieren recordar el rostro del criminal para que pague por lo que ha hecho. Pero no siempre pueden.

Esa cara borrosa puede adquirir nitidez gracias a una mentira involuntaria: se coloca a otra persona en la memoria y alguien que jamás tuvo nada que ver con el delito acaba en la cárcel, en ocasiones durante décadas, con la vida destrozada para siempre. Por culpa de los falsos recuerdos y de un sistema legal que los ignora y que cree ciegamente a las víctimas.

Esta semana ha salido a la luz un caso espeluznante. El Tribunal Supremo anunció su intención de absolver a Ricardo Cazorla, un hombre con una minusvalía física, psíquica y sensorial del 66% que había sido condenado a 36 años de cárcel por la Audiencia de Las Palmas en 2009. Los magistrados sostenían que había violado a tres chicas en 1997. Una de ellas vio a Ricardo en la calle en 2007 y creyó que era su agresor. Llamó a la policía y le detuvieron. Avisaron a todas las víctimas de la época del llamado violador de Tafira, nueve en total. Seis no reconocieron a Cazorla y estuvieron al margen del proceso. Pero la que lo había visto y otras dos más lo señalaron como culpable, aunque una de ellas tuvo muchas dudas al principio y no lo reconoció en las fotos de los archivos policiales.

Los magistrados Pedro Joaquín Herrera, Secundino Alemán y Carlos Vielba creyeron en la memoria de las mujeres a pies juntillas a pesar de las circunstancias. Las identificaciones se hacían 10 años después del delito. En 1997, las chicas habían declarado ante la policía que el lugar donde las habían violado estaba muy oscuro; o que el agresor les había impedido mirarle a la cara; o que llevaba un gorro que le cubría parte del rostro. En todos los casos era de noche. Además, Cazorla pesaba en 2007 unos 30 kilos más que el violador de 1997. A pesar de eso, los jueces consideraron que las tres chicas eran perfectamente capaces de reconocer «sin ningún género de dudas», en ese cuerpo con muchos más kilos, a una persona a la que apenas habían podido vislumbrar 10 años antes.

El informe de la Policía Científica, basado en el análisis de muestras biológicas, excluía la culpabilidad de Cazorla. El Instituto de Medicina Legal de Las Palmas de Gran Canaria decía que el perfil genético del acusado no coincidía con los restos encontrados en el jersey de una de las víctimas. Sólo planteaba dudas respecto de la prueba del cromosoma Y porque sostenía que no había material suficiente como para que el resultado se aceptara como fiable al cien por cien (en cualquier caso, era negativo). Además, la mujer que lo reconoció en la calle ya había identificado sin ningún género de dudas unos años antes a otra persona que se demostró inocente gracias al ADN.

Una suma de factores impedían desvirtuar la presunción de inocencia de Ricardo Cazorla. Sobre todo, las pruebas científicas. Sin embargo, los jueces antepusieron, por encima de cualquier otra consideración, lo que decían las víctimas. El fallo dice que los testimonios se caracterizaron por «su persistencia, solidez y contundencia». El problema es que los magistrados ignoraron la posibilidad de que se equivocaran. Y no siempre se puede creer a un testigo.

Nuestros recuerdos no son fiables. Más del 80% de las condenas a inocentes, según la ONG norteamericana Innocence Project (en España no hay ninguna estadística sobre el tema), tienen como base reconocimientos erróneos de víctimas y testigos.

Hacer una identificación precisa es mucho más difícil de lo que parecen pensar algunos jueces. Con un documental reciente (El quinto por la izquierda, de Producciones La Marea) se hizo un experimento interesante. Se simulaba un tirón en la pantalla y se enseñaba la cara del ladrón, a plena luz, durante más tiempo que en un delito real. Después se pidió a algunos espectadores (unos 300) que identificaran en rueda de reconocimiento al del tirón. Las condiciones eran óptimas. Los testigos no estaban sometidos a estrés y sabían desde el principio que se iba a poner a prueba su memoria. Aún así, cuando en la rueda no estaba el autor del tirón, sólo el 52% de los que habían visto la película cinco minutos antes dijo «no está»; y el porcentaje de aciertos bajó al 25% cuando la habían visto dos días antes. Esto significa que entre el 48% y el 75% señaló a inocentes.

Cuando en la rueda sí estaba el auténtico tironero, fue reconocido por el 32% de los espectadores cinco minutos después de ver la película, pero sólo por el 13% cuando habían pasado 48 horas.

Las identificaciones son complicadas. La pregunta es porqué un testigo se empeña y afirma «sin ningún género de dudas» (según la fórmula forense) que está convencido de que un inocente es culpable. En muy pocos casos se miente a sabiendas. Lo normal es que las víctimas estén seguras de que esa persona fue quien les agredió. Han puesto esa cara al delito y ya, incluso cuando lo recuerdan, lo hacen pensando en el rostro del inocente. Es una distorsión de la memoria.

¿Cómo pueden estar tan seguras de un recuerdo falso? «Sabemos que la exactitud de una identificación depende de varias causas (dificultades para ver la cara, alto nivel de estrés, paso del tiempo, ruedas de identificación inadecuadas), pero en cambio no sabemos tanto sobre las razones que hacen variar la seguridad de testigos y víctimas», afirma Margarita Diges, catedrática de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en la llamada psicología del testimonio. «Más allá de razones internas, individuales, una forma de incrementar la seguridad de un testigo es darle a entender que ha acertado, como sucede cuando señala una fotografía y más tarde ve en la rueda a esa misma persona».

«Lo que sí está demostrado empíricamente es la falta de relación entre la seguridad del testigo o de la víctima y la exactitud de su identificación», continúa Diges. «Sin embargo, pese a todas las demostraciones empíricas, lo que vemos en la realidad policial y judicial es que, cuando la víctima está totalmente segura de que el identificado es su agresor, esa seguridad se toma como garantía de exactitud incluso cuando hay pruebas científicas exculpatorias, por ejemplo, las de ADN».

El momento clave es ese en el cual el testigo o la víctima piensa que quizá el que aparece en la foto es el culpable. Si en ese primer momento se reafirma, después no hará más que identificar de nuevo (y cada vez con más seguridad) al que vio en esa primera foto o rueda. Ya no lo compara con su recuerdo del delito, sino con la primera imagen que vio del sospechoso. Por eso es tan importante que no haya irregularidades en esa fase. Si eso se hace mal, si el policía insinúa que en una foto determinada podría estar el culpable; o le dejan ver al sospechoso en la comisaría por error antes de la rueda; o es la única persona de características físicas similares al agresor; después es muy difícil dar marcha atrás: ya se ha creado el falso recuerdo.

En España han aparecido numerosos casos en los últimos años. La semana pasada fue Ricardo Cazorla. En el verano de 2009, el Supremo absolvió al nigeriano Henry Osagiede de dos delitos de agresión sexual y robo con intimidación. El hombre, negro, había sido el único de su raza en las ruedas de reconocimiento. Las dos víctimas, que lo habían identificado sin ningún género de dudas, ya habían identificado antes y con la misma certeza, a otro hombre que, por fortuna para él, tenía pruebas de su inocencia.

A Rafael Ricardi lo condenaron por violación y pasó 13 años en la cárcel. Era inocente. Cuando fue detenido vivía en la calle y era toxicómano. Suele pasar en estos casos: el acusado injustamente es pobre, o inmigrante, o drogadicto, sin recursos, y no tiene muchas posibilidades de hacer valer su versión de los hechos, ni de contratar a grandes abogados -aunque algunos son condenados a pesar de la excelente labor de sus letrados de oficio-, ni saben cómo armar un escándalo mediático con la injusticia.

Hay casos estrambóticos, como el de Jorge Ortiz, condenado por atraco a mano armada. Había dos víctimas. Una no lo identificó. Otra sí, pero se retractó poco después, y antes del juicio, cuando le enseñaron la foto del verdadero culpable. Dio igual: el juez no la creyó y se empecinó en su primer testimonio. La delirante condena fue confirmada por el Supremo y el Constitucional ni siquiera admitió a trámite el recurso de amparo. Finalmente, fue indultado gracias al apoyo que tuvo, en todo momento, de la víctima que se había equivocado. Pasó dos años y medio en prisión, hasta que le suspendieron la ejecución de la condena.

La Justicia tiene serios problemas para enmendar sus errores. Una vez que hay una condena, en principio es inamovible aunque atente contra los principios más elementales del sentido común. Fue lo que sucedió en el caso de Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib, condenados por una serie de violaciones cometidas en Tarragona y Barcelona en 1991. Cuatro años después apareció el verdadero culpable, un español, pero sólo pudo probarse la inocencia de Tommouhi y Mounib en uno de los casos, el único en el que quedaban restos de ADN. Por el resto siguieron cumpliendo condena. Mounib murió en prisión en 2000. Tommouhi pasó entre rejas 15 años. Salió en libertad condicional en 2006. El Supremo no revocó sus condenas porque el recurso de revisión una vez que hay una sentencia es muy estricto: el acusado debe probar su inocencia, y en este caso no había ADN que analizar. El Gobierno tardó nueve años en decidir si lo indultaba o no, y al final optó por lo segundo. Nadie se atreve a sacar a un violador de la cárcel. Aunque en realidad no lo sea. Es otro de los grandes problemas de estos casos. Suelen ser delitos tan brutales que alguien tiene que pagar por ellos. Todos, las víctimas, sus familias, la policía, el fiscal, los jueces, quieren encontrar un culpable. Como sea.

El periodista Braulio García Jaén acaba de publicar un libro sobre el caso Tommouhi-Mounib (Justicia poética, Seix Barral), después de cuatro años de investigación, que ha ido contando al detalle en su blog (ladoblehelice.com). Lo que ha salido a la luz no es sólo un puñado de víctimas que se han equivocado en sus identificaciones, sino innumerables errores y chapuzas en la investigación policial y judicial, y en las sentencias.

«Una de las chicas que se equivocó en su reconocimiento, según probó después el ADN, vio antes de la rueda a los dos inocentes», indica García Jaén. «Y los vio en el papel de sospechosos: a Tommouhi, esposado y conducido a los calabozos antes de la rueda de reconocimiento. Tanto ella como la decena de víctimas que esperaban sentadas en los pasillos del juzgado. A Mounib, curiosamente, no lo señaló las primeras veces que la Guardia Civil le mostró su fotografía, pero días después de que lo reconociera la víctima de otra violación ella también lo hizo. Años después declaró ante el tribunal que en las ruedas ni siquiera los había mirado, que directamente vio a los dos que eran y que en los otros ni se fijó. Y por supuesto no había tenido nunca ninguna duda. Se equivocó».

«Los jueces, a menudo, sostienen que las irregularidades formales no influyen en el acierto o en el error de la identificación, pero resulta decisivo, porque las impresiones que se graban en la cabeza de la víctima no distinguen entre irregulares y correctas: sencillamente se graban», concluye. Un ejemplo de falso recuerdo: una de las víctimas explicó que había visto a los agresores porque ese día había Luna llena. Era falso: la Luna ni apareció ese día.

Resulta sorprendente que con tantos casos de inocentes encarcelados, de características similares, los jueces sigan al margen de los estudios de la psicología del testimonio. «En la cultura judicial vigente, en particular en materia de delitos contra la libertad sexual, pesan mucho tres tópicos: que el juez tiene una especial capacidad para leer la verdad en el testigo; que por eso la testifical es una prueba de valoración fácil; y que el testigo-víctima merece un plus de credibilidad, por lo que su declaración inculpatoria o la identificación hecha por él, puede/debe bastar», señala el magistrado del Tribunal Supremo Perfecto Andrés Ibáñez. «Son tópicos ampliamente desmentidos por la psicología del testimonio, y ninguno cierto. Pero no importa, porque son tópicos funcionales a cierto justicialismo reinante en la opinión pública y que, además, facilitan el trabajo judicial. Por otro lado, en el juzgado se opera con frecuencia a partir de aportaciones judiciales (identificaciones fotográficas, por ejemplo) obtenidas con cuestionable rigor».

«No hay otra alternativa viable que un ejercicio de la jurisdicción respetuoso con la presunción de inocencia y las garantías procesales en el que se pierda el miedo a absolver (explicando el porqué) aun a sabiendas de que tendrá costes de impopularidad», concluye el magistrado. «Y me parece necesario que este proceso de transformación de la cultura judicial vaya acompañado de otro no menos profundo de transformación también de la cultura y las prácticas de los informadores».

Los últimos estudios científicos muestran que los falsos recuerdos se generan en una parte distinta del cerebro que los verdaderos. Esta sería la prueba definitiva, incontestable. Si lográramos leer el cerebro humano con una máquina no habría más inocentes con la vida destrozada porque alguien, sin mala fe, los señaló por un error de su memoria.

Últimas 24 horas en Factual (y III)

Esto se está alargando demasiado. Pensaba contar ahora detalladamente el contenido de las tres reuniones del jueves con la empresa. Las resumo. En ninguna de las tres reuniones se nos comunicó quiénes iban a seguir y quiénes debían marchar a casa. La empresa, por boca de Almudena Semur y Purificación Losada, pretendía, eso sí, que entre todos hiciéramos el periódico del jueves y el viernes. “El nuevo director, que va a ser Juan Carlos Girauta, se incorpora el lunes”, dijeron. El nuevo director se quiere quedar con seis o siete, seis o siete de la plantilla, dijeron, y formar un equipo de trece personas con el que hacer el nuevo Factual. “Este es un medio libre. Ni se compra ni se vende”, según reza su lema de ahora. La empresa se comprometió a devolver los 50 euros a los suscripctores, y aquí está la manera de reclamarlos. Bien. Nos reunimos dos veces por la mañana y no conseguimos que nos dijeran lo que habían decidido. “Pero el periódico hay que hacerlo”. Cristina Fallarás, la subdirectora, estuvo elegantísima e hizo una última concesión a la profesionalidad: el periódico, que yo no voy a dirigir, no sólo no va a querer hacerlo un equipo en el que no confiáis, es que si yo fuera la empresa tampoco querría que lo hicieran, dijo. “La información, antes que nada, tiene que ser fiable”, dijo, y la confianza se ha roto. Reconozco, sin embargo, que perdimos una grandísima oportunidad: deberíamos haber retransmitido el despido en directo, en F5, como un Twitter colectivo. Los lectores lo merecían. Nos pudo, sin embargo, las ganas de salir de allí y olvidar aquella situación cortijera: la mayoría de vosotros estais despedidos, pero todavía no os podemos decir quiénes. No me digan que no es extraordinario: os quedais seis o siete. Seis o siete. Pero el periódico hay que hacerlo. “Eso queda dicho”. Sólo entonces, cuando ya había renunciado a seguir, como también había hecho Iván Vila; entonces no sé por qué me salió aquello que dije y que Cristina Fallarás recogió en su blog. No tiene ninguna importancia, salvo que es cierto. Aunque lo que yo recuerdo que dije se acerca más a esto que días después me ha enviado entrecomillado una compañera:

«Yo no voy a abandonar mi puesto de trabajo y tampoco te voy a hacer un periódico. (…) Porque un periódico no es un chiste, que es lo que tú crees. Ni sabes lo que es un periódico ni sabes lo que es tu trabajo. (…) Que vengo callándome desde el primer día. No me tires de la lengua».

No había ninguna razón práctica para decirlo:ya había dicho que no pensaba seguir trabajando en Factual, y tampoco cobrar el paro dependía de que me fuera o de que me despidieran;  no iba a cobrarlo de todas formas. En fin, fue sólo una manera de obligarlas a decidir y a hablar, aunque al final dije más cosas de las que tenía que haber dicho. Una manera como otra cualquiera y que, como las otras, fracasó: no soltaron prenda. Nos citaron, después de la segunda reunión, a las cuatro. Fuimos a comer al chino de la calle Mandri. De camino al chino llamé a Arcadi, que seguía en el Consejo de Administración de la empresa. Le dije lo que pasaba y que, de alguna forma, nos había abandonado. ¿Qué puedo hacer?, dijo. Nada. Creo que conté 22 en la mesa. Algunos, muy pocos, siguen hoy en Factual. Les deseo la suerte que cada uno necesite. Volvimos a las cuatro, y dieron las cinco; entró el nuevo director, se reunió con cinco de los redactores; quedaron cuatro y dieron las seis, y nos podían haber dado las diez. Nos fuimos de la redacción sin que nadie nos hubiera comunicado quién seguía y quién no. Sólo sabíamos quién no estaba en la pecera. El viernes por la mañana seguían ofreciendo, a mí por lo menos, colaboraciones por las esquinas, como quien vende peras arrancadas al olmo.

He contado lo que creo que podía interesar a los lectores y suscriptores de Factual y a los de ladoblehélice, donde llevo explicando mi trabajo desde hace dos años y medio. Ahora hay cosas apasionantes ahí afuera, como apasionante fue conocer a toda esa gente. Termino con tres párrafos que ha escrito uno de los comentaristas que ha pasado por aquí estos días.

Una de las virtudes que desde siempre le achaqué a Factual fue la mezcla de brutal honestidad con soberbia transparente. Factual hablaba de Factual con tanta suficiencia que era difícil no pensar que realmente esos chulos como ochos tenían motivos para tirarle besos al espejo.

Tanta, tanta suficiencia que se permitían el lujo de apuntarse como tantos todas y cada una de sus flaquezas. Nos dejaban entrar en las reuniones, donde predominaban esos dos acentos catalanes, uno tras unas gafas a punta de nariz, y otro debajo de una colisión de pelo rojo entre apocados periodistas de bullente vida interior; sacaban crónicas en las que no les importaba admitir que hacían fotos con un iPhone, o cómo emanaban perfume a novato en ruedas de prensa, unas planetarias y otras no; lucían su excentricidad como si estuvieran en la cola de un garito neoyorkino.

Escribían de fábula, todos ellos. Si en algún momento detecté algo parecido a una ideología detrás del proyecto, quizá tuviera que ver con eso: un respeto reverencial por las verdades que desatan las palabras bien empleadas.

Los hago míos, estos párrafos. Porque, ¿quién no quiere ser el rey de Nueva York?. Y se los dedico a mis compañeros: Me iría con vosotros al infierno. Volvería, de hecho.

Últimas 24 horas en Factual (II)

¿Pero por qué coño no les gustaba el periódico?, nos preguntábamos al entrar a la segunda reunión del miércoles con el director. Aunque había también quién pensaba sobre todo en los recortes. ¿Qué era lo que no les gustaba? “Bueno, pues si me lo pedís, os puedo poner un ejemplo: no les gustaban las crónicas que enviaba cada noche Cristina a los lectores”, dijo. “Aunque hacía un tiempo que se empezaban a conformar, visto que atraía mucho tráfico a la web”, explicó. El director, ahora sobre el periódico que habíamos hecho: “Yo creo que el otro día Cristina dio una buena definición de lo que era este periódico: dijo que era un periódico de derechas, laico y masculino; yo no diría que sea un periódico de derechas, pero seguro que sí es laico y masculino”. Masculino tampoco lo era, como acabó admitiendo poco después: ¡si las páginas estaban llenas de lesbianas! Así que de los tres rasgos de la mejor definición del periódico que sacó, para explicarnos por qué no les gustaba, sólo uno era ajustado y cierto: laico. Factual ha sido laico. Muy bien, muy bien. ¿Quería decir precisamente que Factual no había cumplido con esa definición que la subdirectora había lanzado sabiendo que no era cierta? La ambigüedad, por más que uno la masque, se va secando y cada vez se estira menos, como los chicles. “Bueno, Factual les parece poco beligerante, digamos”, dejó ir en otro momento. Y llega un momento en que a uno la ironía le estresa y lo dice: “Mi impresión es que lo que querrán hacer es un periódico ultracatólico y de ultraderecha”. “Hombre, ultracatólico no veo por qué”, respondió el ex director, con la montera bocabajo sobre la arena.

El límite de la teoría es su puesta en práctica: el periódico no les gustó desde el primer día de octubre que lo vieron, según él mismo explicó. El límite de la ironía, un recurso poco literario: el dinero. “Todo se resume, en el fondo, en un problema económico: no hay suficiente liquidez; la crisis, queramos o no, pues hay a quien le está afectando”. Del dinero hablamos: Porque al día siguiente, el ex director no iba a estar en la reunión de la mañana y no nos iba a bastar con la ironía para encargar artículos sin saber si los íbamos a poder pagar: “Bueno, bueno, no adelantemos acontecimientos, porque hasta el momento, nadie ha dejado de cobrar en Factual”. El blook de ETA hasta anteayer no se había pagado: “Bueno, ése es un caso especial, muy particular; pero en general…”. Tampoco íbamos a poder echar mano de la ambigüedad para entender lo que iba a ocurrir con nosotros, así que una hizo la pregunta: ¿ese recorte incluye cabezas? “No lo sé”. Tú seguirás en el Consejo de Administración. «Mis acciones son políticas». (La mitad más uno, al parecer): ¿Cuál será tu papel, será un papel activo? “No lo sé, en estos momentos no lo sé todavía. Dependerá de algunas condiciones, de que se cumplan, pero en principio sí que voy a seguir”. Bien, ¿alguna de esas condiciones? “Que Cristina siga al frente de la redacción, que ha sido mi propuesta a la empresa”, dijo. Una última pregunta, preguntó una: ¿Quieren hacer el periódico con menos dinero? “Sí”.

Luego nos fuimos, más de media redacción, al Pablo’s, a tomar gin tonics. Muy pocos, pero muy buenos, llegamos luego al Sidecar. Nos echaron. Y cuando amanecimos, el periódico seguía allí.

Continuará…

Últimas 24 horas en Factual (I)

Cuando Cristina Fallarás entró, no mucho después de las cinco y media de la tarde, yo acababa de colgar el teléfono. No venía sola. Yo había llamado a nuestra colaboradora en Londres, Sandra Varas, para ver si tenía algo: el martes nos había mandado una apertura con las declaraciones de dos asesores jurídicos del gobierno de Blair en la comisión que investiga la participación británica en Irak. Ese miércoles declaraba el ex fiscal general. Pero la llamada se cortó: una voz grabada me informó de que el saldo se había agotado. Me acuerdo que miré a Ivan Vila, al que sólo se le ven las cejas y los caracolillos engominados sobre la frente asomando por encima del ordenador, para contárselo. Aunque antes me aseguré: descolgué el teléfono de mi mesa, marqué el número de Varas y pasó lo mismo. Poco después entraron ella y Arcadi Espada.

Yo debía tener la cara algo desencajada, algo no demasiado raro a esas horas. La subdirectora, Cristina Fallarás, se acercó y me puso la mano en la espalda: relájate, relájate, que tenemos una reunión muy dura, dijo. ¿Muy dura?, pregunté. Muy dura, repitió y se fue. Me acuerdo que no pensé mucho, quiero decir que no pensé en muchas opciones: que los números no estaban saliendo y que había que apretar los dientes; que la empresa había amenazado con recortar gastos y plantillas y que Espada, como nos había anunciado al principio, no estaba dispuesto, pero que quería que por lo menos lo supiéramos; no sé si pensé también en que nos iban a anunciar que no nos renovarían el contrato a finales de marzo. Porque eso ya hacía tiempo que lo pensaba, como saben algunos compañeros, y no querría ahora confundirme. Fallarás, mientras tanto, había ido avisando a los jefes de sección, para que avisaran a sus redactores: Silvia estaba enferma, y a Iván ya se lo había dicho, así que nos levantamos y nos fuimos para la pecera. Es verdad, me interrumpió el informático de camino a la reunión, parece que para las llamadas al extranjero tenemos una línea de saldo contratada y hay que recargarla. En cuanto esté, te aviso, añadió. Lo que es seguro que no pensé es que Arcadi Espada fuera a dimitir como director de Factual.

La primera reunión fue breve: de pie estaban Almudena Semur y Purificación Losada, las dos representantes de la empresa que trabajan en la redacción, Espada enfrente de Fallarás, algunos periodistas sentados y muchos otros, diseñadores y publicistas incluidos, de pie alrededor de la mesa. Las explicaciones, sucintas, fueron las mismas que luego puso por escrito y que se publicaron en la página dos del periódico del miércoles 27 de enero de 2010, el último periódico de Factual que vio la luz. Los agradecimientos fueron más largos y cercanos que los de la nota publicada. Menos, en todo caso, que el silencio que siguió a su intervención, o eso pareció. ¿Y qué periódico quieren que hagamos?, rompió por fin uno. Que no lo podía saber, dijo, que sólo sabía que no les gustaba el que estábamos haciendo y que sabía que no les gustaba desde el primer día que lo vieron: por ejemplo, era demasiado moderno, dijo. Demasiado complejo, a veces, demasiado bonito, y poco más añadió. Luego hubo quien preguntó también si esa otra orientación que les hubiera gustado imprimirle no tendría que ver también con la política. De tipo ideológico, fue la expresión que recuerdo de su respuesta: dijo otras cosas, casi todas más largas y más rebuscadas. Pero recuerdo ésta: sí, orientación que se refiere también a cuestiones de tipo ideológico, respondió. Yo también pregunté algo: que si los recortes, que yo entendía que se debían a problemas prespuestarios, si no podrían también tener que ver con los resultados de los dos primeros meses. Que no, respondió, pues en todo caso dos meses era tan poco tiempo para juzgar un proyecto, que resultaba delirante cualquier decisión a partir de un período tan corto. Que la acogida del periódico, añadió, no había sido mala, en absoluto, dijo, y citó el “page rank” (o eso entendí yo) de Google. No mucho más de un cuarto de hora después, salimos de la pecera para cerrar el último periódico firmado por Espada –“y me jode especialmente que sea el día del tablet”, había dicho– no mucho después de las seis.

El rato que siguió fue extraño. Aunque enseguida empezaron a abrirse ventanas en el chat de Gmail. Cristina propuso a la redacción escribir y firmar una carta de apoyo al director, y nos pareció bien. Una compañera propuso una huelga: no podemos seguir adelante, vinimos por él, algo así decía su mensaje. Aunque a mí me dio la impresión que sería inútil. Así que fui a preguntarle a su despacho si la decisión era irrevocable. Era la primera pregunta que le deberíamos haber hecho en la reunión, la que habríamos hecho en cualquier rueda de prensa, pero en la nuestra fallamos. El director estaba ocupado; la subdirectora me lo confirmó: era lo primero que, ella sí, le había preguntado. “Absolutamente”, le respondió él. Con esa respuesta, cualquier medida de presión para impedir su marcha perdió sentido. Aún así, volví y esta vez sí entré al despacho: Le pedí al menos que se quedara tras el cierre para volvernos a reunir. Aceptó. “Y entiendo que estaremos sólo la redacción”, dije. “Sí, claro”, y así quedamos.

No mucho antes del cierre, el informático había vuelto para avisarme: cuando quieras ya puedes llamar a Inglaterra. La línea está recargada, añadió con su acento francés.

Continuará…

Justicia Poética está en las librerías

Poco más de un mes

El libro estará en las librerías españolas a finales de enero. He cambiado el título. Y estoy muy contento: Falsos testigos del porvenir era mucho más oscuro que Justicia poética. Los dos recogen bien el tiempo del que habla, pero el de la edición argentina lo hacía sólo calificando a sus funcionarios, que levantan acta del mundo como si el mundo fuera una hoja en blanco. Este de la edición española anuncia mejor el estilo y el tema del libro, que es para lo que sirven los títulos. Y es, aun con todas sus ambigüedades, más transparente. La portada de Martín Elfman, como ya dije, creo que  ilustra a la perfección la tesis del libro. Tanto, que incluso contiene la doble lectura que el texto no llega a desarrollar del todo y que no sé si alguna vez escribiré. Los párrafos de la contraportada mejoraron mucho después de pasar por las manos de Arantxa Martínez. En fin, que no me importaría que me juzguen no sólo por el contenido, sino también por la forma del libro, cosa que agradezco a Elena Ramírez, editora de Seix Barral, hacia donde un mensajero se acaba de llevar las pruebas corregidas.

El periodismo se compra

Queridos:

Mucho os he hablado de un proyecto del que nada os he contado. Ahora

sí: Ya estamos trabajando, y os dejo un enlace que seguro os

interesa.

http://www.elperiodismosecompra.com

Abrazos.

«El periodismo es pura literatura de evasión»

Una entrevista de JUAN IGNACIO PEREYRA,  Río Negro, Argentina.

Los marroquíes Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi fueron condenados -y encarcelados- por error tras una ola de violaciones cometida en Cataluña en 1991.

Cuatro años después apareció uno de los violadores, cuya culpabilidad quedó demostrada luego de una prueba de ADN.

Mientras su cómplice sigue libre, Mounib murió en la cárcel hace nueve años y Tommouhi salió en libertad condicional en 2007.

A través de este caso, en el que dos desconocidos fueron detenidos al azar y acusados de ser una pareja de violadores, el periodista español Braulio García Jaén expone en su libro «Falsos testigos del porvenir», una extensa cantidad de errores, atropellos, omisiones y arbitrariedades en las que están involucradas la sociedad, el sistema y las instituciones.

Como el periodismo que le interesaba no estaba en Cadena Ser, una de las radios más importantes de España, García Jaén dejó ese trabajo para dedicarse de lleno a una minuciosa y detallada investigación que recibió el Premio de Crónicas Seix Barral.

«Cuando se demostró científicamente que había habido un error, las víctimas no lo reconocieron, los periodistas no tuvieron tiempo ni espacio para contar cómo se había producido ese error, y los responsables no respondieron», escribió el autor en http://www.ladoblehelice.com, blog en el que fue publicando el proceso de su trabajo mediante entrevistas, vídeos, cartas de los presos a sus familiares, sentencias, diligencias policiales y declaraciones de las víctimas, entre otras cosas.

En «Falsos testigos del porvenir», García Jaén demuestra puntillosamente que hubo una notable falta de rigurosidad en los tribunales que condenaron a Mounib yTommouhi.

¿Por qué sucedió algo así?

«El porqué final sólo está al alcance de los psicoanalistas. Yo me atrevería a señalar el modo, el camino por el que la investigación y los tribunales llegaron a las conclusiones a las que llegaron: tratándose de delitos sexuales, la palabra de la víctima, mucho más si son menores, se tiene por sagrada. En un sentido muy preciso: es infalible. Sólo se compara, se contrasta, su coherencia interna, nunca con el mundo del que habla: si decían que había luna llena, la había, aunque no la hubiera», respondió el periodista español en una entrevista que se realizó por correo electrónico con «Río Negro».

-¿Se quiso encontrar rápido y como fuera a los culpables? ¿Hubo prejuicio en los jueces españoles al momento de dictar la condena?

-Eso lo podría responder el mismo Tommouhi. En la televisión catalana le preguntaron si creía que el suyo había sido un problema de racismo.»No», dijo, y explicó que él seguía convencido de que el problema fue la urgencia con que se quiso resolver todo, el miedo de los jueces y la policía al clamor social, y el que nadie les ayudara (a los acusados) a encontrar pruebas. Esto es, a defenderse.

-Si tuviera que decir que este caso es la expresión de algo, ¿de qué sería?

-De que nadie verifica nada. Y eso, dentro del sistema judicial, donde las formas tienen tanta importancia, es crucial, porque una vez que se ha dictado una sentencia, eso se convierte en el hecho más importante, mucho más que lo que realmente pasó, si hubo o no asesinato, si se empleó un arma o la otra, o si el semen señala o no el acusado. Y contra eso es muy difícil demostrar nada.

-¿Cómo cree que hizo Tommohui para sostenerse psicológicamente?

-Mi impresión, tras haber pasado mucho tiempo con él, es que su fortaleza la saca precisamente de que, nadie mejor que él, sabe que es inocente.

-¿Cuál es la situación de Tommouhi actualmente?

-Legalmente es un hombre libre. Cumplió la condena el 26 de abril de 2009. Ahora vive con su hijo, Khalid, y su nuera y su nieto. No tiene trabajo ni puede trabajar, porque no tiene permiso. Los antecedentes penales, que seguirán vigentes durante años, lo impiden. Y espera a ver qué dice ahora el Supremo, con el nuevo recurso que ha presentado el abogado Javier Melero.

-En varios fragmentos del libro marca errores -algunos groseros- del periodismo, evidenciando una pronunciada decadencia en la profesión, algo que no se circunscribe sólo a España. ¿Qué piensa del periodismo actual?

-Pienso lo mismo que del resto de instituciones: nadie verifica nada. Es pura literatura de evasión. Y eso, comprenderá, es nefasto: para el periodismo y para la sociedad en general. Y sobre el momento actual, bueno. Estamos ante una situación interesante, con la explosión de internet y la caída de ventas y publicidad en el papel. Hay algo, sin embargo, que jamás he oído decir a nadie, en mi país al menos. El primer problema de los periódicos es que son malos. Cutres. Sólo hay cuatro géneros: la nota de prensa, la mala literatura, la sociología barata y el periodismo de declaraciones. Luego están las excepciones que confirman la regla.

-¿Cree que en su afán por lucirse el periodista suele perder rigor y caer en el error?

-Más que afán por lucirse, es pereza para no salirse de lo que está escrito. Literalmente: lo que dice la policía va a misa para el periodista, que a su vez escribe seguro de que lo que él diga también irá a misa, porque nadie se tomará la molestia de demostrar lo contrario.

-En un momento señala que Juan Cruz, periodista del diario español «El País» y referente para varias generaciones de periodistas, «no distingue entre el estenotipista y su propio oficio». Es una crítica que bien se podría aplicar al periodismo en general, ¿no?

-Sí, el periodismo de declaraciones, que es lo que recoge esa entrevista, es periodismo basura. De hecho, se van poniendo de moda las ruedas de prensa sin preguntas, y los periódicos protestan, en lugar de dejar de cubrirlas.

Edición española

La versión española de Falsos testigos del porvenir aparecerá  en febrero de 2010, publicada por Seix Barral.

Así que ahora que empiezo a trabajar con vistas a esa reedición, y trabajaré hasta que termine agosto, agradezco los comentarios, sugerencias y correcciones que los lectores de la edición argentina quieran dejar aquí.

Autoliteratura

[EL LIBRO ESTÁ EN LA CALLE]

Si pasáramos un algodón por el capítulo siete del libro, las manchas de tinta –¡de sudor!– que dejarían las razones personales del autor para escribirlo –mezquinas por definición– quizá se parecerían bastante a «esta carta a oscuras». Tenía 28 años. No me interesaba la radio (profesionalmente, ¡internet tampoco!). Básicamente, era gilipollas. La debí de enviar a Londres, a C., al día siguiente de escribirla. Es, con sus tachones,  lo último que les dejo aquí.

A cuidarse y hasta la vista*.

Torrelodones, 8 de agosto de 2006.

[…]

***

Me aburro soberanamente, amor, en el trabajo. En la SER. Ya no tengo ni ganas de proponer temas: prefiero que me endosen alguno […]  y prepararlos como si fuera un trabajo eminentemente técnico, como quien embala cajas de cartón. No me ha vuelto a contestar Monteira, sobre lo de Galicia. […] Cuando envié aquella solicitud para lo de Migrinter, tampoco al principio estaba muy convencido, pero a medida que le fui dedicando horas y pensamientos al proyecto me fui entusiasmando: cuando me dijeron que  no me habían seleccionado fue como si me hubieran robado los recuerdos de infancia, como si hubiera descubierto que, en verdad, nunca hubieran existido los veranos sin colegio y con amigos. Fue un mazazo, lo que pasa es que lo de [que me enviaran a] la SER me había dejado tan hundido que éste apenas me rebajó ya la altura: estaba por los suelos. […] Luego, algún día, la gente vendrá y me dirá que tengo una estrella, que todo me sale bien, pero yo también llevo mis fracasitos rotos como muñequitas sin cabeza. Párrafos como éste me hacen sentir, ahora sí, como un Peter Pan de pacotilla.

Me llamó la atención la explicación que tú me diste para todas mis dudas profesionales: «yo creo a veces, amor, que es también un problema de inseguridad», me dijiste más o menos. No estoy muy seguro, pero entendí que querías decir que por esa inseguridad no acometía nada en serio: ni lo de periodista, ni lo de la tesis para luego ser profesor, etc. Es cierto que hay inseguridad, pero creo que en una dirección del todo distinta a la que tú señalabas. Sinceramente, creo que con más o menos esfuerzo, con más o menos travesía del desierto, podría ser periodista o profesor sin ningún problema. Con el pito, que diría Benito Floro. Sólo hay que trabajar duro.

El problema es para qué. Por desgracia, y por mucho que lea a García Calvo, yo también caigo en la trampa de imaginar o pensar a dónde lleva eso, y el horizonte de éxito en esos campos me horroriza. Los he visto por dentro, y hay ejemplos –bastantes– a los que [admiro]  y que creo que han disfrutado su vida y su carrera (no se pueden separar si quieres disfrutar alguna de algo) en esos mundillos, pero veo el panorama bastante desolador. Llegar lejos en ese mundo, tener algún día responsabilidades, me horroriza. Sencillamente porque no sé si mi estómago lo aguantaría. Y, en el caso de que lo aguantara, pobre de mí.

De lo que no estoy seguro, y ésa sí es mi inseguridad, es de si se puede (si podré, porque hay gente que seguro que lo está consiguiendo) sobrevivir en los márgenes de ese mundo. De cualquiera de ellos. Si se puede trabajar en la academia, escribiendo y trabajando contra la academia: la academia donde el 90% de lo que se publica es basura y el 70% de los profesores están contratados gracias a un sistema endogámico. Y qué decir del periodismo, donde sencillamente el 90% de lo que se publica es irrelevante, y el 10% restante, que suele ser más importante directamente mentira. Lo jodido además es que este último diez % es sobre cosas verdaderamente importantes. Un periodismo que es, sobre todo, mala literatura y propaganda, y que su único papel consiste en proyectar un la imagen de la sociedad feliz, por mucho que lo disimulen exponiendo la imagen de los infelices que han sido, o creen ellos que lo han sido, aparatados de la sociedad; una felicidad que aparece como tal, por supuesto, porque es incontestable. Se me hace muy duro pensar que tengo que esforzarme por eso. De la teoría del sacrificio no me creo nada: ningún camino de ningún la mentira no conduce hasta la verdad, la desigualdad nunca traerá la igualdad y no hay camino infeliz que lleve a la felicidad. No hay plazos que valgan.

Ejemplo práctico. Ahora tengo delante una excelente oportunidad: y no es Galicia, claro. Es Tommouhi. Es la oportunidad soñada una y mil veces. ¿Por qué, sin embargo, no me sumerjo sumerjo en ella a pecho descubierto? Por inseguridad, bien sûr. Eso si es inseguridad. Y ni siquiera de que lo podría hacer bien en condiciones óptimas: inseguridad de que lo pueda hacer bien con lo que hay. Y hay, entre otras cosas, mucha gente que te rodea y a cuyos ritmos te habituas y que espera mucho de ti, o al menos que espera lo conveniente, lo natural, y que te acompaña si coincide que pasas por pasabas por allí: no mucho más. Por supuesto, no creo que sea reprochable. Sencillamente es.

Y tampoco quiero condiciones óptimas porque las únicas condiciones óptimas que son óptimas para hacer el libro que hay que hacer, son las que no son óptimas. Esto es, aquellas que plantean todo tipo de dificultades pero que nunca impondrían nada a la boca que pregunta, la cabeza que piensa ni la mano que escribe. Ni plazos, ni estilos, ni tamaños ni obligación. Eso sería óptimo. Pero, claro, ¿cómo decir en la SER, no a la «SER», sino a mis compañeros de carne y hueso como yo, que me dejo la beca ya, porque ya quiero ponerme a escribir un libro sobre Tommouhi («Braulio, estás obsesionado», me dijo a todo esto Á., mi colega del Máster: ¡y es mi colega!); ¿tú crees que al día siguiente no me iban a mirar como a un loco? ¿tú crees que no hay gente en el Máster que si supiera algo estaría haciendo cábalas a ver lo que tardo en darme la hostia? ¿Crees que mucha gente me llamaría para tomar un café cuando no pueda quedar para cenar porque mi fin de mes empieza «desde el día 3»? Es casi más todas esas renuncias de pacotilla lo que me crea una inseguridad acojonante: verme en la intemperie y sin nada que escribir, y tener que volverle a pedir dinero –por fin se lo devolví todo el viernes– a mi hermano Rafa.

Todas esas preguntas me asaltan, mon amour; perdóname por tostarte la oreja, pero sólo el pensar que te lo estoy contando a ti me hace aclararme un poco más, mi niña de «mirada limpia e inteligencia clara».

Te quiero, locura.

[firma]

*Cuando sepa la fecha de publicación en España, la anunciaré aquí.

El libro está en la calle

Falsos testigos del porvenir ya está disponible aquí.

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On andalusian journalism

«Una monografia, un assaig minuciós i detectivesc d’un periodista andalús que l’ha estat penjant parcialment en un blog (i del qual m’he permés beure’n algun glopet)».

Víctor Saura, La Catalunya més fosca. Retrats d’impotència i impunitat, Editorial Base, p. 93, 2009.

Ahmed Tommouhi recurre una de sus condenas por violación ante el Supremo

Eco

***

Ahmed Tommouhi presentó un nuevo recurso de revisión ante el Tribunal Supremo el viernes pasado. El recurso, preparado por el abogado Javier Melero, afecta sólo a la causa de Tarragona, en la que Tommouhi fue condenado junto a Abderrazak Mounib, y se basa en los hechos nuevos recogidos en el reportaje Falsos testigos del porvenir, que publicará Seix Barral Argentina en julio.

Tommouhi y Mounib ya fueron exhonerados en 1997 al demostrarse científicamente, seis años después de las violaciones, que los autores de la cometida en Olesa de Montserrat eran Antonio García Carbonell –físicamente muy parecido a Tommouhi– y un pariente suyo que sigue sin ser identificado.  Tanto en aquella violación revisada de Olesa como en esta de Tarragona, ocurrida cuatro días después, el señalamiento de las víctimas fue la única prueba de cargo.

Este párrafo  resume el argumento del recurso y la novedad que aporta frente al que ya  presentaron sus anteriores abogados, Jorge Claret y Pedro J. Pardo, en 1999:

Es cierto que ninguno de los dos vectores aportados como elementos nuevos por el promovente de aquel Recurso de revisión [denegado en el año 2000] convergían en un hecho que relacionara a Antonio García Carbonell con las violaciones de Tarragona, lo que habría demostrado, a su vez, la inocencia de Ahmed Tommouhi. Por un lado estaba la confusión de la víctima de Olesa, que señaló –indubitadamente de forma errónea- a Ahmed Tammouhi en lugar de a García Carbonell, y por otro la utilización del mismo Renault 5 gris, con matrícula falsa B-7661-FW, que en Tarragona, para la comisión de al menos un hecho delictivo más (el robo de Montornès del Vallès) cuando Ahmed Tommouhi ya había ingresado en prisión. Pero ello no probaba, de forma indubitada, que Antonio García Carbonell fuera el usuario de ese Renault 5 GTX B-7661-FW. Ni siquiera que ese coche fuera el mismo que el recuperado semanas después. Esto es, sin embargo, lo que se podría establecer ahora: la identidad del conductor de ese Renault 5 gris plata, con un golpe junto al faro delantero izquierdo y matrícula falsa; así como que ese Renault era el mismo que el recuperado en Mollet del Vallès el 2 de diciembre de 1991.

El 26 de abril de 2000 Abderrazak Mounib murió en la cárcel. La condena de Ahmed Tommouhi expiró el 26 de abril de 2009.

Una palabra y mil imágenes


portada_elfman
Martín Elfman estaba trabajando en la ilustración de portada, cuando irrumpió un mensaje de la editorial: es demasiado poética, y hay que aprovechar que el libro cuenta una historia real. La portada debería tender a lo «testimonial». El jefe de arte, Mario Blanco, ultima ahora otra propuesta muy diferente. Más allá de la anécdota, me interesa qué puede hacer una ilustración por lo real. La imagen, a diferencia de la palabra, sólo puede ser instántanea: yo puedo decir que «La violación de Cornellà se cometió en un Renault 5 Gris matrícula B-7661-FW», y estoy diciendo la verdad; mientras que la reconstrucción del caso que emitió Documentos TV sobre esa violación, con un R-5, una matrícula calcada, y unos actores que hacen balancearse el coche desde dentro, es esencialmente falsa. La imagen sólo puede aspirar a la «repetición», y no a la representación que sí puede alcanzar la palabra. Siempre podemos reescribir el accidente, aunque no podremos mostrarlo –salvo por el dibujo–  sin una polaroid. Así que una portada en la que se reconstruye la cubierta de un supuesto expediente judicial, incluyendo las reseñas policiales grapadas, resulta mucho menos realista y testimonial que esta otra en la que trabajaba Martín, porque ésta ilustra una idea.

Últimas correcciones

10: 46. Acabo de enviar las pruebas corregidas.

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Cortesías

Primer adiós

1.- El 12 de marzo de 2009, pregunté a mi editora si el libro se iba a publicar también en Argentina. Ésta fue su respuesta:

El libro saldrá en Argentina, claro. Tengo que enviar a España la versión final para que nos den el ok de que lo publicarán, no quisieron comprometerse hasta ver el libro terminado. 

Estaba claro y a la vista de todo el mundo.  Me ahorro publicar aquí las preguntas que ustedes mismos quizá se estén haciendo ahora, porque ahora es tarde: ¡hace casi dos años que debería haberme hecho esa pregunta del revés

***

 

2.- Seix Barral Argentina tiene previsto publicar el libro en junio de 2009.  Hase de caminar por los espacios del tiempo al centro de la ocasión. La detención prudente sazona los aciertos y madura los secretos (Baltasar Gracián). Este blog, hasta que alguna ineludible noticia sea confirmada por los hechos,  deja de publicarse.

 

Salud.

 

P.S. Un borrador de esta entrada fue publicado anoche por error. Eso explica que algunos de ustedes no encuentren la entrada del «domingo». 

 

 

Índice onomástico

Cortesías

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Ángel ACEBES

Taïbi ADDOUM

Giorgio AGAMBEN

Aracel-li AIGUAVIVA

Virginia ÁLVAREZ SALINAS

Abdeslam AMGHAR

Enrique ANGLÉS

Milagros ARBELLA

Modesto ARIÑEZ LÁZARO

José María AZNAR

Fèlix BALANZÒ

Tomás BÁRBULO

Juan Alberto BELLOCH

Jamal BENALI

Reyes BENÍTEZ REDONDO

Juan José BLANCO BAZÁN

Eva BOBROW

Roberto BOLAÑO

Manuel BORRAZ

Mónica C. BELAZA

Juan Antonio CAPARRÓS

Xavier CASTELLVELL DÍEZ

María Luisa CAVA DE LLANO Y CARRIÓ

Mohamed CHAIB

Thierry CHIREZ

Jorge CLARET

Antoni COMÍN

Teresa COMPTE

José CÓRDOBA CASTILLO

Juan CRUZ

Félix DE AZÚA

Luis Alfredo DE DIEGO DÍEZ

Ana DE MIGUEL

Pedro Antonio DE PIZARRO

María Pilar DE PRADA BENGOA

Guy DEBORD

Antonio DEL MORAL GARCÍA

Joaquín DELGADO GARCÍA

Noureddine DOUAH

Arcadi ESPADA

José María ESPAÑOL JORDÁN

Mariano FERNÁNDEZ BERMEJO

Sergio FERNÁNDEZ IGLESIAS

Ángel FERNÁNDEZ-SANTOS

Luigi FERRAJOLI

Carles FRANCINO

Teresa FREIXAS

Olga FUENTES

José Manuel GAGO SUÁREZ

Adolfo GALLEGO

Agustín GARCÍA CALVO

Antonio GARCÍA CARBONELL

Fermín GAVILÁN

Eduardo GIL BERA

Carlo GINZBURG

Soledad GOMIS

Elena GUINDULAIN OLIVERAS

Fátima HAMMANI

Abdeslam HAMMANI

María José HENARES

Joan HERRERA

Alfred HITCHCOK

Esteban IBARRA

Santiago JOANIQUET

Josep María JORI

Franz KAFKA

Karl KRAUS

Josefa LEÓN LÓPEZ

Juan Fernando LÓPEZ AGUILAR

Miguel LÓPEZ LÓPEZ

Domingo MARCHENA

Margarita MARISCAL DE GANTE

José MARTÍN VÁZQUEZ

Joaquín José MARTÍNEZ

Carmen MARTÍNEZ

Álex MASLLORENS

Abel MATUTES

José María MENA

José María MICHAVILA

Macario MOLINA CAMPOS

Abderrazak MOUNIB

Abdel MOUNIB

Enrique MÚGICA

Miguel Ángel NARANJO

Maika NAVARRO

Gemma NIERGA

Joan M. OLEAQUE

Manuel OLLÉ

George ORWELL

Pedro J. PARDO

Jordi PANYELLA

Francisco Javier PAULÍ COLLADO

Jordi PEDRET

Moisés PEÑALVER

Antonio PEREA VALLANO

José Manuel PÉREZ

Josep María PIJOAN

Mariona PLANAS

Lidia Q. MARTÍN

Andrés RABADÁN

Pere RAMELLS

Pere RÍOS

Margarita ROBLES FERNÁNDEZ

Martín RODRÍGUEZ SOL

José Luis RODRÍGUEZ ZAPATERO

Luisa Fernanda RUDI

Eugenio SABATÉ

Emilio SÁINZ ORTEGA

Andrés SALCEDO VELASCO

Kamel SALIM

Rafael SÁNCHEZ FERLOSIO

Balbino SANJAIME

Joan SAURA

Sergio SOLANAS

Felipe SOLER FERRER

Enriqueta TEROL ENSEÑAT

Gérard THOMÀS ANDREU

Ahmed TOMMOUHI

Omar TOMMOUHI

Khalid TOMMOUHI

Manuel TRALLERO

José VALVERDE

Elisa VAZ

Manuel VIVERO CHAO

Mostafá ZAIDANI

Nuria ZAMORA PÉREZ

P.S. Por razones logísticas, la fecha de la entrada se ha tenido que adelantar a su hora habitual de los lunes.

Citas y desvíos

Las preguntas sobre el uso de las citas «literarias», se resuelven como ya adelanté entonces. Al final del libro va un inventario, de citas y desvíos (algunas no son exactamente citas, sino derivaciones, transformaciones, decantaciones, etc, de otra original). 

Hacerlo así, tiene algo de fracaso: una concesión a esa policía de las patentes. Y no sólo porque estoy seguro de que los autores citados no perderían un minuto en esas minucias. (Aunque, dicho sea de paso, lo contrario me daría lo mismo). Es que la estrategia contra la separación (de épocas, de sujeto y objeto, de forma y contenido, etc…) que implica esa desaparición de las comillas, al desvelarse, se arruina. 

Tenía casi decidido una solución intermedia: publicar el inventario sólo aquí. Pero, un último motivo, estrictamente personal, me sigue diciendo que lo haga también en el libro. Con algunos de ellos, los que están vivos, básicamente, es el reconocimiento de una deuda. 

 

***

RELACIÓN DE CITAS Y DESVÍOS

 

«Cette lache imitation qui est la dupe du présent et le faux témoin de l’avenir».

Guy Debord, In girum imus nocte et consumimur igni. 

 

Pág […]: «El periódico no es un extracto de contenidos, sino un contenido; más que eso, es un estimulante. Trae noticias sobre atrocidades y de ella surgen atrocidades». Karl Kraus: Escritos, Visor, Madrid: 1990, p. 120.

Pág […]: «La falta de autonomía de la escritura, su dependencia de la criada que enciende la lumbre, del gato que se calienta junto a la estufa, incluso del pobre viejo que también se calienta […]. Franz Kafka, Ante la ley, Debolsillo. 

Pág […]: «El riesgo es aquí que la palabra se separe de aquello que revela y adquiera una consistencia autónoma.» Giorgio Agamben: La sociedad del espectáculo y la política del hombre cualquiera, en Archipiélago, núm. 16, p. 29.

Pág […]: El verbo castellano impersonal por excelencia (?), Rafael Sánchez Ferlosio, El alma y la vergüenza. 

Pág […]: «Quien no sepa leer, que siga la flecha». Fèlix Balanzó, Els senyals del contrabandista, Llibrex de l’Index.

Pág […]: «Archipiélago: conjunto de islas unidas por aquello que las separa». Revista Archipiélago. 

Pág […]: «La imagen de la cabeza como un bote, por donde se filtra constantemente el agua de la imaginación, es comprensible para cualquiera que haya intentado escribir un solo párrafo veraz. El agua, además, llena el bote insidiosa y lentamente, y la tarea del escritor faction es advertirlo antes de que la narración acabe en naufragio.» Arcadi Espada, Periodismo práctico. Espasa.

Pág […]: «Se puede definir como religión a aquello que sustrae cosas, lugares , animales o personas al uso común  y las transfiere a una esfera separada.» Giorgio Agamben, Profanaciones, Anagrama, p. 96.

Pág […]: «Aquí la necesidad natural ha dictado sentencia contra la mentira del punto de vista». Karl Kraus, op. cit., p. 120.

Pág […]: «La novela moral es literariamente inmoral en la medida en que la intención bastarda se interfiere con la intención legítima; esto es, en la medida que para servir a la ejemplaridad siempre se manipulan, quiérase o no, los acontecimientos.» Rafael Sánchez Ferlosio, Sobre el Pinocchio de Collodi, en Ensayos y artículos, Vol ¿?, pp. 91-92.

Manuscrito (redux)

14:22. El manuscrito (redux) ha sido enviado a la editorial Seix Barral Argentina.

Además de las páginas que he venido arrancado aquí, entre una y otra versión he quitado el capítulo de García Carbonell entero, así como el de Historias de la Cárcel, La sentencia, Carta abierta a una magistrada v La desaparición del público. ¿Por qué? En algunos casos, porque la función a la que se debían puede desempeñarla este blog (La Sentencia y Carta abierta, etc);  en otros, porque estaban mal acabados (Historias y La desaparición…). El capítulo de García Carbonell lo he quitado porque es el negativo de lo que cuenta el libro. No siempre llegamos a ser todo lo ambiciosos que nos hubiera gustado.

La siguiente entrada de este blog se publicará el lunes 6 de abril. Es casi seguro que incluirá dos moralejas y una noticia.

Salud.

Efecto gabardina

Con este abrirse la gabardina y quedarse en bañador, que voy  a quitar también, creo que culmina la cura de adelgazamiento del autor. Este entrar a matar con el estoque, resulta una charlotada. Me gustaba mucho lo del grumo. Ya ven. 

 

***

 

El camino más recto para llegar a la verdad de las cosas es entregarse a ellas, quitándote de en medio, sin esperar nada. Una madrugada de julio de 2008 me di cuenta de que aquellos desvelos míos eran un desvío, un rodeo de mis prejuicios. Esos días desayunaba y bajaba a la playa hasta la hora de comer. En bañador, con un millón de turistas detrás y el mar por delante, el sol te devuelve tu escala diminuta, y una enorme curiosidad por todo lo demás. Después de una ducha, la siesta es un hermoso y profundo olvido del que se suele salir con ganas, pero sin culpa. Luego me sentaba a escribir. Hacía tiempo que no abría este sumario, que no pensaba en las conversaciones con Andreu y Robles, que no recordaba el eco roto de la pregunta de Tommouhi: «¿dónde está toda la sangre que me sacaron?», y una de esas noches, con las manos sobre los folios y la mesa, y no llevándomelas todo el rato a la cabeza, leí al fin la sentencia. Todavía saboreo este grumo en su lengua aséptica.

Dientes de leche

Al cabo de muchas de las conversaciones más importantes de estos años, me queda una deprimente impresión sobre la opinión que los actores tienen del periodista. No digo que no sea un problema estrictamente personal, que yo sea un don nadie y para eso se preparen y así me reciban. Que además no preguntaba en nombre de ningún medio del que pudieran temer una cierta repercusión. Y desde luego tiene mucho que ver también con lo desenfocado del tema, tan poco actual y tan poco efervescente: yo no preguntaba por Madeleine, sino por un moro que nadie sabe pronunciar su nombre. No digo que todo eso no sea importante. Digo que no es suficiente para entender por qué me recibían sin ni siquiera haber repasado el tema de conversación, con una confianza descomunal en la retórica, con una seguridad bananera en su savoir-faire. Hablo de gente en permanente contacto con los periodistas. No es inexperiencia. Los magistrados Robles y Andreu, los abogados de pago de Tommouhi, el sargento López de la Policía Judicial de Tarragona, el fiscal Mena: todos tienen graves responsabilidades en este caso y todos encaraban la conversación como si sus chapuzas quedaran por encima del bien y del mal. De hecho allí llevan años. Ya me gustaría poder decir que para descubrirlas me ha hecho falta una constancia heroica, un aliento homérico, una obsesión suicida. Estaban a la vista de cualquiera que sepa leer. La impresión es que de tanto respetar el argumento de autoridad hemos llegado a este punto en que la autoridad ya no cree que haga falta ningún argumento.

La fe privada en un mundo sin notarios

Definitivamente, el bosquejo sobre la desaparición del público, ha desaparecido. Las tres primeras notas que ya publiqué aquí. La cuarta, sin embargo, ha encontrado su lugar natural en el texto, y estas páginas de la quinta, más que a la papelera, irán al reciclado. Un día podrían servir para encender el fuego.

***

5.- (Los notarios) El XX de Octubre de 2006, en el programa Els Matins de TV3, entró en directo un preso que había compartido sombra con Tommouhi en Can Brians, Joaquín Rey. Por teléfono, explicó que años antes también había conocido a García Carbonell en la cárcel de Quatre Camins, que éste le había confesado ser el autor de las violaciones de 1991 por las que estaba pagando Ahmed Tommouhi y que él -Rey– lo había denunciado ante el juez de vigilancia penitenciaria. La importancia de la revelación no impidió, de acuerdo a los cánones televisivos españoles, que la información quedara disuelta en una nube imprecisa de fechas, juzgados y (sin)razones de última hora. ¿Por qué nunca se lo había comentado al propio Tommouhi, cuando se veían en la cárcel, para que este lo pusiera en conocimiento de los abogados, y sí lo hacía ahora por televisión? Una sencilla pregunta que nadie planteó, seguramente porque cuestionaba la propia puesta en escena. Días después llamé a Rey por teléfono y su número de móvil ya no existía, y según me comentaron, había puesto precio a su exclusiva. Todo esto no desmiente que esa denuncia se haya presentado efectivamente, sólo digo que yo no lo he podido confirmar. Pero no es eso lo que interesa ahora. Cuando Tommouhi y Claret se encontraron en la Audiencia, el ex abogado explicó al periodista que esa declaración podía constituir un hecho nuevo suficientemente relevante como para instar un nuevo recurso de revisión, aunque convendría registrarla ante notario. Si al periodista, Jordi Panyella, no se le ocurrió incluir la pregunta «¿y a qué espera usted, en tanto que abogado defensor, para iniciar los trámites?» en su crónica, quizá fuera porque le faltaron reflejos, pero lo que es indiscutible es que su inclusión habría acabado con la ficción inocente-y-abogado-buscando-pruebas que da por hecho esa noticia falsa. Es decir, habría echado abajo la representación. Meses después, Ahmed Tommouhi, paseando por Barcelona y recordando todo aquello, lanzó la pregunta que me interesa ahora: «¿para qué hace falta un notario, si lo dijo en la televisión, delante de todo el mundo?» Contra lo que pueda parecer, no es sólo la pregunta de quien no entiende los formalismos legales. Es más radical que todo esto: es una pregunta pre-espectacular, pero que no por eso, o precisamente por eso, deja de ser inquietante. Un notario puede dar fe pública, entre otras cosas, de que una declaración se ha producido, precisamente porque el público ha delegado en él su función como garante de que algo ha ocurrido. Por eso, un notario no puede, por definición, garantizar nada que no sea públicamente controlable. No puede, por ejemplo, garantizar la profunda convicción que mueve a alguien a dictar un testamento y que podría llegar a invalidar sus consecuencias: simplemente puede garantizar el dictado. Algo de eso había también en el mandato del periodismo, y por eso hay quien ha visto en él a un notario de la realidad*. La pregunta de Tommouhi se sostiene sobre la convicción de que la verdad es una, y que es la mentira la que tiene mil caras, algo que cualquier contemporáneo de Montaigne seguramente compartía. En último término, Tommouhi cree que el público puede ser también testigo, notario de lo que se le cuenta. La progresiva inversión de esa premisa, en la que la verdad depende del cristal con que se mire y en consecuencia puede empaquetarse a gusto del consumidor, esa privatización, destruye al mismo tiempo la posibilidad de que los diversos intermediarios, notarios y periodistas, entre ellos, pero también políticos, alcancen a decir nada verdadero del mundo del que hablan, más allá de la provinciana defensa de sus intereses, nada que no sea lograr agrandar la parte del «público objetivo» –así lo llaman– que se identifica con su particular visión de la nada. Esa inversión supone en último término la irrelevancia del público. La desaparición del público como espejo del mundo supone a la vez la destrucción de la idea de mundo como lugar común entre víctimas y verdugos, jueces y condenados, periodistas y lectores, políticos y electores: esto es, un lugar en el que se puedan hacer preguntas. El círculo de esa destrucción se cuadra con la imagen de un político, Artur Mas, registrando ante notario sus promesas electorales durante la última campaña catalana, para salir por la tele.

*Arcadi Espada.