Archivo mensual: agosto 2008

Añado, a la conversación de Kafka con Gustav Janouch, un apunte propio

«La vida es demasiado corta para la forma literaria extensa; demasiado fugaz para que el escritor pueda entretenerse en descripciones y comentarios; demasiado psicópata para que pueda hacerse psicología; demasiado novelesca para una novela….La vida fermenta y se descompone con demasiada rapidez para poder conservarla mucho tiempo en libros vastos y largos».

Franz Kafka, Ante la Ley: Debolsillo, Barcelona, 2005, p. 15.

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13.50 horas. Traigo 200 folios impresos, y encuadernados. Edding rojo. No es ni siquiera el primer borrador, como mucho el primer emborronado. Me quedan por lo menos otros cien. Pero por fin voy a ponerme a corregir. Y sobre todo, por fin puedo mirar para atrás, y esta intensa calma, esta sensación verdadera de que no me voy a morir, de que esa ansiedad –no toda la culpa la tiene el libro, ni mucho menos– que me devoraba tampoco va a poder ya conmigo, me vuelve y se instala. Más que euforia, una incierta, y poco conveniente, orgullosa rabia. Entre la intimidad y el exhibicionismo, este vértigo inseguro de sólo saber si me equivoco, si me sobrepongo, si exagero, publicándola.

Ella era así

En 1996, dos periodistas, Pilar Ferrer y Luisa Palma, publicaron «Ellas son así«, una obra con 21 perfiles de mujeres relevantes de la política española de aquellos años. El subítulo aclara que se trató de un «Retrato íntimo de las mujeres del poder«. El libro fue presentado por el entonces ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch, el que era portavoz en el congreso del Partido Popular, Rodrigo Rato, y el ya ex jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo. La magistrada Margarita Robles era entonces Secretaria de Estado de Interior, «viceministra», según recogen las autoras. En 1991, había sido la primera mujer en presidir una Audiencia Provincial, la de Barcelona. En 1992, presidía el primer tribunal que condenó a Ahmed Tommouhi por la causa de Cornellà, a pesar de que el semen recogido en la braga de la chica violada no era suyo. El capítulo XV está dedicado a ella. Se titula «La primera de la clase». Copio y pego estos párrafos que trazan los rasgos de su perfil:

 
Es Margarita Robles, viceministra de Interior, una mujer de poca estatura pero atractiva. Piernas sólidas, ademán resuelto, ojos verdes, cabello negro y labios carnosos que aprieta rápidamente para que su interlocutor no tenga ninguna duda. (…)
 
De pocos amigos, pero leales, la mujer que tiene a sus órdenes a la Policía y Guardia Civil no es, sin embargo, ambiciosa. El poder, afirma, «no sirve de nada si no haces algo por los demás, a mí me mueve la fe por cambiar la sociedad, lo peor de la política es alejarte de la realidad y yo procuro no hacerlo. [….] ¿Mandona?, pues sí, es lo que he hecho toda mi vida, no sé si por suerte o por desgracia, profesionalmente siempre he mandado, como juez y ahora aquí me he acostumbrado a decir a los demás lo que tienen que hacer«.
 
Sus años estudiantiles, […] los pasó en Barcelona. […] Allí aprendió a hablar catalán y cursó la carrera de Derecho. Las aulas hervían al calor de la transición política y las paredes reclamaban sueños de libertad, pero Robles nunca realizó pintadas en la facultad ni militó en partidos revolucionarios. Ella dedicó aquellos años a estudiar y culminar su sólida biografía de brillante alumna, aventajada y con dotes de mando: «La idea de impartir justicia siempre me fascinó, además de decidir, ser juez es para mí la mejor profesión, la que me mejor representaba  mis ideales de rectitud y seriedad al servicio de los demás
 
Robles necesita sentirse ella misma también en el amor y tiene claro que un tipo determinado de mujer asusta a los hombres: «Estoy convencida de ello como de que las mujeres somos también más inteligentes que los hombres, nuestro cerebro es superior, lo dicen estudios acreditados
 
El instinto es otro de sus puntos fuertes: «Tengo muchísimo olfato, me equivoco bastante poco, por eso he sentido pocas decepciones y desde luego nunca he sido traicionada por nadie, no lo habría tolerado. Sólo me importan las críticas de mis amigos, de los que trabajan, desprecio profundamente a esos criticadores profesionales que lo único que hacen es destructivo, criticar con ignorancia y lápiz rojo
 
«Entré con veintitrés años de juez en un pueblecito de Lleida, era una niña y no me amilané, ahí empezó mi experiencia personal, mandar, ¿quién se atreve con la juez del pueblo?, decía la gente. En fin, mandar es también ser muy exigente contigo misma y tener capacidad organizativa 
 
En ocasiones entra en alguna pequeña iglesia de pueblo y disfruta con la sensación de paz, como creyente le gusta la soledad de los templos y la música de órgano de Bach, no en vano Robles, de niña, le habría gusta irse a las misiones, por aquello de la función social, y ejercer la medicina: «Esa es mi otra vocación, el derecho y la ciencia tienen algo en común, servir a los demás«. La medicina y la ciencia le interesan mucho, así como la física, que ocupa parte de sus lecturas.
  
«Soy una persona de pocas dudas –dice– porque si tomo una decisión es la mejor que podía tomar y lo demás son tonterías, es saludable para la mente

De entre el habla y la prosa, sacar la lengua

Transcribiendo conversaciones grabadas con Ahmed Tommouhi, me enfrento con un problema del que ya había oído (leído) hablar a Janet Malcolm en el epílogo de El periodista y el asesino (2ª edición, Gedisa, 2004): la transcripción literal necesita siempre de una traducción al castellano escrito para que se entienda. Parte de la polémica suscitada por esa tesis de Malcolm (la necesidad de traducción), a raíz de una carta de Brenda Maddox, está aquí.

El problema se agrava por las serias dificultades (de forma) que tiene el señor Tommouhi al hablar castellano, pero, al mismo tiempo, se aligera por la sencillez (respecto del contenido) con la que lo hace. El señor Tommouhi habla sin florituras, directo y sincero. El resultado es de una crudeza que, para quien lo escucha y entiende, impresiona. ¿Cómo transcribir esa crudeza, sin adornarla, pero sin que pierda tampoco su fuerza? Ése es el problema.

Un problema, ya digo, que se me ha aparecido ahora que transcribo largas conversaciones. Hasta ahora, muchas de las citas suyas que he utilizado procedían de anotaciones mías tomadas a vuela pluma, por lo general breves, de otras más largas escritas después  de la conversación, al llegar a casa y escribir una nota de diario, y de las actas de las declaraciones del sumario.

Sobre las anotaciones más largas, me extraño al comprobar los matices que han ido adquiriendo, o perdiendo, esas notas según el paso del tiempo. Este párrafo, por ejemplo, es una transcripción casi literal de las notas casi literales que tomé la primera vez que lo visité en la cárcel. Yo le había preguntado si era verdad que habían ido compañeros suyos a declarar al juicio de Cornellà:

–No vino nadie. No llamaron a nadie, en ninguno de los juicios. Sólo en la causa de Terrassa. Pero no les hicieron caso. ¿Qué más hay que demostrar en mi caso?. Todo se ha demostrado, y no lo he demostrado yo. Lo han demostrado otra gente, como la Guardia Civil, trabajando duro, por las noches, qué quieren más. Conmigo se han equivocado dos veces. La primera en el 91, porque las víctimas me señalaron, pero bueno, luego se demostró que se habían equivocado, cuando apareció el gitano y la policía investigó. Me quitaron una, y las otras tres: ¿por qué no quieren investigar? En mi caso, ya todo se demostró, y lo único que ha faltado, y no debería faltar si España es de verdad un país democrático, es un hombre valiente que firme mi libertad. Porque esto es increíble que estemos pagando por lo mismo, el gitano y yo, el culpable y el inocente. ¿Qué pasa? A eso no hay derecho.

Este otro, de una historia que ya publiqué aquí, fue escrito al llegar a casa, con la memoria todavía fresca, a partir de las notas que iba tomando sobre la marcha, esto es, mientras andábamos, y durante los silencios que se producían, a menudo sentados a la mesa en un bar:

Un día comí cerca. Me encontré a uno que había conocido cuando estaba dentro [en la cárcel]. Por ahí un poco más arriba. Uno que tenía el pelo largo, despeinado y de punta. No estaba normal-normal. Hombre, qué alegría, me abrazó, todo. Vamos a tomar un café. Vamos, le dije. Tomamos café. Y cuando fue a pagar, le veo que no tiene dinero, que va a pagar con tarjeta. “Tranquilo, hombre, pago yo ”, le dije. Pagué. ¡Que yo no estoy nervioso!, me dice. Bueno, tranquilo. Ahora vamos a ir a comer a un sitio que te voy a llevar yo. No, de verdad, Jordi, se llamaba, de verdad, estoy cansado, quiero irme a casa, tranquilo. Que no, que vamos a ir a comer juntos, que te invito yo, que es un restaurante que no ponen jalufo [cerdo], que ponen pescado. De verdad, Jordi. Que tú hoy vienes a comer conmigo. Bueno. Vamos. Vamos a un cajero, mete la tarjeta, porque tiene una pensión, no estaba muy bien, y le dan 500 euros. Sacó dinero y fuimos a comer.

Este segundo me parece que suena más real , más oral. El primero, en cambio, es una anotación tomada casi en directo, y con expreso deseo de literalidad, mientras que la otra está hecha horas después. La razón que explica ese resultado paradójico, quiero creer, se debe a que en la segunda yo mismo estaba ya más habituado a oír y entender la lengua que habla Ahmed. Esto es: que como la oigo mejor, la olvido menos, y en consecuencia puedo transcribirla casi literalmente. La primera vez, aunque la entendía igual, todavía no la hablaba, no estaba familiarizado con ella, y por eso al transcribirla la debí ir traduciendo directamente a un castellano más correcto.

Más problemas: obviamente, ni se pueden embellecer los hechos ni los personajes, y esto segundo pasa por no embellecer sobre todo su palabra. Mi problema, sin embargo, no viene por derecho: no es que tenga la sensación de que hará falta ese embellecimiento para que suene poderosa la palabra de Ahmed. Es al vesre. La segunda parte de libro se articula, sin decirlo, desde dos planos: el de una palabra sin mundo, y el de un mundo sin palabra. No teman, porque luego todo es mucho más sencillo. La palabra sin mundo es la de la representación producida por el proceso judicial: una representación sin verificación, por lo que habla, y habla y declara probado, sin nada material que la sustente. Prosa revelada: verbo sin carne. El mundo sin palabra, es la voz de varios protagonistas, pruebas y documentos dejados sin efecto por esa misma representación, pero que están ahí: tan reales como usted y como yo, y en pie. La voz del condenado que queda vivo, obviamente, es crucial. El autor, por cierto, encuentra gran satisfacción en darle la palabra a esas voces. El interés, y el problema del revés, están ahí: la expresión de Ahmed Tommouhi es, por momentos, tan seca y sincera, y de tan ejemplar eficacia, como para que el desafío consista precisamente en no embellecerla de modo que acabe pareciéndose al diálogo con un actor. Porque no lo es.

Un último problema tiene que ver con la eficacia del argumento, en una discusión clave: qué nivel de castellano tenía el señor Tommouhi en 1991. Hubo víctimas que declararon que el violador hablaba «perfectamente» castellano. Cuestión dilucidada en algunas sentencias de manera espectacular, y en la que alguna víctima sigue todavía hoy haciendo hincapié, sin ver que mete la pata. Por ello quizá mantenga algún fragmento de esas transcripciones en su literalidad, para que el lector mismo pueda juzgar si habla así, o es que lo hace para disimular. Este fragmento, por ejemplo, en el que resume su caso, desde que vino su hermano con la buena nueva de que la guardia civil se había puesto a investigar hasta hoy:

Mi hermano cuando viene como te digo….Buena notisia, buena notisia. Estar tranquilo, dormir tranquilo. Mira, yo venir a mi un guardia civil me dice cogen gente tú estás pagando de parte de ellos. Y me dise: parese igual que tú. De su cara, de todo. Somos iguales. Igual gemelos, me dise. Me ha dicho que aquel guardia sivil siguiendo trabajando, no te va a dar tardar mucho. Mucho, mucho: tres, cuatro meses te va a salir a la calle. Yo he dicho, vale: me trae buena notisia mi hermano. Bien, he dicho: bien. Esperamos. Cada día llegamos más notisias buenas. Nos animamos. Bien. No pensábamos van a dejar a mí. Van a investigar bien, bien, bien. Van a revisar estas causas. Eso es que he pensado yo siempre. Y mucha gente. No sólo yo. Mucha gente que se entera, eso que piensan. Esa es la primera notisia. Estamos, mu calmao, tranquilo. Ahora va a llegar la verdad y ya está. Ahora investigar de nuevo y ya está. Y cada mes vienen con una noticia nueva: cogen coche, cogen otro. Desde luego revisan este caso: primer caso revisan. Esto va a quedar: luego esto, va a revisar este caso Olesa, luego van a revisar otro. Estamos bien. Con esperanza, má animao, más…como notisia buena. Una notisia buena me viene aquí dentro, por ahí dentro. Pero al final solo me revisan eso caso. Y cada vez, esperando, esperando. Cada vez, falta no sé qué, falta un coche, probas, preguntamos para eso, no sé qué. Al final no puede revisar todo caso. Al final no quiere revisar todo. Y vienen con mala notisia: tiene que pedir indulto, y para indultos quedar yo: sabe que cosa está dormida. Eso, jugar conmigo. Uno tirarme para otro. Y ya está. Si no aguantamos. Aguantamos al final y ya está.

Dos hombres (hace cuatro años)

ARCADI ESPADA, EL PAÍS, 13-04-2004.

Ahmed Tommouhi y Manuel Borraz se encontraron en las páginas de los periódicos. Para eso sirven. Encontrarse en los periódicos es muy parecido a topar doblando una esquina con otro cuerpo que la dobla en sentido contrario. Depende de un hilo. Es probable que los dos que topan hayan gastado el día en asuntos muy diferentes: pero los dos van a encontrarse con precisión implacable. Habría bastado con demorarse un segundo en la limpieza de los dientes. Como el gordo calvo del poema de Szymborska (Un terrorista: él observa), que vuelve al bar por los «miserables guantes» que dejó olvidados y sólo faltan 10 segundos para la bomba de las trece menos veinte.

Manuel Borraz leía el periódico y se encontró con el nombre de Tommouhi y su historia. No la ha dejado. Es el único ciudadano que no la ha dejado. La honra cautiva de esta ciudad. Es el único, también, que puede explicar la historia de Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib. Este último ya murió. Este 26 de abril hará cuatro años que murió. El último correo que Borraz envía tiene este subject: «¿Qué habría pasado si…?». Y este párrafo: «Hace cuatro años hubo que lamentar que Mounib falleciera sin haber podido solucionar su problema y se calificó de vergonzosa la lentitud de la justicia. Ahora sabemos «qué habría pasado si» hubiera seguido vivo: ¡NADA! Lo certifica Ahmed Tommouhi, compañero de infortunios».

La historia. La explica Borraz. En 1991 Tommouhi y Mounib fueron condenados por violación, gracias a que algunas víctimas dijeron reconocerles. Algunas víctimas deslumbradas en deslumbrantes ruedas de reconocimiento. Gracias a la perseverancia de su Omar Tommouhi y al grosor técnico y ético de un miembro de la Guardia Civil se pudo concluir que varias de las identificaciones fueron erróneas y en uno de los delitos que les achacaban pudo probarse, gracias al ADN, que otro hombre había sido el culpable.

El párrafo anterior no habría de engañar a nadie a pesar de su discreto tamaño. Porque en él, entre detención, juicio, recursos y condena anulada, caben ocho años. Fueron los que pasaron hasta que en 1999 la Fiscalía de Cataluña pidió el indulto en razón de las dudas fundadas sobre la justicia de la sentencia condenatoria. Era con esta decisión del fiscal José María Mena con la que Manuel Borraz abría otro de sus antológicos correos desesperados. Éste tenía la higiene como tema. La Fiscalía se lavó las manos, porque la ausencia de «una prueba objetiva» de su inocencia le impedía impulsar la revisión del caso. Se limitó a pedir un indulto: que Dios te perdone, Tommouhi. El Tribunal Supremo hizo lo mismo. Tampoco había pruebas «firmes y sólidas» de su inocencia. Que el Gobierno te perdone, sugirió. El Tribunal Constitucional consintió, no sin antes cerrar las puertas a la revisión del caso: que el Gobierno te perdone, Tommouhi. El Defensor del Pueblo se lavó las manos porque no puede opinar sobre asuntos judiciales y sólo le preguntó muy respetuosamente al Gobierno por qué tardaba tanto el indulto. El Rey se lavó las manos porque reina: pero pasó la queja al Gobierno. La Generalitat se lavó las manos, porque no está otro gesto entre sus competencias. Comida y alojamiento no le faltan a Tommouhi, apostilló, sin embargo. Borraz escribía esto en noviembre de 2003. Y remataba: «Así son posibles 12 higiénicos años de cárcel».

Las últimas noticias del correo de Borraz oscilan entre el examen del caso que hará el Tribunal de Estrasburgo y la respuesta que reciba el diputado Pedret, que había preguntado al Gobierno, antes de que el Gobierno cambiara, por qué tardaba tanto en conceder el indulto. ¡Tanto!: casi cinco años desde que lo reclamara la Fiscalía. Casi 13 desde que entraron en la cárcel. Una tarde Mounib dijo a su abogado: «Acepto los errores, pero ¿algo que dura tanto es un error?». Quizá hablara de la muerte.

Tommouhi no conoce a Manuel Borraz. Nunca se han visto. Tal vez sepa algo de él por sus abogados. Tal vez ni eso. Borraz tiene 43 años y es ingeniero. Vive en L’Hospitalet y trabaja en un pequeño taller familiar. No pertenece a nada. Es magnífico. A ningún colectivo con propósitos humanitarios. Incluso debe de ser uno de los pocos barceloneses que no están alistados en la Asociación Protectora de Toros Psíquicos. Tal vez vaya al Fòrum, a verlo, algún domingo por la mañana. Nunca le interesó particularmente el periodismo de sucesos ni las cuestiones judiciales. Sólo es que se fijó en los periódicos. Un día. A la una menos veinte. Un hombre sobre otro hombre. Por nada. Por hombre. Borraz empezó a enviar cartas a ministros, fiscales, concejales, periódicos. En 2002 construyó la web sobre el caso, un claro, conciso y emocionante ejercicio de solidaridad.

Ya he dicho que Mounib murió en prisión. Ahmed Tommouhi obtendrá este año el tercer grado y podrá salir. Llegará antes el tercer grado que el indulto. Han pasado 13 años. No hay pruebas de que violara a nadie. Hay pruebas (milagrosamente obtenidas) de que no violó a una de las víctimas por cuya agresión fue condenado. Trece años en la cárcel. Lo peor no es el error judicial. Lo peor es la burocracia indigna. El desprecio que atesora. Tommouhi dice que rechazará cualquier indulto. Se comprende. Una cosa es morir y otra ser violado.