Llegada la hora de la verdad, la verdad aparece impuntual, troceada y enredada. La primera tarea, sentado con regularidad industrial frente a la mesa, es ordenar los vestigios de la investigación (nunca terminada del todo) sin desesperación ni pausa: compruebo ahora hasta qué punto mis intenciones metodológicas deben concretarse en la oración diaria: transcripciones de entrevistas, relectura de notas, selección de citas, datos, frases. Todo lo cual ayuda para no desesperar por la falta de imaginación.
El objetivo es que cada palabra lleve su cosita dentro, ajustada: palabras que no parezcan un sonajero, pero que tampoco sufran de elefantismo. La precisión en el relato de los hechos no sólo reclama la palabra exacta: la claridad en la formulación de la frase y el orden de sus elementos suponen también un trabajo de fidelidad al tiempo y el espacio en el que ocurrieron según el relato de las víctimas y testigos y otras fuentes documentales. Así, la diferencia entre estos dos párrafos:
Le taparon los ojos y la subieron a una furgoneta que había cerca. Una Mercedes Benz, al parecer, azul metalizado. La puerta lateral, por donde la obligaron a subir a ella, era corredera. Una vez dentro la taparon con una manta y arrancaron.
Tapados los ojos y a bordo ya de la Mercedes Benz azul metalizada de los asaltantes, la chica, cubierta con una manta, viajaba en la parte trasera cuando arrancaron. La puerta lateral de la furgoneta era corredera.
Trabajo convencido de que el primero, aunque provisional, es más verdadero: en el segundo nadie tapa los ojos a la chica, la imprecisión verbal emborrona el tiempo en el que se sucedieron los hechos («viajaba cuando arrancaron»), la furgoneta no está en ningún sitio, la puerta lateral aparece desplazada y la seguridad en cuanto al color y la marca del vehículo es una exageración del narrador, que no respeta la precaución de la propia víctima, y que por inercia rebaja una información valiosa: la seguridad de la chica, esta vez sí, de que era una furgoneta y no un turismo pequeño.
En esta primera parte (hechos probados del 91 y 95, primera investigación de la Guardia Civil y condena revocada) la verificación obliga sobre todo al contraste de las declaraciones, la selección jerarquizada en base a su importancia, pero sin subrayados, y la absoluta circunspección del narrador, esa tercera persona que soy yo más allá de mis circunstancias. La objetividad, a no borrar los trazos que puedan cuestionar la tesis que va a defender el libro. El descarte sólo es admisible sobre aquello que sea irrelevante para las dos posibilidades: que el convencimiento de las víctimas sea erróneo o acertado. El juez, como en todas las cuestiones morales, es el de siempre: uno mismo. Aunque nada tiene eso que ver con el subjetivismo.
En el adelanto del proyecto que envié al Premio Crónicas inserté este aviso al lector que sigue estando vigente, y aclara el método para la reconstrucción de los hechos de 1991 en el segundo capítulo:
Éste se compone principalmente de las declaraciones de las víctimas en comisaría a las pocas horas de haber ocurrido los hechos, los informes médicos, periciales, el resto de diligencias policiales y una conversación con A., uno de los chicos víctima de la agresión y testigo de las violaciones de La Secuita. He procurado no añadir ni quitar absolutamente nada: siempre que ha sido posible he utilizado incluso, al enlazar las frases, las expresiones de las víctimas, lo cual casi nunca se refleja con el uso de las comillas. Estas sólo se han utilizado para presentar lo muy delicado, lo muy decisivo, y las frases de los agresores que las víctimas citan literalmente en sus declaraciones.
Los hechos de 1991, las detenciones que les sucedieron y los detenidos que pasaban por allí, no pueden aparecer aquí bajo ninguna luz artificial que los relacione, más allá de la sucesión en el tiempo. (Las metáforas de la policía, periodistas, fiscales y jueces son material para la segunda parte, donde aparecen sincronizados con las impresiones de las víctimas). No hay conectores, no hay argumento, no hay explicación. Hay parejas, coches, caminos apartados, violaciones, secuelas, detenidos, fotografías, comas, puntos, párrafos y páginas.
Tampoco puede haber indignación, porque me parece que es el mejor modo de no expropiar a las víctimas (chicas y condenados por la cara) su dolor.