Archivo mensual: febrero 2008

Transbordos

El cabo V. participó sobre todo en los comienzos de la investigación de 1995, que finalmente llevaría a la detención de García Carbonell. En 1991, sin embargo, estaba en un cursillo en Madrid cuando ocurrieron los hechos: Lo que puede recordar nunca lo supo de primera mano.

El folio-portada que llevaba su nombre, del atestado sobre la recuperación del Renault 5, me explicó ayer en una cafetería de El Ejido, no podría asegurar si lo había recibido en Martorell o en Manresa, los dos equipos de policía judicial en los que trabajó esos años,  ni en qué fecha concreta. Esto último es fácilmente comprobable y así lo haré: en todo caso, su relación con ese atestado parece puramente jerárquica: el que en verdad lo habría pedido sería el guardia Reyes Benítez. «Desde que detuvimos al gitano, Reyes empezó a dar la brasa con lo mucho que se parecía al moro», me explicó V.

En 1995, el cabo V.  sí se encargó de hacer una primera recopilación de diligencias, y puestas sobre la mesa, recuerda que comentó con un superior una hipótesis que, aunque errónea, daría finalmente en el clavo: «éstos tíos viven en Terrassa»,  pensó. El Teniente Pizarro, hoy comandante, ordenó peinar la ciudad: el objetivo era encontrar el Volkswagen Golf negro que habían descrito las últimas chicas violadas, no muy lejos de donde en 1991 había sido violada la chica de La Bisbal, en L’Arborç del Penedès. Apareció el coche, y luego aparecería Carbonell a recuperarlo y fue cuando lo detuvieron.

Pero, como ya saben, no era en Terrassa donde vivía Carbonell. En este sentido, parece más plausible la tesis de Godwin en El rastreador, que sostiene que los violadores y asesinos en serie trazan, aunque sea inconscientemente, una zona neutra entorno a su domicilio libre de asaltos. La hipótesis concuerda con este caso, pues ninguno de los hechos se cometió en Sabadell ni en sus más inmediatos alrededores.

Por eso, aunque no era su lugar de residencia, Terrassa resultó decisiva para la detención: era la estación elegida para los transbordos. Allí abandonaban los coches quemados. Los investigadores habían localizado ya varios vehículos de los utilizados en los asaltos cuando encontraron el Golf negro. Y allí se subían a los turismos pequeños con los que cometían los asaltos. García Carbonell llegó en una furgoneta, sobre las ocho de la noche, y maniobró para dejarla aparcada donde estaba el Golf, con el que, según costumbre, saldría a delinquir.

Un movimiento, por cierto, exactamente inverso al que hicieron los asaltantes la madrugada del 3 de noviembre de 1991. Las víctimas de los dos primeros asaltos, cometidos en Vilafranca del Penedès sobre la medianoche, con apenas un cuarto de hora de diferencia, describieron que el vehículo era un turismo pequeño. La pareja de novios asaltada en Terrassa, sobre una hora y media más tarde, identificaron que el vehículo era una furgoneta. La chica precisó que la puerta lateral, por donde la metieron a ella, era corredera. Terrassa está entre Vilafranca y Sabadell, en la dirección de sur a norte que se deduce por la hora y la localización de los diversos hechos: primero los situados más al sur, luego los de más al norte.

Todo esto lo digo porque uno de los argumentos utilizados por la fiscalía del Supremo para dudar de que los vehículos utilizados en diversas violaciones cometidas antes y después de que los marroquíes estuvieran en prisión fuera el mismo Renault 5, fue precisamente que el asalto de Terrassa había sido cometido con una furgoneta.

Materiales

Francisco Palenzuela y Juan Antonio Fernández, los dos ejidenses condenados por secuestrar y apalear a tres inmigrantes en diciembre de 1997, disfrutan desde octubre pasado de un régimen de semilibertad, un híbrido entre el segundo y el tercer grado recogido en el artículo 100.2 del reglamento penitenciario. Palenzuela y Fernández, condenados en 2002 por la Audiencia de Almería a 15 años de cárcel y cuya sentencia ratificó el Supremo en marzo de 2004, ingresaron en prisión en agosto de 2005.

La Dirección de Instituciones Penitenciarias les denegó el tercer grado que para ellos había solicitado la cárcel de El Acebuche, donde cumplen condena: «soy psicóloga antes que directora», declaró la directora de la prisión, Clotilde Berzosa, a EL PAÍS:  «tanto uno como otro son muy sensibles, muy trabajadores», añadió.

Los dos empresarios, que según una hermana de Palenzuela muestran un «profundo arrepentimiento»,  no habían hecho frente a sus responsabilidades civiles (más de 36.000 euros en indemnizaciones a las víctimas) en diciembre del año pasado, diez años después de las agresiones. El alcalde de Almería, Luis Rogelio Rodríguez-Comendador (PP), apoyó a principios de este mes de febrero una nueva petición de indulto –denegado ya en dos ocasiones–, respaldada  por el ayuntamiento de El Ejido y las 57.214 firmas de las que les hablaba ayer.

El Ejido, paisaje de impunidad

No es la primera vez que voy a El Ejido. La primera fue en junio de 2000, [cuatro] meses después de los ataques racistas que cientos de vecinos dirigieron contra inmigrantes magrebíes. Bullshooter organizaba allí un campeonato nacional de dardos electrónicos, y mi hermano Rafa aceptó ofrecernos a una amiga y a mí una habitación doble y pensión completa durante una semana. El pacto incluía, a cambio, que trabajaríamos sábado y domingo.  Más que un hermano es un mecenas. La semana la dedicamos a hacer entrevistas y visitar lugares para un reportaje que escribiríamos a la vuelta. 

El Viejo Topo lo publicó en septiembre de ese año. «El Ejido, paisaje después de la batalla» rastreaba en qué habían quedado las declaraciones de intenciones, supuestas medidas y anunciadas soluciones aprobadas después de los ataques: habían quedado en nada. No tengo copia ni puedo conseguirla ahora (la biblioteca municipal de Petrer no archiva las revistas), pero recuerdo que el reportaje demostraba, con datos del propio ayuntamiento, que el único cambio que se estaba realmente produciendo era la sustitución de la mano de obra magrebí por otras sudamericanas y de Europa del Este. Era fabuloso el desparpajo con el que diversas fuentes acudían a argumentos sociológicos de corte multiculturalista: es positivo que haya mezcla de razas bajo los plásticos, decían, para justificar aquella limpieza técnica.

Por primera vez me llamó la atención, aunque no se trataba en el reportaje, la necesidad que ciertas movilizaciones tienen de literatura típica y de cómo había sido correspondida por el periodismo. Me sigo preguntando si los disturbios se habrían desencadenado, en aquel momento y en aquel lugar, si los rumores que construyeron el caso típico del discurso racista no hubieran llegado a los titulares: «Detenido un inmigrante marroquí por el asesinato de una joven a la que quiso robar«. El móvil del robo que establecieron varios testigos citados por la prensa no se demostró nunca, y según admitían varias fuentes meses después, la chica ni siquiera llevaba el bolso que supuestamente habían visto esos testigos. La sentencia estableció que Encarnación López, una ejidense de 26 años, había sido asesinada por un esquizofrénico marroquí, lo que de haberse publicado primero habría rebajado en mucho la típica espontaneidad del linchamiento.

Hablamos entonces con Ángeles Garzón y su marido Carlos, un matrimonio de abogados madrileños residentes en Granada, que durante los disturbios se habían trasladado a El Ejido para prestar apoyo jurídico a las víctimas. Los agredidos, explicaban, están dejando El Ejido y no habrá forma de localizarlos y continuar con los procedimientos. No encontré ayer, rastreando en el archivo de El País y Google, que ninguno de los que incendiaron negocios y viviendas de vecinos magrebíes, ni ninguno de los que, por ejemplo, condujeron los camiones que transportaban a vecinos españoles desde el centro de El Ejido a los asentamientos de los inmigrantes, según fotografía publicada creo que por ABC, haya respondido ante la justicia. Las únicas condenas que hallé (nueve años todas sumadas) se pronunciaron contra la agresión que el entonces subdelegado del gobierno en Almería, Fernando Hermoso, sufrió tras el entierro de Encarnación López. En consecuencia, el periodismo tampoco ha añadido una sola palabra que estropee la siesta de los impunes.

Sí encontré, sin embargo, que 57.214 vecinos firmaron a favor del indulto de dos ejidenses condenados a 15 años de cárcel por secuestrar y apalear a dos argelinos y un marroquí en 1997. Los dos secuestradores, Francisco Palenzuela y Juan Antonio Fernández, declararon en junio de 2004 que de ingresar en prisión podrían reeditarse la violencia de febrero de 2000. El alcalde, Juan Enciso, les había expedido dos certificados de buena conducta que ambos empresarios encartaron en sus expedientes. El entonces Ministro de Justicia, López Aguilar, adelantó en 2004 que el indulto sería denegado.

En fin, llegaré pasadas las tres de la tarde.

Contraseña para algunos (pocos) amigos

Me permitirán una diversión. Picoteando ayer en la biblioteca municipal di con un artículo de Miguel Morey. El número 79 de la revista Archipiélago es un monográfico sobre la figura de Jean Baudrillard y su supuesto desafío a lo real. El artículo de Morey, «Un animal desquiciado», más allá de lo que dice sobre Baudrillard –y lo dice casi todo callando, pues habla sobre todo de Bataille– lleva una frase que justifica –la hace más justa– una idea editorial que se viene gestando entre algunos, pocos, muy pocos amigos. La traigo aquí por si hicieran falta razones todavía:

«Lo más probable es que los hombres del futuro tengan que aprender a leer solos».

Lo más probable es que el futuro esté aquí, ahora.

Preguntas de ida y vuelta

De paso por Petrer (Alicante). En cuanto tenga cerradas las entrevistas –mañana o el miércoles, como muy tarde– me iré a Almería.  La casualidad, o las rutas migratorias, han reunido allí a cuatro protagonistas (secundarios) de esta historia: dos guardias civiles y dos marroquíes.

Los dos guardias civiles son importantes por la misma razón: el Renault 5. Ambos estaban aquellos años destinados en la 412ª Comandancia de la Guardia Civil (Barcelona interior). El coche se recuperó en Mollet del Vallès, que pertenecía a esa comandancia. Hoy uno de ellos está retirado al sol de Los Gallardos. El otro, destinado en un pueblo del poniente.  

Con el primero ya hablé por teléfono: se trata ahora de ver si, cara a cara y con tiempo, recuerda detalles o datos que aclaren el por qué de la escasa repercusión que sobre el caso tuvo lo que  debería haberle dado un vuelco importante: la recuperación del coche  con el que, según la Guardia Civil, se habían cometido las violaciones. El nombre del otro agente  aparece manuscrito («para el cabo…») en un folio-portada del atestado sobre la recuperación. Lo que indica, probablemente,  que o bien en 1991, o en 1995, esos atestados e informes tuvieron que pasar por sus manos.

(Por cierto, que aprovecho para resolver una duda que recogía aquí al publicar la relación de delitos cometidos con el Renault 5: me extrañaba que en esa relación no aparecieran las violaciones de Cornellà y Tarragona. La razón, confirmada por dos agentes, es que esos hechos ocurrieron fuera de la demarcación de la comandancia que realizó el informe: Cornellà pertenecía a la Policía Nacional, y Tarragona era de la 431ª Comandancia. La relación la había hecho un puesto de la 412ª (Barcelona interior, con sede en Manresa).)

Luego, a finales de semana, iría a visitar también a los dos marroquíes.

Sangre, semen y convicciones, o como decíamos ayer

[Esta nota fue publicada en EL PAIS el 26/09/2006

 

El Tribunal Supremo revocó en 1997 una de las condenas a Ahmed Tommouhi y a su compatriota Abderrazak Mounib, porque los análisis de ADN demostraron científicamente el error de la víctima al identificarlos en 1991. Frente al testimonio subjetivo, el Supremo privilegió la corroboración objetiva. La Audiencia de Barcelona, sin embargo, ya lo había condenado en otra causa. El razonamiento fue inverso: los jueces descartaron las pruebas materiales frente a las «categóricas y terminantes declaraciones» de las dos chicas violadas.

Fue en el caso de Cornellà (Barcelona). N., una de las dos víctimas, de 14 años, entregó en comisaría el pantalón, el suéter y las bragas que llevaba puestos el día de autos. [Lo hizo tras su primera declaración]. La policía lo puso en conocimiento del Juzgado de Instrucción número 1 de Cornellà en el primer atestado. Desde ese momento, Estrella Radio Barciela, titular de aquel juzgado, tuteló el proceso y los restos fueron analizados en el Laboratorio de Analítica Forense de la Policía Científica de Barcelona y cotejados con los marcadores genéticos de Ahmed Tommouhi, que accedió voluntariamente al análisis. Él mismo lo reclamaba cada vez que declaraba ante un juez.

El resultado fue negativo. Ni el semen ni la sangre eran de Ahmed Tommouhi, el único acusado en este caso. Los peritos, sin embargo, no acudieron el día del juicio oral, y el tribunal decidió que no hacía falta, como había pedido la defensa, suspender el juicio. La prueba no habría podido «en modo alguno» desvirtuar la «convicción» del tribunal, según la sentencia, convicción que se había formado exclusivamente por el testimonio de las víctimas, sin corroboración objetiva alguna.

La conclusión del informe no excluía, a ojos del tribunal, que Tommouhi fuera quien violó a N. porque habían sido «dos los intervinientes en los hechos», con lo que los restos podían ser de ese otro. Las chicas, sin embargo, habían declarado que cada uno violó a cada una por separado, y las dos coincidieron en que supuestamente era Tommouhi el que había violado a N.

El contacto, por tanto, se debería haber producido por una salpicadura o un roce entre el violador de la otra chica, de 15 años, y la ropa de N. Pero a ésta última la violaron fuera del coche, «apoyándola de espaldas al agresor», como ella misma contó el día del juicio. A su amiga la violó el copiloto, y recordó «que fue dentro del coche». Ni la sangre ni el semen hallados correspondían a los marcadores genéticos de Ahmed Tommouhi. «Con los datos de ese informe, tengo que decir que ese hombre no ha sido», explica Eugenio O., uno de los autores.

El tribunal dijo que ignoraba «por completo la cualificación técnica o científica» de los peritos, a los cuales no volvió a citar. Pertenecían a la Policía Científica. Eugenio O., el técnico, era diplomado en Farmacia y especializado en Análisis Clínicos. La facultativa que firmó aquellos informes es la actual inspectora jefa del servicio NBQ de la Policía Científica de Madrid.

El tercer argumento de la sentencia para descartar los hechos objetivos en favor del testimonio subjetivo de las víctimas fue que la recogida de la ropa no se había hecho con las suficientes garantías procesales. «No fue acordada por el juez de instrucción», afirma la sentencia. «Las ropas llegaron con el primer atestado: o sea, que era imposible que el juzgado ordenara nada porque no sabía que había ocurrido eso», explica Estrella Radio Barciela, la juez que instruyó el caso. El garantismo, que se inventó para proteger al reo, sirvió en este caso para condenarlo.

El tribunal sentenciador fue la Sección Novena de la Audiencia de Barcelona, presidida por Margarita Robles. Para revisar la sentencia está el Tribunal Supremo, pero nadie presentó el recurso. El abogado de oficio de Tommouhi en Barcelona, Pere Ramells, lo anunció oportunamente tras el juicio de 1993. Pero correspondía al Colegio de Abogados de Madrid nombrar a un colegiado suyo para que lo cursara ante el Supremo. Los nombrados no lo hicieron. Se quedó sin defensa y sin posibilidad alguna de que se revocara la sentencia.

 

La verdad degradada

El decisionismo es el efecto de la falta de anclajes empíricos precisos y de la consiguiente subjetividad de los presupuestos de la sanción en las aproximaciones sustancialistas y en las técnicas conexas de prevención y de defensa social. Esta subjetividad se manifiesta en dos direcciones: por un lado, en el carácter subjetivo del tema procesal […]; pero, por otro lado, se manifiesta también en el carácter subjetivo del juicio, que, en ausencia de referencias fácticas exactamente determinables, resulta basado en valoraciones, diagnósticos o sospechas subjetivas antes que en pruebas de hecho. El primer factor de subjetivación genera una perversión inquisitiva del proceso, dirigiéndolo, antes que hacia la comprobación de hechos objetivos (o más allá de ella), hacia el análisis de la interioridad de la persona juzgada. El segundo degrada la verdad procesal de verdad empírica, pública e intersubjetivamente controlable, a conocimiento íntimamente subjetivo, y, por tanto, irrefutable del juzgador .”

FERRAJOLI, Luigi: Derecho y Razón, Trotta, Madrid: 2002, p. 43.

G.

Yo volvía a casa después de haber estado en Sabadell, frente a la de García Carbonell. El teléfono sonó al entrar en el ascensor. Cuando ya había pulsado el cuarto, oí que preguntaban por mi nombre:

-Soy G. S., añadió.

G. es una de las dos víctimas de Cornellà.

–Hola, G. Me pillas en el ascensor. ¿Qué tal?

–Pues nada, que he recibido tu carta, y he decidido ponerme en contacto contigo.

–Pues muy bien. Bueno, como te explico en la carta –ya fuera del ascensor, abriendo la puerta con la compra en una mano y la llave en la otra, el teléfono mordido entre la cabeza y el hombro—estoy escribiendo un libro sobre esta historia, y bueno, llevo bastante tiempo, más de dos años, aunque he tardado en ponerme en contacto con vosotras. ¿Por qué? Pues porque, no sé, porque bueno, me parecía un poco delicado, pero ahora que estoy llegando al final, bueno al final, a los últimos 8 ó 9 meses –suelto la compra en el poyete de la cocina, y paso al salón—pues creo que debía hablar con vosotras también.

Le he contado que quiero escribir el libro, y que bueno, que la historia no va sólo de estos dos inocentes condenados. Que todos los datos que he ido reuniendo apuntan a que sí, a que hubo un error judicial [en todos los casos], pero que es mi obligación y mi método tener siempre presente la duda de que a lo mejor no hubo tal error. Obviamente, he añadido: “Pero, si te soy sincero, todo lo que he visto y reunido hasta ahora apunta a que sí, a que hubo ese error”.

–A ver. Yo es que no me lo explico. Yo los ví en la tele, que eran dos inocentes y tal, y la verdad es que me indignó un poco y fui a la policía a informarme. Les dije: A ver,  si tenéis las ropas y podéis hacer el ADN, no entiendo por qué se ha podido cometer un error así.

Luego me explicará, y te lo cuento ya lector, para que no caigas en el mismo error que yo, que lo que le indignó fue que aparecieran ellos como pobrecitos y nosotras, ¿qué?. Sigue:

–Yo acudí al Palacio de Justicia a informarme del caso, para ver cómo iba, y allí me enteré de que uno de ellos había muerto en la cárcel y tal, y que bueno, para asegurarme también de que seguían cumpliendo la condena.

–Porque a ver. Nosotras entramos por separado [a las ruedas de reconocimiento]. Yo entré sola. Y N., –¿has hablado con N.?, me preguntará luego—también. Y había mucha gente allí, y todas coincidimos en el mismo.

–Yo sé que había tres, que había uno que era el cabecilla y que el otro quedó sin detener. Que por eso nosotras no reconocimos al del bigote, porque ése no iba el día aquel que nos cogieron a nosotras.

–Y yo nunca dije que fuera gitano. Que también salieron diciendo eso. Hay cosas que he olvidado, pero también hay otras que recuerdo perfectamente: y no me olvido. Yo dije a la policía que tenía aspecto gitano, pero se lo dije para que buscara a alguien así, con esa pinta, pero no que fuera de raza gitana.

–La policía me dijo –me cuenta en otro momento de la conversación–, que esos análisis no se podían hacer. A ver, le dije, no me diga eso porque yo estudio laboratorio y sé que se puede hacer y sé que el ADN no deja duda.

–A ver, que a mí me puedes hablar con total confianza, sin ningún problema, que yo esto ya lo tengo superado.

Yo le había dicho que le mandaría algún reportaje sobre la historia. Insisto:

–Eso, y mándame las fotos.

–Sí, sí. Te mando uno dónde sale la foto del marroquí y la del gitano.

Gitano no. [Risas] Que yo no he dicho que sea gitano: dije que parecía gitano.

Y me pregunta

–¿Y que vas a hacer, vas a escribir un libro, no, con esto?

–Sí, sí.

–Bueno, pues cuando lo publiques, dame un toque que lo compraré.

Tenía la voz tranquila, aunque ha habido dos o tres momentos, segundos, en que ha temblado, ligerísima, casi imperceptiblemente. Sonríe. Es amable y cordial.

17 de Enero de 2008

Señor Cónsul

18 de Abril de 1992.

Centro Penitenciario de Tarragona.

Esta carta es para el consulado de Marruecos en Barcelona.

Nosotros somos marroquíes, tenemos papeles de Marruecos y papeles de España, y estamos apuntados también en vuestra oficina.

Nos detuvieron el día 15 de Noviembre de 1991; se equivocaron porque nos parecemos a dos violadores. Nos detuvieron a los dos.

Yo tengo cuatro hijos y mujer. Viven aquí conmigo en Barcelona. El otro: también está casado y tiene tres hijos: se llama Ahmed Tommouhi.

Señor cónsul: nosotros no somos gente mala. Señor cónsul esperamos que nos ayude («que nos eches una mano»).

Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib.

Nos encontramos en Tarragona.

De los arquetipos y sus inconvenientes

World Press Photo 2006.

GUERRA EN LÍBANO

ELPAIS.COM 09-02-2007

Ésta es la mejor foto del año pasado. La tomó Spencer Platt, un estadounidense de la agencia Getty Images, en Líbano en agosto pasado. Muestra las contradicciones de la guerra: unos jóvenes libaneses ricos paseando en un descapotable por un barrio arrasado en el sur de Beirut. La fotografía ganadora en la categoría Foto del Año del World Press Photo 2006 abrió la sección Internacional del resumen del año publicado a finales de diciembre por el suplemento EPS.– /

La verdadera historia de la foto del año

Los protagonistas de la imagen ganadora del World Press Photo cuentan qué pasó ese día

GERT VAN LANGENDONCK 25/02/2007, ELPAIS.COM

Había sido un día largo para Spencer Platt, fotógrafo de la agencia Getty. Era alrededor de la una de la tarde del 15 de agosto, el segundo día del alto el fuego que acabó con la guerra de 33 días entre Israel y el grupo chií armado Hezbolá. Mientras decenas de miles de refugiados del sur bloqueaban las carreteras de vuelta a sus casas, muchos otros se dirigían al Dahiye (los suburbios del sur de Beirut controlados por Hezbolá). Algunos querían comprobar si sus casas habían sobrevivido a los bombardeos israelíes; otros, simplemente iban por curiosidad.

      Los jóvenes del coche no son turistas, sino vecinos del barrio que querían ver cómo estaba su casa.

      «Estaba levantado desde las siete de la mañana, caminando por el Dahiye, e iba a volverme al hotel cuando, de reojo, vi venir un coche rojo», dice Platt. «Disparé cuatro o cinco fotos, pero sólo una era buena. Me gustó porque mostraba otro lado de la guerra: el Beirut estupendo. Nunca me imaginé que era la foto». Platt la envió a su agencia con otras 25 de ese día… y se olvidó del asunto. Meses después, esta imagen fue galardonada con el premio World Press Photo, la mejor del mundo publicada en prensa. ¿Qué había detrás?

      Jad Maroun (22 años) y sus hermanas Bissan (29) y Tamara (26) no se sentían tan estupendos aquel día soleado de agosto. Aparte de que son cristianos, todos viven en el Dahiye, que originariamente era un área cristiana. Al comenzar la guerra habían huido de los bombardeos y se habían instalado en el hotel Plaza de Hamra, una parte suní de Beirut. Allí conocieron a Noor Nasser, musulmana, de 21 años, y a Liliane Nacouzi, cristiana, de 22. También eran refugiadas de los suburbios.

      «Fíjate bien en la fotografía», dice Bissan Maroun, empleada de banco. «Te aseguro que no lo estamos pasando bien. La mirada en nuestras caras muestra tristeza por lo que le han hecho a nuestro barrio. Ninguno de la foto pertenecemos a la burguesía cristiana».

      Seis meses después de que fuera tomada la fotografía, los protagonistas se reunieron en el apartamento del prometido de Bissan. Sólo falta Tamara, la chica rubia de la foto, que está ocupada con los preparativos de su boda. También está Lana el Khali (25 años), que es la dueña del Mini Cooper descapotable. El Khali, que se declara atea, era miembro de Samidoun, una ONG libanesa que ayudó a gente desplazada. En los primeros días de bombardeos ayudó a evacuar gente del Dahiye. Después distribuyó comida y material médico por la zona. El coche naranja le vino muy bien. El 15 de agosto, su novio Jad le pidió que se lo prestara para ir con más gente a comprobar el estado de sus casas.

      Jad, que conducía aquel día, admite que tuvo dudas sobre si abrir la capota. «Me preocupaba que la gente se llevara una idea equivocada. Pero hacía calor. Éramos cinco en un coche pequeño y todos queríamos ver bien lo que le había pasado a nuestro barrio».

      ¿En qué estaban pensando para vestirse con camisetas ajustadas y gafas de sol de diseño en un día como ése? «Pues, somos libaneses», dice Noor. «Nos vestimos así todos los días. Cualquier otro día, nadie se habría fijado en nosotros, ni siquiera en el Dahiye». Hay algo que el mundo debe entender sobre Líbano, añade El Khali: «Aquí el glamour es una parte importante de la vida. Va más allá de las clases. Incluso si eres pobre, quieres tener un aspecto glamouroso».

      No niegan que en aquellos tiempos había en Líbano un turismo de guerra -«pero no es este caso»-. Se preguntan por qué se escoge la foto de Platt, «y no, por ejemplo, la foto del niño muerto siendo sacado de los escombros en Qana». El Khali inquiere: «¿Es que la foto del niño muerto muestra la realidad de la guerra y esto incomoda a los occidentales?».

      Spencer Platt nunca supo quiénes eran las personas de la foto. Nunca pretendió juzgarlos. «No hablé con ellos. Podían haber perdido a miembros de su familia. Nadie era inmune al sufrimiento en ese conflicto. Desde luego, yo no quería hacer ningún manifiesto político». Y añade: «Creo que esta foto nos pide a los espectadores que revisemos nuestros estereotipos de las víctimas de la guerra».

      ***

      [Bandeja de entrada: Sergio González]

       

      Braulio,

      Sobre la aplicación de los arquetipos a los casos reales, y sus
      consecuencias, se me ocurre que a lo mejor podrías ilustrarlo con la World
      Press Photo del 2006. Esa mezcla entre un anuncio de Chesterfield y la Balsa de la Medusa. La verdadera historia de la foto la contó Gert Van Langendonck en El País.

      un abrazo

      De turismo

      Ayer estuve en ARCO, exposición universal del humor en la que siempre hay que explicar los chistes.

      Interrogantes

      El DNI de Antonio García Carbonell recoge que nació en Lérida en 1937. En una entrevista forense, que obra en el sumario, declaró haberse casado con 14 años. La edad de su mujer estaría ahora rondando los 60 años, según varias fuentes. O bien no es su primera mujer, o bien uno de los dos no podía tener esa edad. Su hijo mayor, al parecer, nació  en 1971, cuando su padre debía contar 34 años, lo cual parece una edad bien tardía para tan temprano matrimonio, además de para las costumbres gitanas que el propio García Carbonell subraya con esa boda adolescente. Las descripciones de las víctimas rebajan entre diez y quince años la edad que tenía su violador en el momento de los hechos.

      Preguntas que no habría traído hasta aquí de no ser porque fuentes policiales me informan de que quizá no sea ése su primer nombre, ni su primer DNI, me digo yo, y entonces ese salto de 20 años vuelve a interrogarme.  

      –¡Es un libro sobre la identidad, es un libro sobre la identidad!, repite Iván sin creérselo.

      Sigo buscando.

      Confirmación

       José A. G., detenido y condenado por resistencia y agresión a la autoridad en 1991, no tiene nada que ver con este caso, ni con las personas en él implicadas, según he comprobado esta mañana de fuentes judiciales. La pista de la que les hablaba ayer, y según lo adelantado, ha resultado falsa. 

      El Gran Otro

      De la guineueta me preguntaba el jueves pasado por el otro:

      No veo que en ninguna parte hagas referencia a cómo está la investigación del segundo violador, el personaje cercano a Carbonell. ¿Se sabe algo?

      El Gran Otro no ha sido identificado ni detenido todavía. Es, sin duda, una de las grandes interrogantes del caso y, por tanto, del libro. Difícil, muy difícil de resolver. Pero casi es más difícil todavía hablar sobre ello. Tampoco sé muy bien por qué: una primera y obvia razón es que las hipótesis nunca podrían acompañarse de un nombre, siendo sólo hipótesis, ni señalar a nadie, ni siquiera vagamente. Sobre todo por eso no había dicho hasta ahora ni mú.

      Pero también porque resulta difícil, en ese impasse, escapar a cierto efectismo de suspense. Porque ha habido quien me ha soplado un nombre para ese otro, y una explicación convincente de por qué debía de ser él y no otro cualquiera, y yo he seguido el rastro. Ha pasado incluso que ese rastro aparecía bien perfilado en el camino: ¡una condena por una detención a finales de 1991! Y he vuelto a casa rumiando que claro, que esa detención y esa condena y ese año y esos apellidos explicaban mucho : el paréntesis entre las violaciones de 1991 y las de 1995, por ejemplo. Enchironado el pariente-cómplice, se acabaron las razzias. Claro, claro, me decía.

      No habría sabido cómo contarlo antes sin que mi entusiasmo convencido pareciera una certeza: y no hubiera sabido cómo desmentirlo ahora, sin que pareciera un truco barato, así que al menos por eso celebro que todo se viniera ayer abajo. Hoy puedo contarlo abiertamente:

      No es ése el hombre del que me habían hablado. No, aunque se llamen igual, tengan una edad parecida, ni aunque coincidiera lo que yo estaba buscando –una condena en el 91, por ejemplo– y lo que encontré, que era una condena en ese año. Mañana mismo creo que lo confirmaré definitivamente, pero ayer volví convencido de que la pista era falsa, equivocada, y así lo hago saber por adelantado.

      En fin, la celebérrima frase de Wittgenstein también  se puede aplicar en este caso:

      «todo lo que puede decirse, se puede decir con claridad, y sobre aquello de lo que no podemos hablar, mejor es guardar silencio»

      Este cerdo y sus porqueros I

      «La era digital quizá subsuma alguno de los mútiples intermediarios del libro (editores, distribuidores, agentes, asistentes, libreros), que realmente son o han sido una voraz legión convencida de que el autor es un cerdo y se come todo.»

      Desde Mollet del Vallès

      En Mollet del Vallès, donde se recuperó el Renault 5 en 1991, esperando  al que entonces era su dueño. Pinta que no vendrá. No contesta al teléfono. El termómetro de una farmacia marcaba hace media hora 7º, así que me he metido en una biblioteca municipal para estar calentito y saludarles: Hola.

      He llegado en cercanías. Mollet está a media hora hacia el interior de Barcelona. En la estación de Santa Rosa se bajó también el «varón de 40 años» que iba a recoger el Renault 5 cuando los tres guardias civiles le dieron el alto. El coche estaba aparcado en una isleta que hay saliendo de la estación a la derecha. La isleta, en medio de  la calle y con forma de cuña, la divide en forma de y griega.

      Ya saben que el conductor huyó a la carrera. La lectura del atestado que da cuenta de esa intervención policial inspira desconfianza por varias razones. La más importante es el doble rasero que, según recuerdo, utiliza para dar cuenta de lo ocurrido y de qué coche se trata.

      En las diligencias que se entregaron al juzgado no aparece la palabra «violación».  El redactor sabía que de eso se trataba y por eso montó una troncha para intentar cazar al conductor. ¿Alguien cree que la guardia civil monta dispositivos de guardia y disparan al aire por un simple coche robado? El redactor mismo me confirmó que así era.

      En los telefonemas que informan internamente, y a sus superiores, de la actuación, sí que se recoge que es el vehículo implicado en las violaciones. Ahí se trata de rebajar las embarazosas implicaciones de los disparos al aire. Era una zona «despoblada», se dice. Sin peatones. Los peatones eran todos los que bajaron junto al varón del tren esa tarde, aunque ahora sea imposible cuantificarlos. 

      Lo de despoblada da un poquito de risa esta mañana, cuando sales de la estación y te encuentras que en la acera de enfrente se levantan edificios —hasta tres de cinco alturas–, casas, bares, locales comerciales, etc, en apretado desorden. 

      Que todo eso estaba ya en 1991, me lo confirmó uno de los agentes que intervinieron y que entrevisté aquí en Mollet hace ya casi un año. El coche estaba aparacado en esa isleta porque  las aceras están siempre ocupadas: Los bajos de los edificios, muchos son locales comerciales, y no hay garajes, me dijo.

      El dueño no llama y la media hora que me han concedido las amables señoras de la biblioteca se acaba. Hasta mañana.

      De raza negra

      O, la víctima de La Bisbal del Penedès, es la que más ha detallado sus razones para oponerse al indulto de los dos marroquíes condenados tras la ola de violaciones del otoño de 1991. El informe del tribunal que juzgó su caso, la sección 2ª de la Audiencia de Tarragona, negativo a la concesión de ese indulto, incluye una cita literal suya de 65 líneas, mientras que sumadas las que dedica a las explicaciones de otros seis víctimas y testigos de Tarragona (falta la opinión de uno de los chicos de La Secuita, que completaría los ocho implicados), resultan 28 líneas. De entre los citados, Álex se mostró a favor del indulto.

      Una de las quejas de O., según información remitida por su abogado –Sergio Solanas– con el deseo expreso de que su literalidad no fuera transcrita ni parcial ni totalmente, es que en referencia al robo cometido con el Renault 5 gris plata, B-7661-FW, el 16 de noviembre de 1991, cuando los marroquíes ya estaban en prisión, no se suele hacer constar que la víctima de ese hecho describió a uno de los autores como «varón de raza negra», descripción que no coincidiría ni con Tommouhi, ni con Mounib, lo que abundaría en la hipótesis de que los marroquíes formaban parte de un grupo de violadores, ni con García Carbonell. Así es, y yo no lo he ocultado, aunque es verdad que sin destacarlo.

      Removiendo papeles me he encontrado con esa objeción y quiero aquí dejar constancia de ello. 

      Pero hay que añadir: Según tres denuncias recogidas en los folios 1579, 1585 y 1594 del sumario del año 95 seguido contra García Carbonell, las víctimas habían descrito a los autores «como de raza negra y de 40 años», según un escrito del primer abogado de Carbonell, Julio García Gutiérrez, que también obra en dicho sumario.

      Tres descripciones cromáticamente corregidas por  las pruebas de ADN que confirmaron la autoría de García Carbonell, que no es negro.

      Esbozos logotípicos

      Este borrador, que Carla dejó a medias, cuando todavía ni siquiera sabíamos que se podía acentuar el nombre en la cabecera, así que tampoco en el logotipo.

      Un polimorfismo muy tonto

      La pregunta por el significado de la sustancia H en un informe sobre restos de semen recuperados en el caso de Olesa reconozco que es puro ensañamiento metodológico, pues el resultado ya se conoce por otros medios: el ADN demostró que el semen no era ni Abderrazak Mounib ni Ahmed Tommouhi. Pero allá voy.
      Los recortes de Chema Pascual empezaron a abrir un cierto camino, aunque la mala puntuación de la cita a veces hacía difícil comprender el texto. Laura llevó mis dudas hasta el laboratorio en el que trabaja, y volvió con las cosas muy claras: sus anotaciones (resumidas en el cuadro de abajo) coinciden además con unos apuntes que yo tenía de una entrevista antigua a una bióloga. Así que la incógnita H, esa vieja cuenta pendiente, cuya liebre levantó, ésta también, Manuel Borraz,  está solucionada.
      La sustancia o antígeno H define el grupo sanguíneo O (léase cero), siempre que no haya antígenos A ni B, en cuyo caso serían estos a su vez definitorios del grupo (A, B ó AB). En ese caso, la presencia o ausencia de la sustancia H únicamente determinaría si el individuo es secretor o no de esa misma sustancia (que también puede expresarse como rh positivo o negativo). Secretor significa sencillamente eso: que en sus fluidos (sangre, semen, saliva, etc) se expresa dicha sustancia.
      Para nuestro caso, el informe hacía constar que en las dos muestras en las que se habían encontrado espermatozoides no se había hallado ni la sustancia A ni la B, y sí la H. Así pues, se puede afirmar que ese semen en ningún caso podría provenir de un sujeto cuyo grupo sanguíneo fuera distinto de O. No habiendo sustancia A ni B, el grupo, necesariamente, es O.
      Los violadores eran dos: uno de ellos, necesariamente, era secretor de la sustancia H. Pero también podían ser los dos.  
      El caso de Olesa es el que, seis años después de los hechos, pudo ser revisado gracias a una nueva prueba de ADN.  No parece –aunque me falta algún folio suelto– que nadie se preguntara durante la instrucción por las consecuencias que tenía para los «reconocimientos» de la víctima esa sustancia H. Un dato que en el Instituto de Toxicología me definieron, con cierta gracia, como «un polimorfismo muy tonto», porque es una variante que se expresa en la población, pero sólo en dos sentidos, o sí o no. 
      Pero con los polimorfismos, por muy tontos que sean, no conviene pasarse de listo. Sus conclusiones son modestas, pero indiscutibles. Ésta, por ejemplo: El semen de las muestras no podía ser de un hombre que no fuera del grupo sanguíneo O.
      El grupo sanguíneo de Ahmed Tommouhi no es O. Queda la incógnita de saber cuál era el de Abderrazak Mounib.
      Si cuento todo esto antes de tener la respuesta, es porque lo que quiero que se vea, para este caso concreto, no es la verdad material, que ya se conoce gracias al ADN, sino el rigor del método empleado para hallarla, y por contraste, la obstinada convicción con la que se la esquivó.
      Si Mounib tampoco fuera O,  eso querría decir que el tribunal tuvo delante una prueba científica indubitable de que ninguno de los dos acusados había aportado el semen de la muestra, y que, por tanto, la insistencia de la víctima en que eran ellos dos, y sólo ellos, los autores de la violación, se habría demostrado errónea mucho tiempo antes: el semen pertenecía, necesariamente, a un tercer hombre. El resultado habría sido, lógicamente, absolutorio para ambos, ante la imposibilidad de demostrar quién de los dos no podía ser ese tercer hombre.
      Pero ya digo, todo esto no es más que una hipótesis de trabajo, de cuyo acierto o error daré oportuna cuenta.
      ****
      Las aclaraciones de Laura: 
      «He hablado con un chico de ADN y me ha dicho lo siguiente:
      De las muestras Nº 1 y 2, el trozo de manta y pantalón se encuentran espermatozoides en ambas y como no se detecta la sustancia A ni B se deduce que es el grupo «O». Al detectarse la sustancia H quiere decir que es rh positivo. No se han encontrado pelos.
      El significado del grupo ABH, corroborado por un experto en ADN del laboratorio […] es:
             A                  B                        rh (H)            grupo sanguíneo
        negativo            negativo           negativo                O negativo
        negativo            negativo           positivo                 O positivo
        positivo             negativo           negativo                A negativo
        positivo             negativo           positivo                 A positivo
        negativo            positivo            negativo                B negativo
        negativo            positivo            positivo                 B positivo
        positivo             positivo            negativo                AB negativo
        positivo             positivo            positivo                 AB positivo
      Es decir que en las dos muestras se ha encontrado un grupo sanguíneo «O POSITIVO» (O +) porque ha dado negativo el A y el B pero positivo el antígeno H.
      Espero que te sirva, si necesitas algo más, pregunta!»

      Del footing al piro

      Ya saben por qué Reyes Benítez está en el orígen de este caso

      Un día me contó cómo conoció a Abderrazak Mounib, preso en Can Brians. No hacía mucho, me dijo, que se había puesto en marcha un programa en Cataluña para que algunos presos pudieran salir a hacer footing por las mañanas, por los alrededores de la cárcel.

      La prisión de Can Brians está a las afueras de Martorell, a  unos 30 kilómetros de Barcelona,  enterrada en un valle. La única especialidad del atletismo que se puede practicar allí es el campo a través, pues me parece recordar que ni siquiera la carreterucha que lleva a Martorell está del todo asfaltada.

      Los presos que en principio podían acogerse al programa eran los que menos razones debían tener para la fuga: próximos al régimen abierto, algunos incluso habiendo disfrutado ya de permisos, y de comportamiento ejemplar. Según Reyes, Abderrazak Mounib era uno de ellos y había salido una mañana a correr. 

      Esto parece sorprendente, y puede que Reyes lo mezclara en su recuerdo, porque en aquellos años –finales del 96, principios del 97–, el señor Mounib sólo cumplía con la buena conducta, pero estaba lejos de los permisos y el régimen abierto –que nunca aceptaría, por otra parte–. No sé, tampoco, si su salud le permitía esas carreras (era diabético, tenía una fractura malcurada en un tobillo y un hidrocele en un testículo, que por esas fechas era ya del tamaño de una manzana, según los forenses que lo habían reconocido).

      El caso es que, contra todo pronóstico, una mañana de footing, un preso se fugó.

      –Hola, soy Abderrazak Mounib, estoy preso en Can Brians y sé dónde está el que se ha fugado, dijo al primer agente que descolgó el teléfono.

      La llamada se había recibido en el cuartel de Martorell, base del equipo judicial cuya investigación, cuatro años después, había empezado a enfocar con una luz más justa las violaciones de 1991. Mounib, me contó Reyes, añadió:

      –Pero solo se lo diré al guardia civil Reyes Benítez, si viene a verme a la cárcel.

      La Guardia Civil de Martorell tenía que buscar al fugado y había un interno que se ofrecía a decir dónde estaba. Reyes: «Se lo dije a mi jefe y me dijo que bueno, que fuera, a ver qué me decía».

      «Me acuerdo que fue entrar a la sala de visitas y el hombre se arrodilló y empezó a darme las gracias y a pedirme por favor que no dejara su caso. Que investigara. Que era inocente. Evidentemente, no tenía ni puta idea de dónde estaba el tío que se había fugado corriendo. Ni idea. Pero se había enterado de que yo era el que había hecho el informe [sobre su caso]».

      Pequeñas historias que hay luego que ir verificando, reuniendo vestigios, para que no parezcan cuentos.

      Idiosingracia II

      El 24 de mayo de 1995, los dos primeros detenidos como supuestos autores de las violaciones de la primavera de 1995 eran marroquíes: Abderrahmane C. y El Ferjani E. A., de 30 y 39 años respectivamente. Hubo víctimas que los reconocieron. Una chica declaró recordar que uno de los agresores tenía una verruga en el hombro derecho y, según cita del primer abogado de García Carbonell, «una diligencia judicial del encartado Ahderrahmane C. practicada seguidamente a los reconocimientos en rueda del 29.5.1995» confirmaba «que éste tiene una verruga en el hombro derecho». Vaya por dios.

      El ADN echaría para atrás tanta perspicacia: los restos de semen no pertenecían a ninguno de los dos marroquíes detenidos. La sección 10ª de la Audiencia desestimó el recurso de la defensa de Carbonell, que pretendía se procesara a los dos marroquíes por dichos reconocimientos, en lugar de a su defendido.  El razonamiento del tribunal:

      «los reconocimientos no han de tener el efecto pretendido por el apelante porque el resultado de la prueba pericial de ADN es concluyente, descartando toda posible implicación de los citados [Abderrahmane C. y El Ferjani E. A.] encartados en los hechos».

      Luego se sabría que esos restos eran en verdad de García Carbonell y un pariente suyo, que sigue sin ser identificado. Pero lo que me interesa ahora es un párrafo de ese recurso de apelación del primer abogado de García Carbonell. La obligación de la defensa es acogerse a cualquier dato que pueda servir a su argumento. Me pregunto si también vale el racismo. Estos párrafos, por ejemplo:

      Mi representado […] siempre manifestó que la persona que le dio las llaves del vehículo en el que fue detenido era un ciudadano de raza magrebí, con circunstancias que sí coinciden con las descritas por las diferentes víctimas, lo que corrobora las señas de los delincuentes de aspecto de raza magrebí, pero jamás pertenecientes a la etnia gitana. Que además, es psicológicamente inverosímil, la comisión por un condenado de raza gitana de un delito de violación, ya que la idiosincracia de dicha etnia interdita taxativamente dicho hecho, dándose la circunstancia que existe una solidaridad gitana institucionalizada, inclusive para todos los demás delitos, pero ello desaparece ante la violación, lo que no ocurre en absoluto, si no más bien al contrario y dicho en términos de defensa, en los norteafricanos, donde dicho delito es considerado como cualquier otro»

      El racismo es doble: un racismo simpático hacia los gitanos y uno antipático, dicho sea en términos de defensa, hacia los moros (del latín maurus), también llamados «de aspecto de raza magrebí». Lo que inquieta, obviamente, no es que un abogado pueda ser racista, sino que piense que argumentos de ese tipo pueden ser útiles para convencer a un tribunal.

      El párrafo refleja, de paso, los apuros del relativismo cultural al afrontar un conflicto -aunque sólo sea teórico- en el que las dos partes son minorías.

      Una familia no tan modélica

      La casa de la familia de García Carbonell, preso desde 1995 como autor de siete violaciones cometidas entre 1991 y 1995, fue registrada el 27 de Octubre de 2003 por la Policía Nacional de Sabadell. La orden de entrada y registro sucedió a una ola de robos en tiendas y pisos en el centro y norte de la ciudad.

      El Diari de Sabadell contó que la actividad delictiva de la familia era «prácticamente de dominio público». En 1995, sin embargo, unos veinte vecinos habían firmado para dar fe ante los tribunales de la buena conducta del entonces detenido. Hoy sé que al menos dos vecinos, durante esos años, habían denunciado a la familia ante la policía local y el ayuntamiento de la ciudad por «daños, insultos y molestias» derivados de los problemas de convivencia, según escrito de la policía local  de 22 de marzo de 2001.

      Era lunes. Fueron detenidos Benjamín C.C., de 29 años, Juan G.R., 32 años y dos arrestos anteriores, Francisco Javier G.R.,  29 años y siete detenciones, Esteban G.R.  de 25 y Juan José G.R., de 19 años, además de Juan Antonio P.F., de 55, que ya había sido arrestado doce veces. El supuesto séptimo detenido, que adelanta el titular del Diari de Sabadell, no aparece identificado en el cuerpo de la noticia.

      La policía se incautó de una pistola de fogueo, 165 cartuchos de caza sin percutir, documentación bancaria de distintas titularidades, 150 piezas de joyería, 3.740 euros en metálico, armas blancas, medio kilo de plantas de marihuana [sic], un televisor panorámico de 52 pulgadas, tres televisores más, tres videograbadores, y otros aparatos musicales.

      Los objetos intervenidos aparecen en las dos fotografías, donde también se aprecia un rifle, al parecer, de balines, pero que no viene reseñado en la nota del periódico.

      Fuente: Diari de Sabadell, 30 de octubre de 2003.

      El asco

      El motor de mi investigación quizá no sea moralmente ejemplar, pero hay días que lo único que me mueve es el asco.

      De remover la hemeroteca y encontrarme de nuevo las palabras de aquel ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, declarando ante los periodistas un 28 de julio de 2005 que el gobierno era muy «riguroso» en la administración de la medida de gracia que es el indulto, y que iba a cumplir

      «todos y cada uno de los trámites para que llegue al consejo de ministros» (EFE, 28-7-2005),

      de volverlo a leer sabiendo que ya no quedaba ningún trámite pendiente. Los informes a los que vagamente, porque es así como conoce el caso, va-ga-men-te, se refería, los informes preceptivos pero no vinculantes de los tribunales que los habían condenado, hacía seis años que el ministerio los tenía en sus cajones:

      «Ya no quedan obstáculos para que el Consejo de Ministros debata la concesión o no del indulto a Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi, los dos presos marroquíes para quien ha solicitado el indulto la fiscalía de Cataluña (…)» (La Vanguardia 19/11/1999)

      De ver cómo el entonces Fiscal Jefe de Cataluña, José María Mena, después de solicitar el indulto para los dos marroquíes presos, declaraba:

      «Este caso lo estamos siguiendo al milímetro» (La Vanguardia 11/09/1999)

      el mismo que en respuesta al abogado de Abderrazak Mounib, con fecha 23 de Marzo de 1999, había reconocido:

      «que en esta Fiscalía no se siguen diligencias de investigación sobre las violaciones a que su comunicación se refiere, sin perjuicio de las actuaciones que, en su caso, acuerde practicar la Autoridad Judicial».

      De saber que nada había cambiado desde entonces, sólo que Mena manejaba perfectamente el escenario: sabía que a los periodistas les podía contar las milongas que no se podía permitir como respuesta a la petición escrita, puntillosa y legítima, de un abogado. Los periodistas lo repetirían literalmente. El abogado sabía de lo que hablaba. Todavía en 1999 se distinguían así diferentes niveles de compromiso con la verdad: algo que Enrique Anglès Martins, Enriquito, hermano del desaparecido Antonio Anglès, había ya acertado a resumir en una de las sesiones del juicio por el asesinato de las niñas de Alcàsser, cuando el Tribunal le preguntó que por qué declaraba lo contrario de lo que había dicho en la televisión: 

      «Es que aquello era la tele y esto es un juisio»[sic]*.

      El abogado de Abderrazak Mounib preguntaba por el segundo informe de la Guardia Civil, que daba cuenta de algunos hechos delictivos cometidos con el mismo Renault-5 gris plata, B-7661-FW, con el que también se habían cometido las violaciones de Cornellà y Tarragona. La novedad residía en que esos nuevos delitos se cometieron con los dos marroquíes en prisión. La Fiscalía nunca facilitó ese informe a las defensas, a la de Ahmed Tommouhi tampoco. Un informe que la Fiscalía niega desde hace más de un año también al señor Tommouhi, quien lo solicitó el 11 de enero de 2007, y que ayer seguía sin recibir respuesta. (Y me pregunto por qué, porque todo lo interesante del informe se conoce ya).

      Los dos marroquíes siempre se han opuesto al indulto, y desde el primer momento pidieron que se reabriera la investigación. Dado que la petición de indulto del entonces Fiscal Jefe Mena se cursó el 30 de abril de 1999, ya podemos establecer rigurosamente lo que duró la no-investigación de fiscalía sobre los nuevos hechos que reflejaba el segundo informe de la Guardia Civil: 30 días. Un mes justito tardó el Fiscal Jefe en dejar claro que no pensaba aclarar nada y solicitar el indulto, cortándole así el paso a una nueva investigación, y desviando el foco hacia el Gobierno y su medida de gracia, un foco que apenas se enciende, y no siempre, para las efemérides: el 30 de abril cumplirá diez nueve años.

      Asco de ver al periodismo reducido a «falso testigo del porvenir».

      *Oleaque, Joan M., Desde las tinieblas: Un descenso al caso Alcàsser. Diagonal, 2002: p. 267.

      Atención: ¡Pregunta!

      Quizá haya, entre ustedes, quien lo sepa.

      En uno de los análisis que se hicieron en 1992 sobre muestras recogidas en el caso de Olesa, el dictamen 17/92 se refería a restos hallados en una manta, un trozo de pantalón, un tubo de ensayo con pelos y un portaobjetos donde se había extendido fluido vaginal.

      –Muestras nº1 y nº2: Se han observado espermatozoides en ambas muestras. No se detecta ni la sustancia A ni la B. Se detecta la sustancia H en la determinación del grupo sanguíneo.  En las muestras 1 y 2 no se han encontrado pelos.

      La pregunta que me hago es, ¿qué lectura tiene esa H respecto de la determinación del grupo sanguíneo?

      Guy Debord, por Martín Elfman

       

      I

      El sólo hecho de carecer a partir de ahora de réplica ha dado a lo falso una cualidad nueva.  Al mismo tiempo, lo verdadero ha dejado de existir casi en todas partes o se ha visto reducido, en el mejor de los casos, al estado de una hipótesis que jamás puede ser demostrada. La falsedad sin réplica ha acabado por hacer desparecer a la opinión pública, que primero se halló incapaz de hacerse oír, y enseguida, incapaz siquiera de formarse. Eso entraña, evidentemente, importantes consecuencias en la política, las ciencias aplicadas, la justicia y el conocimiento artístico.

      II

      Con la destrucción de la historia es el propio acontecimiento contemporáneo el que rápidamente se aleja a una distancia fabulosa, entre sus relatos inverificables, sus incontrolables estadísticas y sus razonamientos insostenibles. A todas las majaderías avanzadas espectacularmente, solamente los mediáticos podrían responder con respetuosas rectificicaciones o redemostraciones, pero se muestran ávaros al respecto, además de por su extrema ignorancia, por su solidaridad, de oficio y de corazón, con la autoridad general del espectáculo, y con la sociedad que exterioriza; (…) No hay que olvidar que todo meditático, ya sea por salario ya por otras recompensas o gratificaciones, tiene siempre un amo, a veces varios; y que todo mediático se sabe reemplazable.

      III

      Una evidencia histórica de la que nada quiere saberse en el espectáculo no es una evidencia.

      IV

      Actualmente ya no existe juicio, con garantía de relativa independencia, de aquellos que constituían el mundo erudito; de aquellos que en otra época fijaban su valor en una capacidad de verificación, permitiendo la aproximación a lo que se llamaba la historia imparcial de los hechos, la creencia al menos de que ésta merecía ser conocida. (…) Se erraría pensando en lo que fueron hasta hace poco magistrados, médicos, hisotoriadores y en las obligaciones imperativas que éstos reconocían a menudo dentro de los límites de sus competencias: los hombres se parecen más a su época que a su padre.

      V

      Todo esto no se ha conseguido con la aparición de nuevos argumentos, sino simplemente porque los argumentos se han vuelto inútiles.

      VI

      Jamás ha estado permitido mentir con una falta de consecuencias tan perfecta.

      VII

      La total incompetencia tropieza con otra incompetencia comparable, ambas enloquecen y una de ellas derrotará a la otra. Es el caso del abogado que, olvidando que figura en un proceso sólo para defender una causa, se deja influir sinceramente por un razonamiento del abogado contrario, aunque ese razonamiento haya podido ser tan poco riguroso como el suyo propio. Puede suceder también que un sospechoso, inocente, confiese momentáneamente  ese crimen que no ha cometido por la única razón de que ha quedado impresionado por la lógica de la hipótesis de un delator que quería creerlo culpable (caso del doctor Archambeau en Poitiers, 1984).

      VIII

      La desinformación se despliega en un mundo en el que no queda lugar para ninguna verificación.

      IX

      Para intentar explicar accidentalmente este nuevo tipo de misterios se han dicho muchas cosas: incompetencia de la policía, estupidez de los jueces de instrucción, revelaciones inoportunas de la prensa (…).  Edgar Allan Poe encontró sin embargo el camino de la verdad con su célebre razonamiento en Los asesinatos de la calle Morgue:

      Tengo la impresión de que se considera irresoluble este misterio por las mismísimas razones que deberían inducir a considerarlo fácilmente solucionable; me refiero a lo excesivo, a lo outré de sus características. (…) En investigaciones como la que ahora efectuamos no debería preguntarse tanto qué ha ocurrido, como qué hay en lo ocurrido que no se parezca a nada ocurrido anteriormente.

      Debord, Guy: Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (1988). Anagrama.

      Al Capone y las fotocopias o el canon de Ferlosio

      Rafael Sánchez Ferlosio publicó el 17 de julio de 1988, en Diario 16, un artículo dirigido al entonces recién nombrado  ministro de Cultura, Jorge Semprún, que no conviene olvidar ahora que de tantos cánones se discute. Entonces se acababa de presentar CEDRO, que por más que signifique Centro Español de Derechos Reprográficos,  y por más que también, como explica el artículo, se presentara en los cursos de verano de la Menéndez Pelayo, era y es una cooperativa privada. No conviene olvidarlo, el artículo, ahora que parece imparable incluso el cánon por préstamo bibliotecario, que gravará cada vez que alguien tome prestado un libro de una biblioteca, sea pública o privada. Todo esto ocurre al mismo tiempo que cualquier matao reclama para sí el derecho a la excepción cultural, esto es, a vivir subvencionado con dinero público porque sus empastes, también llamados película e incluso obra cinematográfica,  no hay dios que se los trague, pero tienen, al parecer, algún oculto interés, y que no sería, por cierto, el interés que salta a la vista y a la visa. Quien de  verdad no entienda que no se pueden apoyar las dos cosas al mismo tiempo, el canon a las bibliotecas y la excepción cultural, como hacen muchos señores del progreso, debe saber que su enfermedad se llama socialismo mágico, cuyo principio único se reduce a su único fin y que sincroniza perfectamente con el espíritu de nuestro tiempo: «Todo por la pasta, pero sin la pasta».

      En fin, les dejo con el artículo.

      Versión pdf.

       «En aquestos escalones»

      (A la atención del nuevo ministro de Cultura)

       

      RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO 

       

      El nuevo ministro de Cultura, Jorge Semprún, tiene ante sus ojos –y si no las tiene, se las voy a poner yo– dos magníficas ocasiones para entrar con buen pie en el ministerio y demostrar que vale para algo. La primera de ellas es deshacer el más funesto y execrable entuerto cometido por su inmediato antecesor: suprimir la Editora Nacional. Y digo “execrable” porque esa supresión se decidió, según tengo entendido, para no interferir, ni aun en el grado mínimo en que pueda hacerlo una editora estatal, los intereses particulares de los magnates capitalistas de la industria cultural. Una editora estatal está para acoger a fondo perdido todas las publicaciones, sobre todo de obras viejas y antiguas, que, por no ser el dernier cri del último filósofo francés, el furor del lucro del industrial particular de la cultura vacila en publicar. Aún así, parece que fue la industria privada del libro la que, tal vez a la vista de algún éxito de la Editora Nacional, presionó para ayudar a que ésta desapareciese, cosa que acaso el propio ministerio de Cultura secretamente deseaba, para poder invertir en cosas de más escaparate y mayor rentabilidad publicitaria para el Gobierno del PSOE los fondos perdidos en publicar filósofos medievales olvidados. Verdaderamente, aunque fuese verdad que un cierto dirigismo es inevitable cuando el Estado se encarga de estas cosas, prefiero cien veces el dirigismo del Estado al de la mano invisible del furor del lucro del magnate de la industria cultural. Aparte de que el peor dirigismo ha sido el que ha sugerido la supresión de la Editora Nacional, para gastarse el dinero rescatado en espectáculos de “luz y sonido” tan incultos como corruptores, pero propagandísticamente eficaces, o tenidos por tales.

      La segunda prueba que espero del ministro de Cultura es bastante más fácil que recrear la Editora Nacional, porque no es un acto de construcción, sino de destrucción, un trabajo de hacha: Talar un cedro. Es sólo una metáfora: Cedro quiere decir Centro Español de Derechos Reprográficos. Por lo visto, en este repelente escaparate publicitario esta vez no del ministerio de Cultura, sino del de Educación, que es la Menéndez Pelayo, han perdido la vergüenza hasta tal punto que no tienen empacho en aprovechar cursos sedicentemente universitarios para presentar cooperativas de intereses privados, como la mencionada sociedad llamada Cedro, en la que 130 magnates capitalistas de la industria cultural del libro, que han conseguido asociar a su iniciativa a más de cuatrocientos escritores, se han arrejuntado para controlar, al modo en que la banda de Al Capone controlaba las máquinas tragaperras, todas las máquinas fotocopiadoras del país, para cobrar un canon de protección por cada fotocopia que se saque de cualquiera de los libros publicados por sus 130 casas editoras. Realmente, lo primero que en esto resulta tan incomprensible como deplorable es el hecho de que más de cuatrocientos escritores ignoren lo que son hasta el punto de apoyar la iniciativa de un grupo de potentados de la industria privada. ¿No saben los escritores que ellos no se deben a sí mismos y a sus propios intereses, como los industriales, sino al público y a los intereses públicos, que su deber no es el de ganar dinero, sino el de procurar que tenga la mayor difusión posible lo que han discurrido y han escrito por creerlo verdadero y dingo de ser conocido por todos los demás? ¿No saben que ser escritor y ejercer la suprema libertad de determinar tú mismo la naturaleza, el sentido y el designio de tu propio trabajo es un privilegio del que no goza ni remotamente ningún otro trabajador pobre ni rico, comer tu pan en paz, sin la constante inquietud y sobresalto por el destino de sus inversiones en que viven los desdichados capitostes de la industria incluso cultural?¿No saben que escribir no es trabajar? ¿Cómo pueden asociarse los editores, cuyo tristísmo deber es el de ganar dinero, y cuya índole es, por tanto, la determinada por el interés privado, ellos, que más aún que los políticos, son hombres públicos por definición? ¿Qué clase de contubernio es, pues, éste de la cooperativa Cedro, donde se asocian aquellos cuyo interés fundamental no puede ser sino el de que lo que han escrito, por creerlo verdadero o beneficioso para todos, alcance el mayor grado de difusión posible, aunque tenga que ser a través de fotocopias que no les dan un céntimo, con aquellos cuyo interés está en exprimir hasta la última perra chica lo que editan? No; en todo esto hay un grave malentendido y un error capital, o, mejor aún, capitalista. Y a la universidad de verano Ménendez y Pelayo debería caérsele la cara de vergüenza por haber permitido que semejante cooperativa de interés privado haya aprovechado un curso público para presentarse. Don Enric Ruiz, el presidente de Cedro, ha declardo, por lo visto, según cita entrecomillada del diario Ya, lo siguiente: “La fotocopia ha pasado de ser un adelanto técnico maravilloso a ser algo destructor”. ¡Qué asco el pollo, ¿verdad?, desde que pueden comerlo hasta los gitanos, frente a lo bien que sabía cuando sólo los ricos, y en domingo, podían permitírselo! Desde que el último estudiantucho con 70 duros en el bolsillo puede permitirse fotocopiar un libro científico de 4.500 pesetas también la máquina fotocopiadora se ha degradado de maravilla técnica en instrumento de destrucción, sobre todo teniendo en cuenta que los editores gravan con un 50 por 100 los derechos de autor de las reproducciones secundarias de las obras que han editado. Estos señores del progreso reniegan justamente de lo único bueno que el progreso puede ofrecer: abaratar lo escaso, haciéndolo abundante.

      ¿Adónde vamos a llegar con el neoliberalismo, protegiendo los intereses privados de los editores, frente al común interés público de la inseparable pareja escritor-lector? El ministerio de Cultura está absolutamente obligado a defender el interés público de los estudiantes, los aficionados y los espontáneos, no permitiendo a los editores –y a los escritores que se han equivocado de carrera– gravar las formas baratas de reproducción, así como recreando la Editora Nacional de la forma más prepotente posible, enterrando dinero a fondo perdido tanto en la edición de olvidados filósofos medievales como en obras que puedan ser rentables, sin miramiento alguno para el interés privado de los industriales de la imprenta. Ahí tiene tarea el nuevo ministro de Cultura, si todavía se acuerda, sin demasiada repungancia, de otros tiempos que desde luego yo no he olvidado.

      Comentarios sobre el (primer) adelanto

      E-mail a mis editores: Thu, 31 Jan 2008 18:44:48 +0100 (CET).

      Estimados Sergio y Paula:

      Les comento que estoy de acuerdo con casi todas sus correcciones [sobre el primer capítulo que les envié]. Con todas, más bien: ni [la descripción geográfica] del comienzo, ni la forma de exponer las sentencias del final, me convencen. Lo primero distrae al lector y lo segundo lo abruma.

      Los casos en batería es verdad que también  cansan. No he vuelto a releerlo, pero es la sensación que me quedó al enviarlo: sobre todo los centrales donde, además,  es un exceso el triple punto de vista, por ejemplo, que hay en uno de los de Vilafranca (chica, conductor francés y chico).

      En cuanto a las soluciones que me proponen, discrepo algo. Entre la historia arquetípica y la historia total, por usar los términos de Sergio, contra su recomendación, yo me quedaría con la historia total. Por dos razones: la primera es que no creo en los arquetipos para casos reales: la brutalidad de todo esto es que sucedió sin ninguna explicación causal: simplemente se sucedieron uno detrás de otro. La única razón fue la falta de razones. No solo las violaciones: también las condenas.

      Pero la segunda es que el recurso a ese posible caso arquetípico se va a utilizar, pero en la segunda parte y no como un argumento causal: sino como espejo. Los errores no se produjeron porque se parecían mucho. Eso puede explicar el error de las víctimas, aunque ni mucho menos tiene la aparente importancia  que se le ha concedido. Los errores se produjeron por una desconexión absoluta con la realidad, porque nadie buscó correspondencia entre lo que las víctimas decían y el mundo del que hablaban.

      Y es ahí donde el caso de Olesa, el revisado por el Supremo, juega el papel de espejo. Sabemos que la víctima se equivocó. Eso lo sabrá el lector también desde el final de la primera parte. Pero luego sabremos de las piruetas que tuvo que hacer el Tribunal para cometer ese error: tuvo que saltar por encima de otras víctimas que, llamadas a testificar por la defensa, también los señalaban, pero que habían sido asaltadas [–violada la chica–] cuando ellos ya estaban en la cárcel; por encima de análisis de semen, aunque no de ADN, igualmente exculpatorios [de momento, esto es sólo una hipótesis, a falta de una segunda confirmación], por encima de la imposibilidad física de Mounib (tenía un hidrocele, quiste testicular, de grado II-III), y por encima de un informe de la Guardia Civil que sostenía que no había indicio alguno de que ambos marroquíes se conocieran antes de ser detenidos.

      En los otros dos casos que serán la columna del libro (Cornellà y Tarragona,  el resto de condenas son por robo) las piruetas tuvieron que saltar por encima de obstáculos, en el fondo iguales, pero en la superficie mucho más abultados: el resultado fue que las piruetas resultan más increíbles aún. De verdad que no hay que razonar entre un caso y otro: bastará con enfrentarlos para que se multiplique el efecto de arbitrariedad de los tribunales. Es, a cada caso, el más difícil todavía.

      La importancia de la confusión con las caras, que ciertamente existió, es un asunto exclusivo de las víctimas: para ello bastará con enfrentar no sólo a M. (Olesa) con el resultado del ADN. También a las víctimas del 95 que fueron señalando, sucesivamente, a Tommouhi y Mounib, a otros dos marroquíes detenidos en 1995, y a tres paquistaníes detenidos días después. Cuando finalmente detuvieron al gitano, ninguna lo reconoció. Pero el ADN sí, en seis casos. Esto se irá repartiendo a largo de todo el libro.

       Les envío un sumario detallado de la primera parte (sólo para entendidos, claro), donde verán:

      a) que el comienzo es otro muy distinto: empezarará por el error de las víctimas del 95.

      y b) han desaparecido de la primera parte los casos «menores» (Vilafranca y Gavà –absolución–), salvo aquellos que se cometieron con el Renault 5, pues es el hilo que irá apareciendo y desapareciendo durante todo el libro. Así también llegamos mucho antes (aunque no se aprecie en el sumario han desaparecido entre ocho y diez páginas) a los dos condenados, Tommouhi y Mounib.

      […]

      Un abrazo.