Archivo mensual: enero 2008

Mounib

Mi intención es contar esta historia equilibradamente por lo que a los dos principales protagonistas se refiere. La dificultad obvia es que uno de ellos está muerto: Abderrazak Mounib. Los primeros amigos y vecinos del barrio con los que hablé resaltaron siempre la tenacidad con la que Mounib llamaba a las puertas de las instituciones y medios de comunicación. La correspondencia escrita fue, según me cuenta el propio Tommouhi, su principal medio.

Esa correspondencia debía cubrir en cierta medida su ausencia. Era la forma de recuperar su voz, más allá de lo que sobre su vida, hábitos y declaraciones hay en el sumario. No encuentro esas cartas. Una sola, de momento, dirigida al cónsul de Marruecos en la primavera de 1992 para reclamarle que se ocupara de su caso.

La familia no solía recibirlas, pues se comunicaban a través de las visitas a la cárcel, según me contó su hijo. Alguno de los destinatarios confiesa no encontrarlas. Otros no viven ya en Barcelona. Me resta preguntar a las instituciones, pero dudo de que alguien haya conservado algo.

Quede constancia al menos aquí de la lista de destinatarios (I y II) que en cierto momento manejó:

Estos dos, en el reverso del folio.

El policía escribe al condenado

El fiscal, obviamente, no estaba.

***

Uno de los comienzos de esta historia. El 13 de septiembre de 1995, el agente de la policía judicial de Martorell, Reyes Benitez, recibió una carta de Ahmed Tommouhi, preso en la cárcel de Can Brians (Barcelona). El mismo Reyes le había hecho llegar su dirección a través de su hermano, Omar Tommouhi. Hacía dos meses que habían detenido a Antonio García Carbonell. Ésta fue la respuesta Reyes:

Martorell, 13 de Septiembre de 1995

Sr. Ahmed Tommouch [sic]:

En el día de la fecha, he recibido su carta en la que me explica cuál es su situación. Quiero decirle que, junto con otros compañeros, pienso que Ud. es inocente de los delitos de los que ha sido acusado y condenado.

Quiero hacerle saber también que estamos realizando gestiones para esclarecer la verdad y que Ud. pueda salir de la cárcel.

Sin embargo, no quiero hacerle concebir muchas esperanzas, ni puedo prometerle nada, pero sí quiero que sepa que realizaremos todas las gestiones que legalmente podemos realizar para conseguirlo.

Cuando hablé con su hermano, al cual conocí en la calle, y debido quizás al poco conocimiento  que el mismo tiene del castellano, éste no debió de entenderme bien. Sería necesario que Ud. entregase mi dirección a su abogado, al objeto de poder entrevistarme con él, dado que el mismo puede disponer de información de la cual nosotros no disponermos, dado que su caso sólo lo conozco a nivel policial, desconociendo todo el procedimiento de instrucción judicial seguido.

Sí sabemos que Ud. ha sido condenado por alguno de los delitos, habiendo sido declarado [¿inocente?] en otros, pero desconocemos cuáles son unos y otros.

Igualmente, desconocemos las pruebas que pudieron ser aportadas durante  la instrucción, así como las diligencias que se practicaron.

Como todo esto es muy complicado de tratar mediante cartas, pienso que sería conveniente que Ud. solicitara una entrevista conmigo.

Desconozco los trámites a seguir para poder realizarla, pero Ud. podrá informare en ese Centro de los trámites a seguir.

Una vez los conozca, puede escribirme a la dirección que Ud. tiene y si es autorizada dicha visita, no tengo ningún inconveniente en desplazarme a Brians para realizarla y poder tratar este asunto con Ud.

Firma

El portazo, en las narices, por favor

No sabía si contestar a la segunda respuesta de la fiscalía, que dejaba una puerta sólo aparentemente abierta a mi requerimiento. La respuesta es que no habrá entrevista para exponer «la postura de la Fiscalía de Cataluña sobre este caso», aunque «cuestión distinta sería solicitar examinar el expediente que sobre el particular pudiera existir en Fiscalía, caso de conservarse».

La puerta está sólo aparentemente abierta, primero, porque «precisaría demostrar mi interés directo en el asunto», y segundo, «constatar que la lectura del expediente no afecta al derecho a la intimidad de terceros».

El portazo está agazapado en el adjetivo «directo» que acompaña a «interés», y que esconde una nueva negativa por no ser parte  en el asunto. Pero ellos solitos se pillan luego los dedos con una segunda exigencia absolutamente imposible de cumplir: ¿cómo voy a constatar yo que «la lectura del expediente no afecta al derecho a la intimidad de terceros»?

Como la cosa va de juegos de manos y palabras, yo voy a hacer también mis pinitos: me voy a ir directamente a la fiscalía para constatarles mi interés.

Mañana les cuento.

Ruedas del 95

La Guardia Civil detuvo a Antonio García Carbonell el 20 de junio de 1995, como presunto autor de la ola de violaciones que venía cometiéndose en Cataluña durante esa primavera. El ADN confirmaría luego que era uno de los violadores en al menos seis casos. Antes, el día 23, se había montado una rueda de reconocimiento en el Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción nº 7 de Terrassa, a la que acudieron nueve víctimas.

La rueda estaba compuesta, de izquierda a derecha, por:

1.-Manuel R. P.; 2-José P. P.;  3.-Antonio García Carbonell;  4.- Teodoro A. G.;  5.-Nicolas G. A.; 6.-Salvador S. B.

Esto es lo que, según las actas, dijeron las víctimas:

1.- Cristina: «que cree que es el número 5»

2.-Juan: «que no reconoce a ninguno»

3.-David: «que no está seguro del todo, pero que por los brazos y la cabeza cree que podría ser el número 4»

4.-Javier: «que no puede reconocer a ninguno»

5.-Marina: «que cree que es el número 4 por las entradas que tiene en el cabello, la papada y la barriga, aunque no lo puede afirmar con seguridad»

6.- José Luis: «que por los ojos y la papada cree que el que más se parece es el número 4»

7.- Antonio: «que no está seguro pero cree que es el número 3»

8.- Yolanda: «Que no les vio la cara, que lo único que observó fue que uno de ellos era muy gordo, que podría ser el 2º o el 4º»

9.-Teresa: «Que cree que es el número 3».

Insiste, malaya

All the doctors

And nurses, too

They came and they asked me

‘Who in the world are you?’

(Skip James) 

Això era un dia dos refugiats de la vida a un bareto i tres birres pel cap baix:

–La causa està preparada, l’obro?– Però, dintre només hi havia http://www.el zurullo de zuloaga.hip-hop –Haurem de tornar a pensar en l’esfínter de Pandora–, ell mateix s’ho va concloure i, fent-se el minguis, sense pensar’s-hi massa i amb una veu més pròpia de nàufrag que de col.lega accidental:

–Ara ja només podrem fer barricades amb les pedres del fetge! Contagiats de desànim ambiental, havien de gratar-se el futur i les seves deliqüescències: puta sequera, vaja.

Moments com aquell eren propicis per entrar en petites i passatgeres depressions que encara que no deixaven rastre (no hi havia on deixar-lo) els permetien ser com qualsevol altre. Un més entre la multitud. Sentir-se massa. Ah, com els agradava el luxe asiàtic! Ser per uns instants consumidors de suculentes ex i incursions al primer Hipercorc que se’ls posés davant.

Podien, llavors, abandonar per unes hores la paciència del comptagotes i el desesper que els produia la ignorància obligatòria i la cruel inutilitat del poc dir que sempre tenien entre mans i mai no sabien com fer-lo sortir, i les certeses totes, tant les històriques com les patafísiques, i els deserts ja plens de profetes i

Sempre queda un “i” dret. Treiem, doncs, els punts de les ies. Per exemple:­

–Per puta torticoli (reduccionisme existencial) estem mirant cap a l’altre cantó i allà tampoc no hi ha res. Cal reconèixer, però, que és un bon punt de partida cap enlloc. Espero que allà ens rebin amb els braços oberts.

Per moments semblava que el bareto es movia pel futur, ara centrifugat. És la força d’atracció del buit. Cap amunt. Agafats al màstil, enfilats a la cofa “Són els meus arbres, nena, que no et deixen veure els boscos”. O cap avall: es pot okupar el temps?

En el sentit fort del terme, volem dir. Perquè de cada vegada n’hi menys, de temps (i no només perquè l’hagin urbanitzat) El temps històric l’estan acabant en el festí neocon, con, conspícua paraula francesa, i s’estan llepant dits i kubotans. Aviat no quedarà història ni pels més menuts.

Distraccions birràtiques a part, el cert és que no sabem què fer. Per més històries que ens muntem, no arribem mai a entrar a la barca, i així no hi ha naufragis ni illes ni res. No sortirem de port (en diuen “salpar”).

Tal vegada hagin acabat les grans narracions; potser perquè ningú ja no piula? El temps històric, com a lloc dels nostres pensaments més íntims i col.lectius, s’ha esmorteït: les dates són commemoracions, mers objectes històrics, etiquetes, curiositats o brocants; la història és només una assignatura a la irrealitat dels estudis oficials i tediosos.

Es pot preveure que la realitat se’ns presentarà, doncs, com un mural cacaòtic en moviment burocràtic reglat. O(h), cosa quieta. Un mural capaç d’incloure qualsevol cosa i tots els moviments i les velocitats totes. Hi ha músiques de sobra per acompanyar. Massa pa i poca salsa. El pa i la xocolata mai no acaben alhora.

L’ordre està en mans de l’Administració, i no és pas el que crèiem. El caos, ordre del més bell dels temps, té raó de ser i moltes amigues. Volem juerga històrica i no pas administrativa/subvencionada. Hauríem de ser capaços de vomitar davant les festes majors i els festivals; la normativa, se la guardin. Ves a saber què hi diu la normativa.

“Por otro lado hay cada vez más gente que va entendiendo que ya nadie les necesita” Crec recordar que això ho vaig llegir a T. Eagleton, però no ho sé del cert.

Fèlix Balanzó

Lo real y su representación jurídica

«La administración de justicia no es otra cosa que la representación de un drama cuyas consecuencias se prolongan a veces veinte años y un día. Porque el proceso, que es lo propio de la representación judicial, crea realidad, crea acontecimientos.  Eduardo Gil Bera lo explica de este modo:

Así como hay palabras cuya etimología nos revela que tienen transformaciones imprevisibles y paradójicas de su sentido primitivo, la de «estar sometido a proceso (judicial)» mantiene la literalidad de su sentido con ejemplar fidelidad. «Proceso» viene de procedere, que es «avanzar», «ir  a parar». A partir de la Edad Media ya se utiliza en el sentido de escrito que establece una cadena causal y que, por ello, constata algo q1ue produce efectos jurídicos:  puede avanzar a ir a parar a la consecuencia jurídica. Así, proceso es el milagro judicial que crea un acto, le asigna una cadena causal y le otorga, graciosamente, un efecto. En último extremo, sólo un juez puede hacer que un acto tenga efecto, es decir, exista.

Así es. Cuando, por ejemplo, un juez dicta sentencia, suele comenzar diciendo «se declara probado» y sigue luego diciendo, por ejemplo, «que en la noche de autos, el acusado violó y luego devoró a su víctima», lo que resulta en ser un acontecimiento real y verdadero, por el que el acusado pagará las consecuencias. El proceso (judicial) y la representación (jurídica) han creado realidad e historia. O por lo menos, un tipo de realidad y de historia, por cierto, muy próximos a las que produce el arte. Aunque con resultados muy distintos.

En EE. UU., donde se ha prescindido de buena parte de la representación, los juicios se llevan a cabo como un negocio: el acusado acepta una pena a cambio de declararse culpable y así todo el mundo se ahorra la representación. A eso lo llaman un deal, es decir, un «acuerdo». Ese acuerdo no es un acuerdo cualquiera: es el acuerdo de suspender la representación, el drama, y al mismo tiempo destruir el sistema judicial. El nihilismo norteamericano es mucho más eficaz que todo el terrorismo de este mundo. En EE. UU. los sucesos «reales», los acontecimientos, se pactan. Y si los pactantes deciden que no ha habido robo, violación o canibalismo, pues no lo ha habido. Aunque lo haya habido.»

«Representación», Félix de Azúa, en Diccionario de las artes, Planeta, 1996, pp. 252-254.

 

De esto hace más de diez años. Hoy no habría hecho falta remitirse al ejemplo de EE. UU.: en España más de la mitad de los procesos penales se pactan.

El violador y el periodista

La carta de ayer era asquerosamente amable. La dificultad del género carta-al-culpable, que obliga a afinar entre el no ensañamiento y  la impostura, no me excusa. Afiné mal, y acaba siendo impostada.

El equilibrio entre el caso general y cada particular, que creo que resolví bien con las  víctimas, aquí está roto. Es verdad que me interesa él personalmente, pero eso no debería haberme llevado nunca a cerrar tanto el ángulo como para que las víctimas, y aquí incluyo también a Abderrazak Mounib y a Ahmed Tommouhi, no aparezcan enmarcadas. 

Ése me parece que es el problema: que el objetivo está sobredimensionado. Demasiadas ganas de estar delante del malo, sin que en verdad tenga muy claro qué es lo que puede aportar. Quizá yo también sufra ya de deslumbramiento, y esté imaginando personajes, donde me prometí que sólo habría personas de carne y hueso. El tono debería haber sido, pues, mucho más seco y distanciado: es mi trabajo, si usted acepta, bien, si no, también.

Es imperdonable la expresión «el Tribunal Supremo falló que usted era uno de los autores», cuando llevo dos años huyendo como de la peste, de la verdad formal, para buscar y escarbar en las pequeñas, pero incuestionables, verdades materiales: sangre, huellas, semen, entrecomillados, actas, etc. Es evidente que tenía que haber escrito: «pero el ADN demostró que usted era el violador». Un tufillo que se contagia luego, irremisiblemente ya, sobre esa otra del final: «las pruebas de ADN convencieron al Tribunal», verbo descaradamente ambiguo. ¿Desde cuando me importa el convencimiento de nadie?

La media sonrisa con la que siempre me tomo eso del «hombre respetado» y el buen nombre entre sus vecinos, es irreconocible en el párrafo de ayer. La razón seguramente tiene que ver con que ya sabía, al escribirla, que también hay quien no guarda un buen recuerdo del ciudadano modelo, precisamente: García Carbonell fue condenado en 1993 por un delito de amenazas. La expresión «problemas serios» era eso lo que ocultaba.  Y como buen eufemismo, era una deplorable, por más que inconsciente, forma de cubrirme las espaldas. Que no haya podido conocer la versión del amenazado todavía, no me excusa tampoco: debería haber eliminado el párrafo entero.

Por cierto, caigo ahora, que el hecho de elegir el año 1995, en lugar de 1991, como línea divisioria entre un antes y un después de sus problemas con la justicia, se agarra descaradamente al hecho de que no fue hasta entonces cuando lo detuvieron. En verdad mi interés por esa frontera entre el antes y el después, que es sincero, lo es sólo a condición de dejar claro que para mí la frontera está en 1991. Y no lo hice.

Por supuesto, que hay tiempo para corregirse y, si responde, dejar claro todo esto. Pero los errores más vale reconocerlos a tiempo.

Así que agradezco el comentario de Arcadi Espada, que, certeramente, puso el dedo en una llaga, que ya supuraba.

Carta al preso

Estimado  Antonio García Carbonell:

Me permito escribirle, sin conocerle, porque estoy trabajando en un libro sobre Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib, dos marroquíes que fueron condenados después de una ola de violaciones cometida en Cataluña en el otoño de 1991.

Usted es parte también de su historia. En uno de los casos, el Tribunal Supremo falló que se había cometido un error  y que uno de los autores de la violación de Olesa era usted y otra persona no identificada.  

Que yo sepa, nunca ha hablado usted sobre aquel asunto. O no públicamente, al menos. Lo único que ha dicho al respecto, que fue admitir los hechos de Olesa, ya dejó claro su abogado entonces que se trataba sólo de rebajar la pena.

Pero ese silencio quizá se deba a que nadie le ha preguntado todavía lo que usted piensa de este asunto.  Yo le escribo para eso. Por si en verdad quiere contármelo.

No sé mucho de su vida, la verdad. Que tenía mujer y once hijos, y que antes de las condenas de 1995 no había tenido usted problemas serios con la justicia. Que vivía de la chatarra que vendía y de vender en algún mercadillo, no sé si fruta, si ropa, si qué. 

He sabido que los primeros meses después de su ingreso en prisión fueron duros. Que tuvo problemas con el estómago y que adelgazó 40 kilos. 

La gente con la que he hablado me cuenta que era usted un hombre respetado en su barrio.  Que hubo varios testigos que se presentaron en el juicio para testificar a su favor,  pero que las pruebas de ADN convencieron al Tribunal. Una veintena de vecinos habían firmado un documento acreditando su buena conducta durante los años que había vivido usted en su barrio de Sabadell. No sé si querría contarme cómo se desarrolló el juicio.

Me gustaría tener alguna comunicación con usted. Estoy estos días por Barcelona, y seguiré viniendo con frecuencia. Podría ir a visitarlo a la cárcel cuando prefiera.  

Le dejo una dirección y un teléfono de contacto.  

Le agradezco su atención por adelantado. 

Un saludo.

B. G. J.  

Mea culpa

El comentario de ayer de Tote me hizo reparar en un desliz. Las sentencias, por imposibilidad técnica, no estaban escaneadas, sino que había copiado la sentencia del 94 sobre un documento word. A su vez, yo mismo copié y pegué el texto, y fui ajustando, sobre el nuevo documento, la redacción de la sentencia de 1999. Pero se me coló una frase del 94 que no es atribuible al Tribunal, y pido por ello disculpas: el segundo de los errores que señala Tote, es de mi trascripción, no de la ponente. 

Las sentencias, ahora sí escaneadas, son estas: 1994 (I y II) y 1999 (I y II).

De la entrada en sí, no hay nada que cambiar: copiaron y pegaron el apartado de hechos probados, y borraron  lo que era evidente que en 1994 sólo adornaba el argumento. Adorno, sin embargo, que servía para lo que se señaló ayer: remarcar las buenas condiciones de visibilidad que explicaban la seguridad de la chica al señalar a los dos marroquíes como culpables. La seguridad, con luz artificial, se convirtió en convicción del Tribunal, y en certeza judicial. El ADN demostró años después que la chica se había equivocado. Así que hubo que  desmotar el alumbrado, como después de la feria.

Cortar y pegar

La primera sentencia* del caso Olesa condenaba a Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi en 1994. La misma Sección 5ª de la Audiencia de Barcelona condenó en 1999 a Antonio García Carbonell a 42 años de prisión por los mismos hechos, una vez el ADN había demostrado que él y un familiar suyo eran los violadores. La sentencia de 1999 (I y II) copió y pegó el apartado de hechos probados de la de 1994 (I y II), aunque con el mérito añadido de acertar con uno de los culpables –el otro sigue sin ser identificado—. Los hechos eran, necesariamente, los mismos. Pero la calcada redacción de ese apartado es, por lo que oculta, reveladora.   

Los nombres de los marroquíes fueron sustituidos, lógicamente, por el sintagma “Antonio García Carbonell y otra persona no identificada”. El resto de cambios, que no se deducen necesariamente de ese primero, se limita a alguna precisión sobre la relación entre las víctimas –amigos- y al algún rodeo –cantidad de dinero que ascendía– que fueron borrados en la segunda sentencia, pero sobre todo se concentra en esta frase, que también eliminaron:

Los acusados disponían de una linterna, con la cual alumbraban el interior de la nave y vigilaban a M y que asimismo utilizaron en su exterior, que estaba iluminado por una farola, luz de la fábrica y luz de la luna.

El segundo texto está puntuado y es más escueto. Pero si en el libro me quedaré con el párrafo de la sentencia del 94, no es por ensañamiento. Es por método: para seguir el rastro de la mentira. La segunda sentencia soltó el lastre sentimental de la primera, porque no le hacía falta: la prueba del ADN era suficiente. […] Por eso le sobraba este deslumbramiento:

  “el exterior, iluminado por una farola, luz de una fábrica y luz de la luna”.

Esa postal impresionista, nocturna de arrabal, son pinitos del tribunal, que hizo suyo el deslumbramiento, emocional y técnico, de la víctima. […] La policía judicial de Martorell había hecho un informe fotográfico sobre el lugar de los hechos: 9 folios y 10 fotos. Los agentes habían visitado para ello la caseta, con luz del día. La luz de esa fábrica y de esa farola, sin embargo, son detalles con los que los chicos aclararan sus recuerdos y que la sentencia incorpora acríticamente. El tribunal disponía del informe y podría haber preguntado a los agentes que lo hicieron. Pero lo que me importa ahora es la luna. El rapto poético de la ponente, Elena Guindulain Oliveras, eligió mal, descartados los guardias civiles que hicieron el informe fotográfico, el segundo motivo lorquiano. El martes 5 de noviembre de 1991, en Barcelona, la finísima uña de la luna se escondió un cuarto de hora antes de las cinco de la tarde. El miércoles hubo luna nueva.

¿Un detalle sin importancia? Entonces, ¿para qué lo citan? En 1999 ese calorcillo no les hacía falta, ni añadía nada, porque tenían una prueba, al contrario que en la condena a Mounib y Tommouhi. En 1994, la función de los adornos  era abrigar los argumentos, […] porque los hechos en frío no bastaban.

La diferencia clave entre una y otra, sin embargo, está resumida en la fórmula que abre el párrafo de 1999, y de la que no he hablado:

“Ha resultado probado y así se declara”.

Este doble plano reconoce un mundo exterior y una declaración que habla de ese mundo, a diferencia del “se declara probado” –que es el habitual, por otra parte— de la primera sentencia, donde la declaración es ya en sí misma la creación de ese trozo de mundo del que se habla, de la misma forma que el “Hágase la luz” no necesita de interruptores. La justicia poética y la divina se fundan en la misma confusión de verbo y carne, de palabra y mundo. El mismo desprecio olímpico por la verificación.

***

El primero que me hizo reparar en este detalle de la luna fue Manuel Borraz, empecinado en averiguar la verdad.


*Sección Quinta. Audiendia Provincial de Barcelona. Rollo Nº 9262/91. Sumario 1/91. Juzgado de Instrucción Nº 2 de Martorell. Sentencia Núm: Tribunal: D. Modesto Ariñez Lázaro, Dª Elena Guindulain Oliveras (ponente) y Dª Nuria Zamora Pérez. Barcelona, 22-4-94. 

Diderot y los McCann

La publicación del retrato robot, hecho a mano, de un supuesto sospechoso de secuestrar, suponemos, a Madeleine, y que debe de estar hoy en los periódicos, me recordó anoche una cita de Diderot que me pasaron hace tiempo. La última frase es la que pretendía ilustrar con el retrato aquel que pedía en un anuncio (Wanted), y que el descubrimiento paulatino de que el experimento propuesto estaba demasiado alejado de cómo se confeccionan esos retratos, me ha hecho desistir de publicar los resultados. 

No cabe duda, sin embargo, de que el retrato basado en el testimonio de una turista «que vio varias veces a un hombre que le pareció sospechoso»,  sobre todo si es el de un «hombre siniestro», confeccionado por una «artista especializada», aunque también «formada en el FBI», por encargo de una agencia de detectives que se llama «Método 3» y que, cómo no, tiene sede en Barcelona, todo eso, en efecto, es indudable que supondrá un «sensacional avance» en la investigación. Es el efecto gabardina, cuyo uso comparten detectives y exhibicionistas.

Diderot, por favor: 

«Un español, acuciado por el deseo de poseer un retrato de su amada, que no podía mostrar a ningún pintor, adoptó la decisión que le quedaba de hacer por escrito la descripción más amplia y más exacta; comenzó por determinar la exacta proporción de la cabeza entera; pasó luego a las dimensiones de la frente, de los ojos, de la nariz, de la boca, del mentón, del cuello; luego a cada una de estas partes, y no ahorró nada para que su discurso grabara en el espíritu del pintor la verdadera imagen que tenía bajo sus ojos; no olvidó ni los colores ni las formas, ni nada de lo que correspondía al carácter; cuando más comparó su discurso con el rostro de su amada, más parecido lo encontró, creyó sobre todo que, cuanto más cargase su descripción de pequeños detalles, menos libertad dejaría al pintor, no olvidó nada de lo que pensaba que debía captar el pincel. Cuando su descripción le pareció acabada, hizo cien copias, que envió a cien pintores, encargándoles a cada uno ejecutar exactamente en el lienzo lo que le leyeran en su papel. Los pintores trabajan, y al cabo de cierto tiempo nuestro amante recibe cien retratos que, pareciéndose rigurosamente a su descripción, no tienen ningún parecido entre ellos ni con su amada.»

Diderot, Denis: Reflexiones de las lenguas sacadas del artículo Enciclopedia, según cita verde (Gracias).

Una de la cárcel

Me gusta cómo el señor Tommouhi narra algunas historias. Por supuesto, en el libro sólo aparecerán las que yo haya podido comprobar por otros medios. Pero como hoy es domingo y, muerto dios, los domingos todo está permitido, tómense, si pueden, esta historia sin contrastrar como un pequeño cuento. 

Andábamos por el paseo del Born, y le nombré que la iglesia que teníamos delante era Santa María del Mar. Levantó la cabeza, la miró cerrando un ojo, y  al bajarla se acordó de «ésa que tiene las torres muy altas, sagreda o algo así». ¿La Sagrada Familia?: «Éeeeeeesa». Y empezó así:

Un día comí cerca. Me encontré a uno que había conocido cuando estaba dentro*. Por ahí un poco más arriba. Uno que tenía el pelo largo, despeinado y de punta. No estaba normal-normal. Hombre, qué alegría, me abrazó, todo. Vamos a tomar un café. Vamos, le dije. Tomamos café. Y cuando fue a pagar, le veo que no tiene dinero, que va a pagar con tarjeta. “Tranquilo, hombre, pago yo ”, le dije. Pagué. ¡Que yo no estoy nervioso!, me dice. Bueno, tranquilo. Ahora vamos a ir a comer a un sitio que te voy a llevar yo. No, de verdad, Jordi, se llamaba, de verdad, estoy cansado, quiero irme a casa, tranquilo. Que no, que vamos a ir a comer juntos, que te invito yo, que es un restaurante que no ponen jalufo**, que ponen pescado. De verdad, Jordi. Que tú hoy vienes a comer conmigo. Bueno. Vamos. Vamos a un cajero, mete la tarjeta, porque tiene una pensión, no estaba muy bien, y le dan 500 euros. Sacó dinero y fuimos a comer.

–Y a éste, ¿cómo lo conociste?, pregunté yo. Y él siguió:

En la Modelo. Estaba en una celda con un senegalés, otro marroquí y yo. Una noche, como a las once, vinieron los guardias: vamos a meter aquí a un chico, para que esté tranquilo, con ustedes. Bueno, vale. Llegó, se subió a su cama y se acostó. Se tapó la cabeza con la sábana. Y lloraba. Bueno. Todos los días, bajaba a comer, comía poco, se subía a la cama, se tapaba,  y lloraba. Un día y otro, un día y otro. Hasta que un día le dije: «Chaval, deja ya de llorar, hombre. Que aquí estamos todos  igual. Si lloras tú, vamos a llorar nosotros también, y todos nos vamos a poner peor. Estamos todos en el mismo barco». Luego, en el patio, se acercó y me habló. Bueno, que lloraba, me dice, porque quiero escribirle a mis hermanas y no tengo sobres, ni sellos, ni nada. Tenía una hermana en Inglaterra y otra en Italia, decía.  Bueno, toma sobre, toma sellos, todo. Paseamos. Pero tranquilo. No hay que llorar. No pasa nada. Ya no lloraba. Un día le preguntaron que por qué estaba allí: y a ti qué te importa, le dijo él. Ya me interrogaron bastante en la comisaría. Nosotros, nos mirábamos. Bueno. Yo callado. Un día me pedía dinero para la máquina de coca-cola. Toma. Para un café. Toma. Otro día venía: déjame cinco duros. Yo, toma. En el patio paseábamos. Luego un día vino y me lo contó todo: lloraba porque no sé cómo, pero un día maté a mi mujer, me dijo. Tenía una niña de diez o dieciséis meses, no me acuerdo. Tenía trabajo, su coche, todo. Pero me dijo: dicen que la maté.

*Dentro de la cárcel.

**Cerdo.

Madame Bobary

Los numerosos autos, diligencias, sentencias, oficios y demás que obran en el expediente de este caso, rara vez se refieren a Ahmed Tommouhi. Lo habitual son las variaciones: Tommouch, Tommouh, Tommuch, Tommout, Tomout, etc.

«La primera vez que Flaubert vio su nombre anunciado –como el del autor de Madame Bovary, novela que sería publicada próximamente por entregas en la Revue de Paris– estaba escrito Faubert. «Si algún día hago acto de aparición, será armado de los pies a la cabeza», había afirmado jactanciosamente; pero incluso con una armadura completa, las axilas y la ingle jamás quedan cubiertas del todo. Tal como el propio Flaubert le indicó a Bouilhet, la versión que de su nombre dio la Revue se quedó corta, por una sola letra, de ser un juego de palabras involuntario: Faubet era el nombre de una tienda de ultramarinos situada en la rue Richelieu, justo enfrente de la Comédie Française. «Antes de haber aparecido, ya me están despellejando vivo.»

Barnes, Julian. El loro de Flaubert. Anagrama, Compactos, 2005.

Tientos

Hombre, para qué engañarnos. El valor también cuenta. Lo digo por lo de ayer. No sé si conozco los códigos o no, lo que sé es que ayer por la tarde no pensaba en los códigos, precisamente. O sí, pero no delante de la puerta. Delante de la puerta me sentía como un árbitro en el vestuario equivocado: once contra mí. Once hijos tiene. Pasé de largo. La calle es corta. Lo primero que se ve,  al girar la esquina, en la acera de enfrente, es el taller del número 4. Un concesionario citroën. Lo recuerdo porque vi la firma de su dueño, su firma y su cuño de vecino indignado, entre atestados y diligencias. Luego, una mujer, delantal y vestido negros, cincuentaitantos años, más negro el pelo, y más largo, arrojando un cubo de agua a la calle. Joder, parece hecho a posta: Pero no, gracias a dios, los guionistas están en huelga. En la puerta de su casa, pienso. Que es La Casa. Es el número 25. Cruzo la acera. En este caso en dirección al bien, me digo. Enfrente hay un colegio de infantil y primaria. Hay un seat 124 rojo, impecable, brillante a pesar de los años, aparcado delante del vado, así que debe ser de la familia. Es una casa de dos alturas y una azotea que tiene un enrejado, con forma  de media gota  de perfil , de rojas  rejas  y altas. Lo nunca visto: La fachada está  alicatada desde el marco de las puertas hasta la azotea: azulejos granates.  Un balcón en la primera planta. No digo ni mú. La señora entra en casa con el cubo vacío. La espuma del agua en la calle. Continúo hasta el final de la calle y me voy a buscar otros puntos que sé que frecuentaba. Sólo por pasear. Café con leche y donut de chocolate. Leo y tomo notas. Luego vuelvo por la calle perpendicular, para encararla de frente. Recorro el lateral del colegio de primaria e infantil. Enfrente. Hay dos mujeres que llegan, una con un niño en brazos. Una niña, asomada a la azotea, por entre las rejas, pregunta que quién es. Ya han entrado. La niña insiste. Porque no las ve. Llamaré primero por telófono, me digo. Bajo por una avenida: otro edificio entero alicatado por fuera, este de azulejos azules. Parece un inmenso cuarto de baño. Paralela a su calle está esta avenida, que sale por el norte de Sabadell, dirección Matadepera y Terrassa, y que a mí me da por pensar: una lanzadera.

Oficio y precaución

«El periodista moderno sólo conoce las aceras del bien. Y es sólo desde allí, y con esa brújula, que examina el mal. Cruzar la calle le aterrorizaría: no es un problema de valor: es que no conoce los códigos. García Márquez, en su último reportaje, pretendía dar la noticia total de un secuestro colombiano. Todas las voces fueron convocadas: menos la de los secuestradores. El fenómeno es vistoso en este caso, porque se trata de un gran maestro. Pero está incrustado en la práctica periodística cotidiana: en raras ocasiones se escribe desde el mal. Y paradójicamente esta ausencia, que los periodistas más honrados detectan, acaba provocando un relativismo compensatorio, reaccionario y banal, donde el mal y el bien se acercan peligrosamente.»  

Espada, Arcadi. Raval: Del amor a los niños. Anagrama, 2000.

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SE REPITE EL JUICIO POR VIOLACIÓN QUE LLEVÓ A LA CÁRCEL A DOS MARROQUÍES INOCENTES

BARCELONA.- Antonio García Carbonell, que cumple una condena de 228 años de
cárcel por numerosas violaciones, aceptó ayer, «por razones prácticas», una
pena de 42 años de cárcel acusado de violar, pegar y robar a una joven en
Olesa de Montserrat en 1991. Esta agresión llevó a prisión a dos marroquíes
inocentes hace siete años.

Ayer se vivieron momentos de tensión que culminaron con la agresión, por
parte de los familiares del acusado, a un cámara de televisión.

El Mundo, 17 de Septiembre de 1999.

El carro delante de los caballos

 

 

La magistrada Margarita Robles declinó el lunes, por teléfono, volver sobre este caso. [Robles fue la ponente de la sentencia del caso Cornellà]. Ésta es la transcripción de la conversación. El teléfono sonó a las 13:43.

–Hola, sí, ¿Braulio García Jaén?

–Sí.

–Sí, mire. Soy Margarita Robles, que he recibido una carta suya.

–Sí. 

–Pues, mire, es que yo ya no sé: cómo me voy a acordar yo de un caso que ocurrió hace tantos años. A mí me parece muy bien que usted escriba su libro, y que haga un análisis. Pero no me parece serio y sería muy frívola yo, si me pusiese ahora a hablar de algo que pasó hace tanto tiempo. Llevo 28 años en la judicatura, dictando sentencias. ¿Usted sabe en 28 años cuantas sentencias he podido dictar yo? Pues si le digo que 4000 ó 5000… Sabe, es una cuestión también de sanidad mental: no puedo recordarlas todas.

–Ya, pero bueno. Teniendo en cuenta que este es un caso bastante particular, había pensado que quizá…

–Un caso particular para usted, que está escribiendo sobre él. Pero no para mí. ¿Usted sabe con cuántos dramas humanos trabajo yo diariamente?

–¿Ni siquiera repasando la sentencia?

–Ni siquiera. Mire, de verdad, que le felicito por su libro, pero nada más.

–Bueno.

–Buenos días. 

–Gracias.

 

La conversación no debió durar más de dos minutos. No dió tiempo a que corrigiera su interpretación de lo que signfica caso particular. Lo hago ahora. Cuando hablo de caso  particular no es porque yo esté escribiendo un libro sobre él. Margarita Robles pone el carro delante de  los caballos. Es al revés: yo escribo el libro porque es un caso particular.

El contenido jurídico de la expresión «caso particular», directamente relacionado con la causa que sentenció la señora Robles, es:

a) el Fiscal Jefe pide un indulto para una persona condenada por  violación y robo con violencia;

b)el Tribunal Supremo lo recomienda al Gobierno como la «salida más adecuada»;

c) y el propio Tribunal Juzgador que presidió en su día Margarita Robles, la Sección Novena, informó favorablemente al indulto.

Entre los 4.000 ó 5000 casos que haya podido sentenciar la señora Robles en 28 años de judicatura –los argumentos de autoridad proliferan cuando la autoridad se queda sin argumentos–, el número de casos que cumplen con esas tres condiciones es, que yo sepa, UNO. Este. Un caso que seguiría siendo particular, incluso si la señora Robles nunca hubiera escrito la sentencia que lo juzgó.

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(14:12. Las dos últimas horas y cincuenta y ocho minutos del hombre que nunca lo supo, de Miguel Ángel Maya León, ha obtenido el Premio de Narrativa Caja Madrid 2008. La obra será publicada por Lengua de Trapo. El autor ha prometido a quien esto anuncia una comida en el restaurante Viridiana, la próxima vez que pise Madrid. Espero no sea uno de esos tugurios infectos que tanto gustan a sus personajes. Dicho sea esto entre paréntesis)

 

 

 

Sic

No todo dependió del convencimiento, puramente subjetivo, de las víctimas. En algunos casos, hubo que echarles una mano para que dijesen lo que no estaban diciendo. La mano del que transcribía, y daba fe, de la declaración, por ejemplo. Este del Juzgado número 4 de Gavà es puro contorsionismo lingüístico. Otro de esos ejemplos que de no ser por la posibilidad de enlazar el documento, el lector tendría derecho a desconfiar de la literalidad de lo que transcribe el periodista.  Dice, literalmente, esto:

Comparece E, (…) la cual [manifiesta]:

«Es su voluntad no reclamar en cuanto a responsabilidades civiles siendo su voluntad olvidar los hechos y no ser molestada por ello en lo sucesivo.

Preguntada acerca de las dos ruedas que nos constan en este momento en los autos, si quiera [sic] la segunda sea por vía extraoficial manifiesta, que en ninguna de las dos estaba segura de su reconocimiento  y que dijo en el momento de hacerlas, en ambas que fue una primera impresión la que le llevó a identificar al autor de los hechos, y que una primera impresión contará en algo, aunque nunca estuve segura. Que reconoce en la rueda formada en el Juzgado de Terrassa lo único que dijo es lo que en el acta.

Leída la manifestación de la testigo en el acta de reconocimiento celebrada ante el Juzgado núm. 14 instrucciones de Guardia de Barcelona, donde se expresa: «Que reconoce sin duda al núm. 1 como el inculpado» manifiesta que en ninguna de las dos ruedas por ella celebrada manifestó estar segura del reconocimiento. Leída la copia del acta de Terrassa manifiesta que se ratifica literalmente en su contenido.»

El Juez, tras esta declaración, considerando «digno de imputación» a Ahmed Tommouhi, dictó auto de procesamiento y prisión provisional un mes después. La razón: «La víctima del delito se ratificó a presencia de este Juez Instructor en cuanto a ambas ruedas».

 

El pasado 8 de enero fui a ver al juez  a su despacho. Tenía la cabeza y la frente muy ancha y los hombros estrechos, algo encorbados, lo que le daba un aire abrumado. Llevaba la americana abotonada. Al ver el auto, comentó que desde luego con esas contradicciones, recordaba que lo había dejado en libertad condicional, como mínimo. El Juez Instructor recordaba exactamente lo inverso de lo que ocurrió, en todo. Pero más importante que la comprensible mala memoria, es que fuera incapaz de ver en un texto así, el desorden moral de las actuaciones. Que esta sintaxis no le sublevara.

La chica tuvo que esperar hasta el día del juicio oral para deshacer el malentendido. Aclaró que nunca había dicho estar segura de nada, sino que lo había señalado por

«ser de raza árabe y constitución anatómica parecida  a la de su agresor, pero sin estar segura de que se trate de la misma persona».

Ahmed Tommouhi fue absuelto por esta causa de Gavà el 9 de septiembre de 1993, por la sección 10ª de la Audiencia de Barcelona.

Las cartas boca arriba

La palabra de las víctimas es clave en esta historia. Reúno declaraciones, informes, comentarios, incluso algún escrito que una de ellas hizo circular en su día para oponerse al indulto solicitado por el Fiscal Jefe de Cataluña en 1999. La mayoría de las víctimas, sin embargo, no quiere hablar: He hablado por teléfono con tres de ellas, y con el novio de la chica a la que robaron en Terrassa. De momento.

La sinceridad despeja la conversación: aclara por dónde debes ir, qué decir y que no. Pero en según qué circunstancias puede tener efectos contraproducentes. Desde luego, un teléfono sonando 16 años después, en casos como éste,  con una voz quizá aspera, reúne muchas de esas circunstancias. Una me despachó en minuto y medio: las otras dos aceptaron hablar un cuarto de hora, pero insistiendo en que no querían volver sobre el tema. El cuarto dijo lo mismo: no.

A las que todavía no había llamado por teléfono, he decidido escribirles. Me parece menos brusco, y  permite explicar mejor la historia y mi interés, y da tiempo para rumiar la respuesta. Las cartas van certificadas y con acuse de recibo, así que sabré al menos si las han recibido. (Por cierto, la carta abierta del pasado 7 de enero, dirigida a Margarita Robles, magistrada del Tribunal Supremo, también fue enviada a su despacho, por correo).

La estrategia de la escritura es siempre la misma: intento compensar el interés general y el particular. Me presento en dos líneas –cuando tenía las dos primeras escritas e impresas, me pareció importante añadir mi edad, 29 años–,  explico por qué les escribo, resumo muy brevemente el caso general, y concreto los aspectos que más me interesan de cada una de ellas. Añado también que el interés se centra en lo que ocurrió después: y no tanto en revivir la noche de autos.

El gran problema, obviamente, es la distancia. El tratamiento es de «estimada»: el cuidado me hizo consultar con dos colegas si no podría tomarse como demasiado cercano. Creo que no, que no hay fórmula en castellano menos alambicada que ésa, y que tampoco nadie lo tomará como un exceso de confianza.

No nombro ni describo lo ocurrido: utilizo el eufemismo de «unos hechos», «el hecho ocurrido en Cornellà el 7 de noviembre de 1991», etc. Detesto los eufemismos. Pero me ha parecido que preservaba mejor su intimidad, en caso de que la carta cayera en otras manos.

Y también he pensado mucho en si publicarlas aquí o no. Y cuándo. Janet Malcom, en El periodista y el asesino, analiza con asombro las cartas que el periodista Joe McGinnis envió al asesino Joe Macdonald para convencerle de que fuera el protagonista de su best seller, Fatal Vision. Las cartas prueban las intenciones del periodista, y el modo en que las disfraza. Por eso pensé, al leer a Malcom, que de escribir yo cartas a alguno de los protagonistas, debería evidentemente publicarlas aquí. Para que conste cuáles son las mías. La carpeta «Correspondencias» se abrió con esa idea.

Pero no pensaba  en las víctimas. Las tres primeras están enviadas. Les hablo del blog, y les animo a consultarlo para que puedan ver en qué me baso para seguir adelante. Pero no les aviso de que su carta  fuera a ser publicada. Así que me veo en cierto modo atrapado entre la obligación de la transparencia, y el respeto hacia las víctimas. Me parece que si las leyeran sabiendo que  están a la vista de todo el mundo, provocaría un efecto de intromisión aún más violento que el del teléfono. Tendrían derecho a sentirse incómodamente observadas.

Así que este comentario es una salida provisional: dejo constancia de que están escritas y enviadas, pero sin hacerlas públicas antes de hablar con ellas.

Después de muchos días, y distintos pareceres, confieso que al empezar a escribir esta entrada creía que era definitiva la decisión de publicarlas.

Lo peor de 2007

Perdonen que no me haya levantado antes. 

Bases de los premios Bránagan.

Barcelona, 23 de diciembre de 1997

-Los premios Bránagan se otorgan al final de cada año del calendario cristiano, y sirven para determinar lo peor que ha ofrecido el cine internacional a lo largo del año saliente.

-Participan únicamente las películas que el jurado haya visto en una sala de cine durante el año. De éstas sólo se excluyen aquéllas que el jurado ya hubo visto en años anteriores y/o por otros medios.

-El jurado es de carácter democrático. Está organizado como un soviet de libre discusión y cada miembro puede expresar su opinión. No existen jerarquías entre los integrantes del jurado y todas las opiniones tienen el mismo valor.

-El jurado lo forma Lucas Santos.

-Están permitidos los empates entre dos o más candidatos en todas las categorías.

-No se tienen en cuenta la fecha de estreno de cada film ni la fecha de producción.

-La nacionalidad de cada film no está reconocida por el jurado y, por tanto, no se tiene en cuenta en la elección de los premios.

-El realizador británico Kenneth Branagh, así como sus filmes e interpretaciones, quedan exentos de los premios. Dando a éstos su nombre, se obvia [a] un cineastra execrable, por lo que no cometerá el jurado la redundancia de otorgarle más distinciones.

-El premio a toda una trayectoria se otorga a un o unos cineastas cualesquiera escogidos por el jurado sobre la base de que éste o éstos hayan estado de actualidad durante el año saliente tanto por su actividad laboral como por cualquier otro motivo (la defunción, por ejemplo).

-El número y naturaleza de las categorías es totalmente [manipulable] en cada edición de los premios y debe adaptarse a  las circunstancias de cada año y al capricho del jurado. Sólo una categoría debe existir irrevocablemente: la de peor película.
 

Acta del Jurado de los Premios Bránagan  a lo peor de 2007.

¡Me ha invitado!

Obreros, campesinos e intelectuales:  

Con la presente misiva, el abajo firmante quiere invitarles a la gala de presentación -que no de entrega; todo se andará- de los premios Bránagan 2007, unos galardones que llegan a su duodécima edición y que distinguen lo más abyecto del cine estrenado a lo largo del año en el enclave norteafricano de Barcelona. 

Siguiendo la tradición establecida durante los últimos años, la cuchipanda consistirá en una cena de ínfima calidad seguida de la lectura del fallo del jurado y una sobremesa decadente. También en concordancia con la tradición, no se exigirá etiqueta a los invitados ni aportación gastronómica alguna. Sólo se espera de ellos, de ustedes, el acostumbrado derroche de carisma que prestigia esta nuestra cita anual. 

La convocatoria se concreta así: Sábado, 12 de enero del año de Nuestro Señor de 2008,  21.00 h. Residencia Santos-Kandahar (Passatge Forasté […], Barcelona, Marroc du Nord)  

Quienes tengan problemas con la Renfe o faldones que escribir, serán gentilmente recibidos en la cocina por el servicio -Sra. Conchita-, que tendrá a bien servirles las sobras recalentadas de la cena regadas con un excelente vino de mesa y acompañadas de una amena conversación (temas: los beneficios de una dieta rica en productos tradicionales y la vigencia de la quiromancia y el tarot en el siglo XXI).    

Se ruega tengan la amabilidad de confirmar su asistencia o excusar su ausencia. 

Ignominiosamente,  Dr. Bacalado Chumínez 

Flujólogo 

Idiosingracia

La detención, el 20 de junio de 1995, de Antonio García Carbonell sorprendió a sus vecinos del barrio . Tenía entonces 56 años, casado y con 11 hijos. Era, al parecer, muy religioso: evangelista. Durante las visitas que recibía en la cárcel, así como los días de juicio, etc, siempre lleva una biblia bajo el brazo. Un hombre respetado.

La familia presentó un escrito con una veintena de firmas de vecinos suyos, en principio, que daban fe de la vida intachable que siempre había llevado García Carbonell. La Asociación Gitana de Sabadell envió además una carta, dirigida al tribunal, en la que expresaba la perplejidad con la que había sido recibida la noticia de su detención e implicación en un caso así.

La carta observaba las costumbres, de la comunidad en general y del señor Antonio en particular. El respeto a los difuntos y la virginidad de las chicas antes del matrimonio son costumbres de sagrado cumplimiento entren nosotros, venía a decir. Y añadía estos trazos sobre su comportamiento:

«El señor Antonio el día de los santos lleva flores a casi todos los gitanos difuntos y en las bodas tira peladillas y da la enhorabuena a los padres de la novia; el señor Antonio y su [esposa] ya son dos hijas las que han casao y las dos por el rito gitano»

Le pedía al tribunal, por tanto, que considerase la posibilidad de que se estuviera cometiendo un error: porque no puede ser, concluía, que este hombre haya hecho una cosa así. 

El encontronazo con el Otro

Kapuscinski (aquí acentúan la s y la n, pero no sé cómo acentuar consonantes) gustaba de resumir, o más bien de rematar, la definición del periodismo hablando de «el encuentro con el Otro».

En este caso, y con las víctimas especialmente, hay sobre todo encontronazos. No. No ha ocurrido nada grave: lo grave es la levedad. El día a día que dedicas a meterte en la vida de la gente, que casi siempre estaba haciendo otras cosas. Dieciséis años después, suena el teléfono: mire, es que soy periodista y estoy escribiendo un libro. Ya, pero justo yo llevo dieciseis años intentando olvidarlo, y como comprenderás no me voy a poner a hablar de ello ahora. ¿Por qué debo insistir?

El otro día, el entonces novio de la chica de Terrassa que fue retenida durante media hora, dentro de una furgoneta, que no fue violada (podría poner «pero que no fue violada», o «aunque», pero eso es ya dar por sentado que tenía que ser violada, es normalizar la violencia: huye de los conectores, de las preposiciones, siempre que puedas: el cadáver no prueba la necesidad del asesinato), lo que en principio haría pensar que el trauma fue menor, y que, por lo menos él,  quizá querría hablar, también se negó en redondo. «Yo de este caso no quiero hablar», me dijo. Y me pidió mis datos –que le facilité encantado– para buscarse un abogado.  Me pareció una reacción de pánico. Bueno. Lo entiendo. «Porque es que parece que los malos aquí son las víctimas, y ellos los buenos», me dijo. Eso, y esto no se lo dije, pero lo digo ahora por si ha llegado hasta aquí, por si con mi nombre anda buscándome por el google, eso, en todo caso, lo ha dicho usted: Yo no.

Luego están las excepciones. Álex, por ejemplo, uno de los cuatro chicos que estaban con las dos menores de La Secuita cuando las violaron. Él no tiene ningún problema en hablar. Es más, creo que el llevaba muchos años queriendo hablar. A él llegué porque, contra lo que decía la chica de La Bisbal en un escrito que envió la Audiencia de Tarragona oponiéndose al indulto solicitado por Mena para los dos marroquíes condenados, él se había mostrado a favor. Él, como víctima, dijo que sí: que no se oponía a que los indultaran. La chica de La Bisbal, por supuesto, lo obvió en su escrito. El Tribunal no lo obvió, porque no puede mentir, pero pasaba de largo, creo que era del único párrafo que, junto a la respuesta, no aparecía ninguna razón que la justificara. Por eso me llamó la atención: un sí pequeñito, solo, arrinconado, casi de rodillas, pero se aguantaba. Era revelador, casi un acto fallido. Así que lo llamé: y dijo sí, otra vez, cuando queráis, yo estoy en Tarragona, dijo como poniéndose por fin en pie, sólo tenéis que llamarme.

Ahmed Tommouhi, el día de la vista oral por el juicio de Olesa, que luego el Supremo revocó, dijo una frase que no me la saco de la cabeza, y que he ido aplazando, el encararla y actuar en consecuencia: 

«Me habían informado que había violado a 17 mujeres. Yo no quiero ocultar al tribunal estas acusaciones. Una chica de otro proceso me habló, no sé lo que decía, y en esa ocasión fui absuelto de aquella acusación».

La última frase es la que me interesa ahora: «una chica de otro proceso me habló». Sólo puede ser la chica de Gavà, porque es el único caso en el que fue absuelto. Lo absolvieron porque el día de la vista oral, la chica aclaró que lo había señalado a él 

“por ser de raza árabe y de constitución anatómica parecida a la de su agresor, pero sin estar segura de que se trate de la misma persona»

Esa chica le habló a Ahmed, y le dijo algo que Ahmed no recuerda. Quizá la chica lleve también todo este tiempo esperando a que alguien le pregunte. Me pongo a escribirle una carta.

Imágenes y palabras: efectos

Los hechos de Esparraguera ocurrieron el 31 de octubre por la noche. Estas tres tomas, son otra forma de contarlos. Los pies de foto son extractos del relato de los hechos. Las fotografías fueron tomadas durante las pasadas navidades. No soy yo el fotógrafo. Me las enviaron ayer.  Es otra forma de verificación.

UNO: 41º 32′ 40,33″ NORTE/1º 51″ 45,7″ ESTE

I salió sobre las diez y veinte, se subió al Seat Ritmo de su novio, y se pusieron en marcha hacia la antigua carretera nacional II, que debían cruzar por el kilómetro 577, frente al barrio de Can Cumellas, en Esparraguera. En ese cruce hay un stop. El Seat Ritmo estaba haciendo el stop cuando, por la derecha, se detuvo en paralelo un turismo pequeño. Un Renault 5.

DOS: 41º 33′ 01,1″ NORTE/01º 51′ 31,» ESTE

Los dos coches se pusieron en marcha camino de Can Roca, un descampado cercano. Antes de llegar, sin embargo, se desviaron a la altura de una vaquería, atravesando un campo labrado, con olivos, donde se pararon. 

TRES: 41º 33′ 01,1″ NORTE/01º 51′ 31,» ESTE

Los violadores, antes de subirse al Renault 5, advirtieron a la chica que no arrancara el coche ni hiciera nada hasta que ellos hubieran traspuesto por detrás del bloque de pisos que le señalaron a lo lejos. El alto le devolvió la chaqueta de su novio. Luego le chocó la mano para despedirse. 

Hoy, delante de aquel bloque de entonces, la ciudad ha seguido comiéndole terreno al campo: en 1991, esos adosados no se habían construido todavía.

Una pistola (verdaderamente) humeante

El teléfono sonó a las 22:22. Dijo su nombre y apellidos, con acento andaluz, pero con un acento viajado, nada racial,  y preguntó:

–«¿Que en qué puedo ayudarle?».

Yo lo había llamado muchas veces, y ayer por fin dejé un mensaje en el contestador. El cielo abierto. Me hablaba el tercer hombre: el tercer guardia civil que participó en la recuperación del Renault-5, el 2 de diciembre de 1991. El coche que, curiosamente, siguió su itinerario criminal después de que los dos marroquíes hubieran ingresado en prisión, acusados de haber cometido varios robos y violaciones en 1991, según la policía y la guardia civil, al volante de ese Renault 5. No sé si me explico.

El tercer hombre al teléfono. La voz campechana, de esas que te están diciendo: pues, mire usté por dónde, y ya no se paran. Así que le conté por qué lo llamaba y que me podía ayudar,  sobre todo, acordándose y contándomelo. Lo que pasó aquel día. Y me lo contó, con tó su arte. Así.

–Pues mire ustééé, yo me encontraba enfermo, pero como era el año que venían los juegos, y no había personal, pues me tuve que dar de alta. Y me puse a trabajar.

Era a finales de 1991. Los juegos, son los Olímpicos de Barcelona 92

–Yo me encontraba enfermo. Tenía una cardiopatía crónica. Enfermo del corazón. Pero bueno, allí estaba: en un apostadero que habíamos montado enfrente del coche.  Y yo lo ví llegar, al moro. Venía de la estación de renfe de Mollet [del Vallès], la estación de Santa Rosa. Venía solo, mirando para todas partes. Yo lo seguí con la vista. Hasta que se acercó al Renault 5, al que nosotros previamente le habíamos aflojado dos ruedas. Yo salí del 124. Él abrió la puerta y se agachó a buscar los cables del arranque, como para hacer un puente, sin llegar a sentarse. Yo me precipité o lo que fuera. Y le dí el alto. Y el tío echó a correr calle abajo, dirección Mollet. Y yo qué iba a hacer, si estaba enfermo del corazón y no podía correr. Pues déjalo correr. Y disparé al aire. Los dos tiros los pegué al aire, porque así nos lo enseñaron: si no hay peligro para nosotros, es mejor que el tío se escape. Al aire, nunca al suelo: porque puede rebotar, y la metralla entra por todas partes, por la ventanas, por tos sitios. Así nos los enseñaban en la academia. Y así fue. Se escapó.

Luego, don Juan, que así se llama nuestro hombre, me contó también que pronto tuvo que dejarlo definitivamente. «Yo estaba cada día peor, al final ya no me entraba ni el traje: estaba muy hinchado».  Y los últimos minutos, yo no podía colgar, y él tampoco parecía querer:

–Aquí estoy más bien que ná. Aquí ya ve, a 22 grados que llegaron los reyes. Y no sudaron ná los reyes magos. Hasta los camellos se quejaban. Allí llegó un momento en que ingresé en el hospital, y me dijeron que no estaba bien.  Cataluña no me sentaba bien.  En Cataluña me daban siete años de vida. Y en Andalucía diez. Así que me vine para acá, y aquí estoy, más bien que tó. He estado tres veces muerto, eso sí, pero al final me operé, hace tres años, y desde entonces estoy estupendamente, la verdad. Ahora ya sólo espero a que llegue el AVE a Almería, que decían que iba a llegar antes de los Juegos [del Mediterráneo, verano de 2005], y vamos para tres años y no ha llegao. Estoy esperando al AVE a ver si me atropella, porque si no a mí no hay forma de matarme.

Por supuesto, no le dije que, finalmente, a día de hoy, nadie ha demostrado todavía que aquel que salió huyendo, frente a la estación de Mollet del Vallès, fuera «moro».

Carta abierta a una magistrada

 

Margarita Robles Fernández

Magistrada del Tribunal Supremo

Plaza Villa de París, s/n

Madrid 

 

 

Excma. Margarita Robles Fernández:

Me permito escribirle esta carta abierta después de leer una entrevista suya publicada en el diario EL PAÍS, el 4 de diciembre pasado. Me sorprendió gratamente, en especial, este párrafo en el que usted precisaba que aunque es feliz siendo magistrada, hay cosas de la justicia que le causan gran pesar:

«Me queda el gran pesar de no dar respuesta a las quejas de los ciudadanos con más celeridad. Porque no hay que olvidar que detrás de cada caso hay un problema humano. Yo, por ejemplo, acabo de poner una sentencia sobre una reclamación judicial, que data de 1994, por un error médico. ¡No es de recibo que tardemos 13 años en dar la razón a esa persona! ¿Tiene arreglo la justicia? Pues no lo sé. Es difícil».

No crea que he tardado todo este tiempo en escribirle. Es que no la había leído hasta hoy. Le escribo casi en caliente todavía. Me sudan las manos. En parte porque llevo todo el día trabajando con el ordenador, tecleando, pero, a qué negarlo, también por la emoción que me ha causado encontrarme con estas palabras. Y no sólo lo segundo tiene que ver con usted.

Lo primero también. He llegado hasta esa entrevista porque estoy escribiendo un libro, y buscaba información sobre usted, que tiene un cierto protagonismo en la historia. El libro trata de la vida de Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib durante los últimos 16 años, que en el caso de este segundo se divide entre los que nueve que vivió y los siete que lleva muerto. Murió en la cárcel en 2000, tres años después de que se demostrara que había sido condenado injustamente.

Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib fueron condenados después de una ola de violaciones cometida en Cataluña en 1991. Una de esas condenas fue revocada seis años después por el Tribunal Supremo, donde usted ejerce ahora. En 1992 usted presidía la Sección Novena de la Audiencia Provincial de Barcelona, y fue la ponente de la primera sentencia que condenó a Ahmed Tommouhi. 

En junio de 2006, hablé fugazmente con Gerard Thomás, el actual presidente de dicha sección, que como usted sabrá informó a favor del indulto que para Tommouhi (y Mounib también) había solicitado  en 1999 el entonces  Fiscal Jefe de Cataluña, José María Mena. Me gustaría hablar también con usted.

Ya en una ocasión hablamos por teléfono. La llamé desde la Cadena SER, en mayo de 2006, porque estaba preparando un tema sobre los siete años que el Gobierno llevaba entonces sin resolver ese indulto, para Hoy por Hoy. Me dijo usted que había pasado demasiado tiempo, y que prefería no volver sobre el tema.

Ahora leo que no hay que olvidar que detrás de cada caso hay un problema humano, y que es el gran problema de la justicia. Tras la sentencia revisada por el Tribunal Supremo en 1997, tanto la fiscalía como ese Alto Tribunal, han reconocido que hay “serias dudas” de que Ahmed Tommouhi fuera el autor de las violaciones por las que fue condenado. Me gustaría saber si alberga usted alguna (duda), o,  por el contrario, en qué sigue basando su convencimiento. 

No sé, pues, si aceptaría  esa entrevista, con vistas a la redacción del libro, en el que ya le adelanto que el caso que usted juzgó ocupa un espacio central, o prefiere, como ya me dijo en aquella ocasión, remitirse exclusivamente a lo que escribió en la sentencia.  La cual, por cierto, muscula mucha convicción, pero dudosa certeza.

Esperando su respuesta, reciba mi agradecimiento por adelantado. 

Cordialmente,

Braulio García Jaén.