Transcribiendo conversaciones grabadas con Ahmed Tommouhi, me enfrento con un problema del que ya había oído (leído) hablar a Janet Malcolm en el epílogo de El periodista y el asesino (2ª edición, Gedisa, 2004): la transcripción literal necesita siempre de una traducción al castellano escrito para que se entienda. Parte de la polémica suscitada por esa tesis de Malcolm (la necesidad de traducción), a raíz de una carta de Brenda Maddox, está aquí.
El problema se agrava por las serias dificultades (de forma) que tiene el señor Tommouhi al hablar castellano, pero, al mismo tiempo, se aligera por la sencillez (respecto del contenido) con la que lo hace. El señor Tommouhi habla sin florituras, directo y sincero. El resultado es de una crudeza que, para quien lo escucha y entiende, impresiona. ¿Cómo transcribir esa crudeza, sin adornarla, pero sin que pierda tampoco su fuerza? Ése es el problema.
Un problema, ya digo, que se me ha aparecido ahora que transcribo largas conversaciones. Hasta ahora, muchas de las citas suyas que he utilizado procedían de anotaciones mías tomadas a vuela pluma, por lo general breves, de otras más largas escritas después de la conversación, al llegar a casa y escribir una nota de diario, y de las actas de las declaraciones del sumario.
Sobre las anotaciones más largas, me extraño al comprobar los matices que han ido adquiriendo, o perdiendo, esas notas según el paso del tiempo. Este párrafo, por ejemplo, es una transcripción casi literal de las notas casi literales que tomé la primera vez que lo visité en la cárcel. Yo le había preguntado si era verdad que habían ido compañeros suyos a declarar al juicio de Cornellà:
–No vino nadie. No llamaron a nadie, en ninguno de los juicios. Sólo en la causa de Terrassa. Pero no les hicieron caso. ¿Qué más hay que demostrar en mi caso?. Todo se ha demostrado, y no lo he demostrado yo. Lo han demostrado otra gente, como la Guardia Civil, trabajando duro, por las noches, qué quieren más. Conmigo se han equivocado dos veces. La primera en el 91, porque las víctimas me señalaron, pero bueno, luego se demostró que se habían equivocado, cuando apareció el gitano y la policía investigó. Me quitaron una, y las otras tres: ¿por qué no quieren investigar? En mi caso, ya todo se demostró, y lo único que ha faltado, y no debería faltar si España es de verdad un país democrático, es un hombre valiente que firme mi libertad. Porque esto es increíble que estemos pagando por lo mismo, el gitano y yo, el culpable y el inocente. ¿Qué pasa? A eso no hay derecho.
Este otro, de una historia que ya publiqué aquí, fue escrito al llegar a casa, con la memoria todavía fresca, a partir de las notas que iba tomando sobre la marcha, esto es, mientras andábamos, y durante los silencios que se producían, a menudo sentados a la mesa en un bar:
Un día comí cerca. Me encontré a uno que había conocido cuando estaba dentro [en la cárcel]. Por ahí un poco más arriba. Uno que tenía el pelo largo, despeinado y de punta. No estaba normal-normal. Hombre, qué alegría, me abrazó, todo. Vamos a tomar un café. Vamos, le dije. Tomamos café. Y cuando fue a pagar, le veo que no tiene dinero, que va a pagar con tarjeta. “Tranquilo, hombre, pago yo ”, le dije. Pagué. ¡Que yo no estoy nervioso!, me dice. Bueno, tranquilo. Ahora vamos a ir a comer a un sitio que te voy a llevar yo. No, de verdad, Jordi, se llamaba, de verdad, estoy cansado, quiero irme a casa, tranquilo. Que no, que vamos a ir a comer juntos, que te invito yo, que es un restaurante que no ponen jalufo [cerdo], que ponen pescado. De verdad, Jordi. Que tú hoy vienes a comer conmigo. Bueno. Vamos. Vamos a un cajero, mete la tarjeta, porque tiene una pensión, no estaba muy bien, y le dan 500 euros. Sacó dinero y fuimos a comer.
Este segundo me parece que suena más real , más oral. El primero, en cambio, es una anotación tomada casi en directo, y con expreso deseo de literalidad, mientras que la otra está hecha horas después. La razón que explica ese resultado paradójico, quiero creer, se debe a que en la segunda yo mismo estaba ya más habituado a oír y entender la lengua que habla Ahmed. Esto es: que como la oigo mejor, la olvido menos, y en consecuencia puedo transcribirla casi literalmente. La primera vez, aunque la entendía igual, todavía no la hablaba, no estaba familiarizado con ella, y por eso al transcribirla la debí ir traduciendo directamente a un castellano más correcto.
Más problemas: obviamente, ni se pueden embellecer los hechos ni los personajes, y esto segundo pasa por no embellecer sobre todo su palabra. Mi problema, sin embargo, no viene por derecho: no es que tenga la sensación de que hará falta ese embellecimiento para que suene poderosa la palabra de Ahmed. Es al vesre. La segunda parte de libro se articula, sin decirlo, desde dos planos: el de una palabra sin mundo, y el de un mundo sin palabra. No teman, porque luego todo es mucho más sencillo. La palabra sin mundo es la de la representación producida por el proceso judicial: una representación sin verificación, por lo que habla, y habla y declara probado, sin nada material que la sustente. Prosa revelada: verbo sin carne. El mundo sin palabra, es la voz de varios protagonistas, pruebas y documentos dejados sin efecto por esa misma representación, pero que están ahí: tan reales como usted y como yo, y en pie. La voz del condenado que queda vivo, obviamente, es crucial. El autor, por cierto, encuentra gran satisfacción en darle la palabra a esas voces. El interés, y el problema del revés, están ahí: la expresión de Ahmed Tommouhi es, por momentos, tan seca y sincera, y de tan ejemplar eficacia, como para que el desafío consista precisamente en no embellecerla de modo que acabe pareciéndose al diálogo con un actor. Porque no lo es.
Un último problema tiene que ver con la eficacia del argumento, en una discusión clave: qué nivel de castellano tenía el señor Tommouhi en 1991. Hubo víctimas que declararon que el violador hablaba «perfectamente» castellano. Cuestión dilucidada en algunas sentencias de manera espectacular, y en la que alguna víctima sigue todavía hoy haciendo hincapié, sin ver que mete la pata. Por ello quizá mantenga algún fragmento de esas transcripciones en su literalidad, para que el lector mismo pueda juzgar si habla así, o es que lo hace para disimular. Este fragmento, por ejemplo, en el que resume su caso, desde que vino su hermano con la buena nueva de que la guardia civil se había puesto a investigar hasta hoy:
Mi hermano cuando viene como te digo….Buena notisia, buena notisia. Estar tranquilo, dormir tranquilo. Mira, yo venir a mi un guardia civil me dice cogen gente tú estás pagando de parte de ellos. Y me dise: parese igual que tú. De su cara, de todo. Somos iguales. Igual gemelos, me dise. Me ha dicho que aquel guardia sivil siguiendo trabajando, no te va a dar tardar mucho. Mucho, mucho: tres, cuatro meses te va a salir a la calle. Yo he dicho, vale: me trae buena notisia mi hermano. Bien, he dicho: bien. Esperamos. Cada día llegamos más notisias buenas. Nos animamos. Bien. No pensábamos van a dejar a mí. Van a investigar bien, bien, bien. Van a revisar estas causas. Eso es que he pensado yo siempre. Y mucha gente. No sólo yo. Mucha gente que se entera, eso que piensan. Esa es la primera notisia. Estamos, mu calmao, tranquilo. Ahora va a llegar la verdad y ya está. Ahora investigar de nuevo y ya está. Y cada mes vienen con una noticia nueva: cogen coche, cogen otro. Desde luego revisan este caso: primer caso revisan. Esto va a quedar: luego esto, va a revisar este caso Olesa, luego van a revisar otro. Estamos bien. Con esperanza, má animao, más…como notisia buena. Una notisia buena me viene aquí dentro, por ahí dentro. Pero al final solo me revisan eso caso. Y cada vez, esperando, esperando. Cada vez, falta no sé qué, falta un coche, probas, preguntamos para eso, no sé qué. Al final no puede revisar todo caso. Al final no quiere revisar todo. Y vienen con mala notisia: tiene que pedir indulto, y para indultos quedar yo: sabe que cosa está dormida. Eso, jugar conmigo. Uno tirarme para otro. Y ya está. Si no aguantamos. Aguantamos al final y ya está.