Archivo mensual: noviembre 2007

Falso, pero estimulante

La comparación entre los recortes de ayer y el acta que  hoy rescato, no deja dudas: «El periódico no es un extracto de contenidos sino uno contenido, más que eso, un estimulante» (Karl Kraus). 

Un Capote de barrio transcribió «abusos deshonestos» donde ponía «actos deshonestos«, y los periódicos, que confiesan no  poder dar más que versiones  de lo que acontece en las comisarías, pero dejan que la policía les dicte lo que pasa en la calle sin pasar por las redacciones, amanecieron asegurando que Abderrazak Mounib tenía «antecedentes».  Nueve años después el Síndic de Greuges [Defensor del Pueblo] catalán, lo anunciaba  en el Parlament: «este pobre –bueno, pobre, pobre no porque es una persona que había cometido muchos delitos— pero, bueno, estaba en prisión por unos hechos que parece que quizá no era él el responsable de esos hechos concretos», recoge el  diario de sesiones en junio de 2000.

«Una persona que había cometido muchos delitos». El Síndic que hablaba así de estimulado era Antón Cañellas i Balcells, hoy fallecido. Abderrazak Mounib había muerto dos meses antes. Los «hechos concretos» a los que se refería eran los mismos por los que el Fiscal Jefe de Cataluña había pedido su indulto un año antes, porque ninguna prueba material sostenía sus condenas, aunque otras sí habían probado su inocencia.  Los hechos concretos de este caso cerrado. Mounib, sin embargo, no tenía antedecentes penales, como consta en cualquiera de estas vagas sentencias  que lo habían condenado.

Ernst Jünger lo escribió hace 80 años: El cargo viene cada vez más troquelado por la función. El Síndic, siete años después, es Rafael Ribó i Massó. Un ciudadano le ha pedido recientemente que rectifique. El Síndic no ha desmentido a su antecesor. Tampoco da noticias de uno solo de entre esos supuestos «muchos delitos», que desmientan la mentira. Sus cartas son una correspondencia sin verdad. Hay que agradecer a Manuel Borraz que las haga públicas

Pd: Buzón del Síndic.

Recortes

Diari de Tarragona, viernes 15 de noviembre de 1991: Dos detenidos por las violaciones de La Secuita y la Bisbal

«Según ha podido saber el Diari, el pasado martes [no: el lunes] era detenido en una pensión de Terrassa Amed [no: Ahmed] T.,  de 40 años, por corresponder con las características físicas que se habían facilitado sobre los violadores. Posteriormente, el miércoles, en Barcelona, hizo lo propio en la casa de Mounib A. [no: en un bar], de 39 años, tras unas investigaciones. Ambos carecen de permiso de trabajo y residencia en nuestro país [no: los dos poseían permisio de residencia y trabajo]».

Diari de Terrassa, sábado 16 de noviembre 1991: Detenidos en Terrassa los autores de varias violaciones y robos.

«Dos marroquíes han sido detenidos en Terrassa por efectivos de la Policía Nacional como presuntos autores de múltiples violaciones en diversas poblaciones de las provincias de Girona, Barcelona y Tarragona. (…) Los detenidos son Abderrat [no: Abderrazak] Mounib [no: Mounib no fue detenido en Terrassa, sino en Barcelona], de 39 años, y Ahmed Tommouch [no: Tommouhi]. (…) La policía detuvo en Barcelona, el pasado miércoles, a M. A. [no: no hubo ningún otro detenido con esas iniciales], marroquí, de 39 años.»

La Vanguardia, sábado 16 de noviembre de 1991: Detenidos dos falsos policías acusados de cometer al menos trece [no: diez] violaciones.

«Abderrat [no: Abderrazak] Mounib y Ahmed Tommouch [no: Tommouhi], que en ocasiones se hacían pasar por policías y en ocasiones por guardias jurados, han sido identificados sin ningún género de dudas por siete de sus víctimas. (…) Varias de las jóvenes reconocieron en comisaría [no: en sus domicilios y en cuarteles], tras ojear álbumes fotográficos [no: donde primero lo señalaron fue en un folio suelto, con las fotografías de dos sospechosos más], a Abderrat [no: Abderrazak] Mounib, que ya tenía antecedentes [no: había sido detenido y puesto en libertad sin cargos] por unos abusos [no: en el acta reza «actos deshonestos», no «abusos»] cometidos en Castellón [no: la detención se produjo en Castellar, provincia de Barcelona] en 1977 [no: en 1987].  La Guardia Civil montó un dispositivo en el Barrio Gótic de Barcelona, donde se sospechaba [no: era la dirección en la que estaba empadronado] que residía. El pasado día 13, lo detuvieron y dio la pista para llegar al otro acusado [no: los otros dos acusados habían sido detenidos ya], que fue localizado en Terrassa al día siguiente [no: había sido detenido dos días antes: el 11 de noviembre de 1991].»

Los datos están contrastados con la documentación que aparece en Primera detención, y Segunda detención.

Presentación oficial

El penúltimo párrafo del lunes se abría así: «El jueves 14 de noviembre, sobre las ocho de la tarde, Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi se conocerían por fin. En la primera rueda de reconocimiento que pasaron juntos.»

Confieso que lo escribí temiendo que fuera una brutalidad. El inconveniente de llevar dos años investigando, para este género que estamos construyendo aquí, es que manejo información que tengo que ir dosificando: no por el suspense, sino sencillamente porque no se puede vomitar todo durante el primer mes, para luego  seguir, ustedes y yo, más o menos de la mano. Contarlo todo siempre es el secreto no sólo del aburrimiento, sino también de la desinformación (por cierto, quizá esto sirva no sólo para este blog, sino también para el flujo continuo de información al que nos exponemos diariamente, y que oculta más que muestra). No se entendería nada.

Pero la conciencia del paso del tiempo histeriza: y el lunes no me pude aguantar.

Era una brutalidad porque faltaba al primer mandamiento de este reportaje abierto: nunca dejarás al lector rumiando su quimera: «¿y esto, cómo lo sabe?» [Y más cuando se trata del nudo de todo este asunto: porque Tommouhi y Mounib fueron condenados como co-autores en dos casos].

Escribí que no se conocían antes porque, 16 años después, nadie ha demostrado lo contrario. Alejo Noe, hoy fallecido y Juan Manuel Pérez, ambos del Equipo de Policía Judicial de Martorell entonces, se ocuparon a finales de 1992 en investigar qué relaciones tenían, antes de ser detenidos, los dos marroquíes. Pérez me contó cómo batieron los barrios donde residía cada uno, comprobaron sus rutinas de trabajo, mostraron fotografías de uno a los vecinos del otro, y viceversa. Su informe, elevado a la Sección Quinta de la Audiencia de Barcelona y admitido como prueba en la vista oral, concluyó:

«No se ha podido determinar ningún tipo de relación entre ambos». Yo mismo he hablado con decenas de personas del entorno de cada uno. Nadie conocía al otro antes de aquel día. Y es verdad que los agentes, en su informe y como queriéndose lavar las manos, pero con agua hirviendo que cayera sobre los dos pollos que iban a desplumar en la Audiencia (sentencia desmentida luego por el ADN), añadieron esta coletilla:

«Si en otros lugares se han reunido (…) hasta la fecha se desconoce»: Puro vaho. ¿Es que acaso se podría llegar a conocer en alguna fecha los lugares de reunión, cuando esa reunión no ha existido ? Rafael Sánchez Ferlosio explica en algún sitio (¿quién me recuerda dónde?), que demostrar lo negativo es ontológicamente imposible: que sólo se puede demostrar que SÍ ha ocurrido tal cosa, pero nunca que esa misma cosa NO ha ocurrido. De hecho, añade: demostraré que no estaba en el lugar del crimen, en París, si consigo demostrar que a esa hora estaba en Londres, o en Jonolulú.

La fuerza notarial de un inventario reside en que en algún armario están las cosas que  el acta relaciona: así también para nuestro método. Ahora ya saben ustedes qué había debajo de esa frase: este informe completo, y pueden así intentar, además, desmentirla.

Los resultados de esa rueda de reconocimiento, sin embargo, es inútil sacarlos aquí ahora. El enredo es tal, que no sacaríamos nada en claro. Cuando entremos a tirar del hilo de cada caso en particular, empezaremos por ahí: qué declararon las víctimas al reconocerlos. No es que unas víctimas dijeran que no estaban seguras y otras que sí: es que había víctimas que afirmaban «sin ningún género de dudas» lo contrario de lo que otras, con la misma firmeza, aseguraban , con lo que Abderrazak Mounib, por ejemplo, era y no era el violador al mismo tiempo: tanto para los hechos en general, como para uno de los dos casos de Vilafranca (de los que no hemos hablado aquí todavía) en particular. En ese caso, la juez resolvió procesarlo porque en la misma rueda, aunque la chica señalaba a otro como el violador, el novio de la chica  señalaba a Abderrazak Mounib.

Lo más importante de ese día fue la impugnación de la rueda que Pere Ramells, abogado de oficio de Tommouhi, produjo.

Tommouhi era el único que no tenía bigote y era de complexión gruesa. El juez consideró que eso no alteraba la relación seguridad-certeza de las víctimas, y continuó. N., una de las chicas de Cornellà, sin embargo, se expresó así en la vista del juicio oral:

«Que los demás detenidos de la rueda eran de características diferentes«. Gracias a Estupefacto, que nos dejó aquí el artículo 369 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que se refiere a este aspecto, tenemos una cita casi frontal entre lo que marca la ley y lo que por las propias víctimas sabemos. La persona que ha de ser reconcida, dice la Ley, tiene que ser mostrado

«con otras de circunstancias exteriores semejantes»

«Los demás detenidos de la rueda eran de características diferentes»., dijo N.

Mañana veremos qué contaron los periódicos de todo esto.

De palique con la Fiscalía

No me gusta escribir, en general: me angustia, sudo y  obtengo muy poco a cambio. Nada, de hecho. Hablar me gusta. Leer.  Escribir, no: salvo las cartas, o ahora los e-mails, cuando no son un asunto rutinario. Las cartas son directas, concretas, y generalmente obtienes como mínimo una respuesta. Es un diálogo: quizá sin el pellizco, la frescura, de tener al otro enfrente, pero que al menos te da la tranquilidad de saber que hay alguien ahí fuera.

Ayer recibí la respuesta de la Fiscalía del TSJC a la solicitud que hice  el pasado 7 de noviembre para entrevistarme con la Fiscal Jefa, Teresa Compte, sobre este caso. La respuesta, de momento, es que no: no entienden mi letra. Literalmente.  Este nuevo intento, espero poder enviarlo a lo largo de la mañana, certificado, con acuse de recibo y letra impresa.  

Estimado Señor, D. Martín Rodríguez Sol*:

Recibida su respuesta de referencia 2587, que consta de los dos folios que le adjunto, a mi solicitud de entrevista con la Exma. Fiscal Jefa del Tribunal Superior de Cataluña, Doña Teresa Compte, quiero precisar dos cuestiones.

La primera es que yo no presenté una “denuncia”, como afirma en su escrito. Por ello, no puedo saber a qué diligencias se refiere al comunicarme “que se ha acordado el archivo de las diligencias incoadas por las razones que constan en el Derecho, cuya fotocopia adjunto”, según cita textual del primer folio.

Sorprendentemente, dicha fotocopia adjunta no se refiere ni a esa supuesta denuncia, ni a las diligencias citadas, sino que expone la razón por la que se me ha denegado la petición: al parecer, mi solicitud, manuscrita, hablaba de  “dos individuos con nombre ilegible”. En consecuencia, “la solicitud no puede ser atendida con los datos aportados”, concluye el primer párrafo.

Excusándome por mi caligrafía, y dado que añade que todo ello es sin “perjuicio de que una vez correctamente identificados los sujetos y la causa judicial, y constatado [mi] interés, pudiera ser atendido por algún fiscal”, paso a identificar  a los dos sujetos a los que en mi primera solicitud nombraba con letra, al parecer, ilegible: son Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi. Ésta es la segunda de las cuestiones que quería precisar.

Debo advertirle, sin embargo, que sus nombres han sido escritos de decenas de formas diferentes, todas incorrectas, dependiendo del expediente o documento oficial, también los de esa fiscalía, que se citara. Así por ejemplo, en la petición de indulto que para ellos, aunque en contra de la voluntad de los reos, cursó el anterior Fiscal Jefe de ese Tribunal Superior, don José María Mena, aparecía escrito “Tommouch”. Lo cito  por si le sirve de guía. Le adjunto fotocopia de esa petición, donde se identifican las causas de ambos sujetos. 

En todo caso, y dado que se trata casi con seguridad de la única ocasión en que esa Fiscalía ha solicitado el indulto para dos personas condenadas por varias violaciones, robos con violencia y lesiones, no creo que su localización deba suponer un obstáculo insalvable. 

Por si en mi primera solicitud tampoco hubiera resultado legible, le reitero que el objeto de la entrevista es conocer la postura de la Fiscalía de cara a la redacción del libro en el que estoy trabajando, y que publicará Seix Barral en 2008, sobre este caso.

Esperando que esta vez su respuesta sea positiva, y dejo así constancia de que mi interés sigue vivo, reciba un cordial saludo y mi más sincero agradecimiento.

Firma.

(*) Fiscal del Servicio de Apoyo a la Jefatura.

Segunda detención

La liebre había saltado en casa del novio de la víctima de La Bisbal, a las nueve de la noche del lunes 11 de noviembre. La chica y su novio señalaron la foto de Abderrazak Mounib: «pero sin bigote«, concretaron. El día siguiente se oficializaron los reconocimientos: se encartó la foto de Mounib de 1987 entre los delincuentes de los álbumes oficiales y el resto de víctimas que lo habían señalado sobre un folio entre otros dos sospechosos, firmaron sobre actas que hablaban de centenares de reseñados. El miércoles 13, pasado el mediodía, la Guardia Civil se presentó en su piso de Barcelona.

La mujer de Abderrazak abrió la puerta. Su marido no estaba, pero sabía que había bajado al bar de la plaza. El Bar Joanet está cerca. Los agentes, que esperaban encontrarse a un violador múltiple y posiblemente armado, llegaron y lo encañonaron. Abderrazak llevaba una riñonera con una pulsera, al parecer de oro, y un cordón también dorado. Los agentes se la requisaron  por si pertenecía a alguna víctima. Le quitaron también el anillo de oro que llevaba en un dedo.

Hoy sabemos que nada pertenecía a ninguna víctima. Como Tommouhi, Mounib no tenía ni joyas, ni documentación de las víctimas, ni ninguna de las armas ni vehículos utilizados, ni medias ni guantes parecidos a los usados.

A las 13,35 pasó este reconocimiento médico. El capitán Morales Arrizabalaga, de la Jefatura de Sanidad de la Guardia Civil, constató que no tenía «ningún signo externo de violencia». Al día siguiente G., una de las chicas de Cornellà, que después de tres ruedas señalaría a Ahmed Tommouhi como uno de los violadores, añadiría en su declaración: «Que [le]golpeó con una porra en el ojo al que no reconoció, y que no han detenido, ya que si lo hubiera visto lo hubiera reconocido sin ninguna duda». Al que no reconoció era Abderrazak. (Esta expresión: «al que no reconoció, y que no han detenido» es un diamante en bruto, una flor rarísima: la releo con miedo de que se rompa)

El Bar Joanet sigue abierto. Voy a desayunar un día sí y otro no. El propietario de entonces ha fallecido. Ahora lo atienden su yerno Joan y, creo, su hija, que va y viene de la cocina a la barra. La suegra de Joan, con gafas y la media melena rubia recogida, sentada en una mesa del fondo, le pide que me diga que no recuerda nada. Bueno, sí, corrige: «que yo no vi que sacaran pistolas». Desde entonces, creo que me mira como a una sorpresa extraña.

El jueves 14 de noviembre, sobre las ocho de la tarde, Abderrazak Mounib y Ahmed Tommouhi se conocerían por fin. En la primera rueda de reconocimiento que pasaron juntos. Nunca he entendido cómo, sin parecerse físicamente entre ellos,  pudieron compartir rueda. Un día de estos voy a preguntárselo al juez. 

Postscriptum: Por cierto, el día que lo detuvieron, esto es, unas 60 horas después de los hechos de La Bisbal, Abderrazak tenía este bigote:

Vivan las caenas (de televisión)

Fragmentos  

Ha ocurrido un asesinato y la humanidad querría pedir auxilio. No puede. (…) La boca del mundo se queda abierta, y en sus ojos se hiela el vislumbre de que lo peor ha pasado. (…) La mano ahogó ese grito que no podía dar. La mano nos tiene a todos por el cuello y no nos deja escapar. ¿Será esto el fin de una moral que lleva las cadenas como alhajas?  

(…) 

Aquí se ha vuelto problemático todo lo que desde hace dos milenios se caía de su peso. Hemos construido nuestras chozas sobre un cráter que juzgábamos extinto, hemos hablado con la naturaleza en un lenguaje humano, y porque no entendíamos el suyo, hemos creído que ya no rebullía. Pero ella ha seguido todo el tiempo celebrando sus ardientes ceremonias y arrimando su ascua terrena a nuestra divina confianza en el cielo.  

(…) 

Los príncipes de la vida no podían entenderlo, pero las princesas yacían con los cocheros, porque eran cocheros, y porque los príncipes  no podían entenderlo.

(…)

La ética cristiana se restriega las manos, desesperada de que no le sea dado poder conservar la belleza en la justa medida en que sea imprescindible para la vida con fórmulas de consuelo espiritual. La gran cuestión, que permanece abierta desde el día en que se vino a parar en la renuncia al gusto, nos advierte como nos advierte la tierra cuando la creemos adormecida gracias a juegos técnicos: ¿Cómo se las va a arreglar el mundo con las mujeres?   

(…) 

Una y otra vez el mismo asombro ante una naturaleza que no ha medido a los dos sexos con el mismo rasero de carencia; que ha creado a la mujer, para la que el placer es sólo un aperitivo del placer, y al hombre, a quien deja exhausto. Este lo siente y  no quiere saber nada. Mil veces ha luchado con el Otro, que quizás no existe, pero cuya victoria sobre él está asegurada. No porque tenga mejores cualidades sino porque es el Otro. El que Viene Después, el que le brinda a la mujer el placer de la serie, el que, por Último, triunfará. Pero ellos se lo sacuden de la cabeza como un mal sueño; y quieren ser el Primero. 

(…) 

El asesinato es una irregularidad; nos señala el estado de las cosas y no prueba nada en su contra. La muerte llama al mundo moral a las armas, pero lo que desvela le obliga a enfundarlas. Tendría que apuntarlas contra sus propias mujeres para ser dueño y señor por siempre de todos los desengaños.  

(…) 

La tragedia de la gracia femenina, perseguida y eternamente malentendida, a la que un mundo miserable no le deja otra sino  la posibilidad desnuda de meterse en el lecho de Procusto de sus conceptos morales. Un baqueteo de la mujer, que la voluntad del creador no destinó al egoísmo del propietario, que sólo en libertad puede alzar el vuelo hacia sus más altos  valores.  (…) Pero la realidad debe convertirla en su sierva, como ama de casa o como amante, porque la necesidad de honorabilidad social va más lejos para él que un hermoso sueño. (…) En este deseo y nada más que en él ha de verse la fuente de toda tragedia de amor. Querer ser el elegido sin concederle a la mujer el derecho de elegir. Y los Obrones no quieren entender jamás que Titania pueda perfectamente acariciar también a un asno, porque ellos, como corresponde a su mayor capacidad de reflexión y a su menor sexualidad, no estarían nunca en disposición de acariciar a una mula. Por eso se vuelven unos asnos incluso en el amor. No pueden vivir sin colmar su medida de honorabilidad social; ¡y de ahí tanto bandido y tanto asesino!   

7.636 visitas después

Este blog hace ya más de un mes que se empezó a editar. Más allá de los descubrimientos, las rectificaciones, los cambios de rumbo o  los reconocimientos que la experiencia diaria va impriendo en quien lo edita, sobre lo cual es demasiado pronto para hablar todavía, hay un aspecto que, treinta y cuatro entradas después, conviene tratar.

La voluntad de exponerme a los comentarios, críticas y correcciones en público, aquí anunciada, debe tomarse al pie de la letra. Es una de las tres claves del método que propongo y, hasta donde las fuerzas y las posibilidades técnicas y logísticas me dejan, practico: el reportaje abierto.

Sin eso, la transparencia con respecto a las fuentes y la documentación; y las reflexiones sobre la investigación y la escritura, se quedan en un ejercicio de exhibicionismo, curioso si quieren, pero separado del valor de uso al que este juego está llamando. Descartado el valor de cambio, pues es ésta una idea que brotó a la intemperie y ahora ya sólo quiere seguir en ella, modesta, feliz y libre, nada habríamos ganado si acabara todo reducido a su valor de exposición, que es como acaban estas cosas en esta vida de escaparate.

No habría dicho ni mu de todo esto si no fuera porque ese ejercicio se está desarrollando en privado, vía e-mail, o por teléfono. Así que esta entrada no es una declaración de principios, sino un registro contra el alzamiento de bienes. Los mismos RCD, longo, Tote o Verde que en público dejan comentarios elogiosos, o de acompañamiento, y así son la gran mayoría del medio centenar que hay sumados, en privado me tiran de las orejas. Por no hablar del hombre más discreto del mundo, o del Bartleby de Terrassa, de los que, en efecto, no podría hablar aquí sin traicionarlos, mucho menos de sus valiosas precisiones. Forma de proceder tan burguesa, es lo que alimenta a millones de psicoanalistas.

Dado que es gracias a esos tirones que corrijo datos, he añadido páginas como el «Resumen de lo publicado«, o intento ir mejorando distintas funcionalidades para aclarar la comunicación,  lo justo es que se vean también las cañerías por donde han llegado, y por qué no, quiénes dieron el agua.

Para quien comparte que los trapos sucios hay que airearlos en la calle, y que la cama es un buen lugar para la política, la crítica feroz es un pacto entre caballeros (y caballeras, que diría Ibarretxe). La verdadera medida del amor es el insulto. Así que no se corten. La nueva página «Fe de errores» condensa bien la paradoja de la que se alimenta todo esto: los errores garantizan nuestro acierto.

Todo ello, si a ustedes les parece bien, porque en verdad yo estoy encantado de recibir sus mensajes. Que es un soplo la vida. 

Posdata: Es verdad que puede parecer equívoco, conceder esta importancia a los comentarios, y no añadir, como algunos me habéis sugerido, una categoría con los «últimos comentarios», o «comentarios recientes», en la columna de la derecha, al igual que hay una para las entradas, que además facilitaría el debate. Estoy en ello. Es sólo una cuestión técnica la que tengo que solucionar: porque se puede colocar, pero la hoja de estilo de wordpress añade automáticamente los enlaces del hipertexto de mis entradas (que no son comentarios,  sino links que reenvían de una página a otra del blog) a ese apartado de comentarios recientes. Y no quiero tener que elegir entre ese yoyeo lamentable, o eliminar el hipertexto, porque es un recurso de lectura imprescindible. Sigo buscando fórmulas.

Paseo de reconocimiento

El 13 de noviembre de 1991 fue el segundo día de ruedas  de reconocimiento para Ahmed Tommouhi y Mostafa Z. El juzgado número dos de Terrassa está al final de un pasillo. En ese pasillo, de alargados bancos de madera, se reúnen 17 víctimas, entre chicas y acompañantes, de las tres provincias donde se han producido hechos similares: Barcelona, Girona y Tarragona. Las acompañan algunos guardias civiles de los diferentes puestos donde habían ocurrido los hechos.

No están las víctimas que pasaron por la rueda del día 12. Pero es, sobre todo, el día del paseo. Reyes Benítez, que estaba entre los agentes acompañantes, en ese pasillo, lo resumió así en la Cadena  Ser:

Juan Manuel  Pérez, compañero de Reyes en la policía judicial de Martorell, estaba tambiéne en ese pasillo. Lo entrevisté en enero de 2006, en San Andrés de la Barca, y coincidió con Reyes: lo pasaron en las dos direcciones.  El sonido, que en la cinta donde lo grabé es todavía comprensible, al digitalizarlo caseramente, se oye sobre todo el aire arañando los altavoces:

Junto a Tommouhi iba Mostafa Z., al que habían detenido también en la pensión. Tommouhi es el cuarto empezando por la izquierda, Z. el segundo. Hay cinco hombres en total. El balance de las ruedas de reconocimiento quedó así:

Nadie señaló a Mostafa Z.

A Tommouhi: 7 víctimas no lo señalaron; 5, firmaron que parecía o podía ser; y 5 afirmaron «reconocerlo». Entre estas cincos, se cuenta M., la víctima de Olessa que años después el ADN demostró científicamente que se había equivocado al señalarlo. He escrito «firmaron», porque entre las que dudaban estaban E., la víctima de Gavà y su novio, quienes el día del juicio oral sostuvieron que nunca habían dicho que fuera Tommouhi, sino que era el que más se le parecía. Ese caso arrojó la única sentencia absolutoria a favor de Ahmed.

A las ruedas del día siguiente, ya celebradas en Barcelona, viajó sólo Tommouhi. Allí tenía nuevo compañero: sobre las 14,30 de este mismo día 13, la Guardia Civil había detenido en la terraza del Bar Joanet, a tiro de piedra del Arco del Triunfo, a Abderrazak Mounib, que estaba tomando un cortado. Ahora era él el presunto autor de los mismos hechos por los que, dos días antes, habían detenido a Mostafa Z.

Una foto de 1987

Abderrazak Mounib no recordaba, al declarar como acusado por varias violaciones y robos, en 1991, por qué lo habían detenido en Sentmenat en abril de 1987.  Las fotos de la ficha policial que registró esa detención, sin embargo, están en el origen de su detención cuatro años después y de su condena.

Tanto en Tarragona como en Barcelona se mostraron fotografías de ciudadanos árabes a las víctimas, árabes detenidos durante el verano en Salou,  árabes reseñados en esta otra comisaría, o el álbum oficial de este puesto. Pero sin consecuencias. El 11 de noviembre del 91 por la mañana –ya hemos visto el fax de la Policía Nacional que coordinaba a las comisarías de Barcelona– la Guardia Civil no tiene ningún sospechoso. Tiene estas fotos.

Las fotos se hicieron llegar a las diferentes comandancias, y de ahí a los cuarteles donde habían ocurrido los hechos, para que fueran mostradas a las víctimas. La detención de 1987 nada tenía que ver con agresiones sexuales: así lo indica el que en la casilla de los motivos se lea «actos deshonestos». Actos, que no «abusos», como escribirá muy pronto este instructor de la policía judicial, transformando una desinhibida bajada de pantalones en un bar –eso me cuentan que fue lo que ocurrió, pero tómalo con precaución–, en una metida de mano, por decirlo rápido.  Una diferencia entre acto y abuso  es que en el abuso hay alguien que sufre los abusos, mientras que en los actos deshonestos, normalmente sólo se ofenden los guardianes de la moral, o  los dueños de los bares, ciertamente.

Esas fotos se mostraron a distintas víctimas, y algunas de ellas, las menos, las señalaron. No les voy a volver locos ahora, porque tiempo tendremos de volver sobre este punto. Pero esas fotos fueron encartadas en los álbumes, después de que las víctimas la señalaran sobre un folio con otras dos tiras más. Un folio con las caras de tres detenidos. Una vez encartadas, se les volvieron a mostrar (esto es sólo un voto de confianza), y se les invitó a firmar sobre las actas: es falso, por tanto, que las víctimas señalaran esas fotografías entre otras 500, o con el número 91, como escribe el mismo que transformó los «actos» en «abusos». Falso, por más que lo pretendan las actas.

Es falso porque así lo explicaron las mismas víctimas. Esta de Tarragona, por ejemplo, que admitió «que el álbum sólo contenía  cinco ó seis fotografías» (las tres de la hoja de Mounib, más las de la hoja del otro sospechoso):

 

Y es falso porque esa foto no podía, sencillamente, estar en los álbumes de, por ejemplo, Tarragona: Mounib había sido detenido por el puesto de Castellar del Vallès, Barcelona, y los álbumes de esa época eran provinciales, así que no podía figurar en el de Tarragona, provincia y comandancia distinta. Por supuesto, tampoco estaba en los álbumes de Barcelona.

Esas fotos, después de mucho rastrear archivos y cuarteles, y por más álbumes de centenares de fotos con que luego la abrigaran -y cifras tan redondas como 500 no tendrían que haber, sino levantado sospechas- se distribuyern así: en este folio.

Pronto sabré –espero– por qué fue detenido Abderrazak Mounib en 1987. Mientras tanto, ya sabemos que si hubiera pedido que destruyeran su ficha, porque estaba en su derecho, al menos estas fotos no serían una excusa para su ruina.

Dos días después fueron a buscarlo a su casa.

Ruleta de reconocimiento

Ahmed Tommouhi y Mostafa Z. pasaron a disposición judicial el  12 de noviembre por la mañana. La Policía Nacional de Terrassa se ocupaba del robo con violencia contra Y y su novio., lo que llamo el caso Terrassa, así que ambos acudieron al juzgado número dos de la ciudad. Las víctimas de Cornellà, el otro caso que instruía  la policía nacional (el resto eran demarcaciones de la Guardia Civil), también fueron avisadas y trasladadas a la primera rueda del martes 12.

La primera intención de la policía, sin embargo, había sido montar en la comisaría una rueda la misma noche de la detención. Avisaron a Y, que se presentó, pero finalmente no encontraron a «árabes de características físicas similares a las de los detenidos», según diligencias. Faltaban cebos para acompañar a Tommouhi y su compatriota.

La primera rueda se montó finalmente el martes por la mañana. Muchos creíamos que  en esa primera rueda a los acusados los pasearon esposados por delante de las víctimas antes de entrar al despacho del juez, y que enseguida los pasaron de nuevo  –el juez llevándose las manos a la cabeza, metafóricamente al menos– para devolverlos a los calabozos. No. Ese paseo existió, pero no hoy, y aquí lo contaré mañana.

(Es una de las virtudes que he descubierto en el link: no sólo permite al lector acceder a la fuente, o al documento, y contrastarlo con lo que cuenta el periodista. También, y sobre todo, enseña al periodista a desconfiar de sí mismo. Fechas, detalles, matices que he repetido erróneamente durante dos años, no pasan la criba del link. La exhibición de las cosas obliga a medir las palabras. Incluso algunos textos del principio de este blog, que tenía escritos de antemano, tuve que corregirlos el día que me puse a volcarlos y a usar esta herramienta. No es que sea infalible, y ahí está la «fe de erratas» para probarlo, pero desde luego es mucho más implacable.)

Hoy tenemos a cuatro víctimas: Y., su novio, y las dos menores de Cornellà. En una sala cinco hombres, pegados a la pared. En una anexa, el juez, el secretario, los abogados, y las chicas, que van entrando de una en una. Un cristal ahumado separa la sala de exposiciones de la de mandos, por así decir. Entre los expuestos, que no ven a quienes les miran, están Zaidani y Tommouhi, y 4 árabes más.

N., víctima de Cornellà, entra, mira y señala. El acta recoge:

«Que puede ser el 5º por la izquierda y en los demás no los reconoce».

El 5º por la izquierda es Ahmed Tommouhi. El «puede ser», sin embargo, puede que sea insuficiente. El juez repite la rueda.  Pero los cambian de orden. N, por segunda vez:

«Que reconoce al segundo empezando por la izquierda y a ninguno más».

El segundo vuelve a ser Ahmed Tommouhi.

G., la otra víctima de Cornellà, entra por primera vez, y recoge el acta:

«Que puede ser el 1º por la izquierda, no reconociendo a nadie más».

El primero, han cambiado el orden, es Ahmed Tommouhi.  Es, otra vez, un «puede ser».  Se repite la rueda. G., a la segunda:

«Que reconoce al 2º por la izquierda y a ninguno más»

El segundo vuelve a ser Tommouhi.

La chica de Terrassa, Y., pasó por la sala de identificaciones. Aunque sólo he encontrado un acta. Es extraño, porque el suyo tampoco es un reconocimiento con seguridad. Ahora hay un cebo más: siete hombres en total. El acta dice así:

«Que cree que uno de los imputados es el 5º empezando por la izquierda y que el 3º le parece que puede ser el que pegó a su novio».

El que sí mostró seguridad en el reconocimiento fue el novio de Y, M.V.:

«Que reconoce al 3º por la izquierda con toda rotundidad y además fue el que le apuntó

Por alguna razón que se me escapa todavía, las chicas de Cornellà repitieron rueda esa mañana, mientras que Y. y M.V. volvieron diez días más tarde para lo mismo.  

El resultado de todo esto fue que el juez

ordenó la práctica de las gestiones oportunas para recabar cuantas denuncias existieran sobre hechos de similares características, bien por las señas físicas de los individuos, o por el «modus operandi», donde hubieran podido tener participación los dos detenidos.

Al día siguiente, hubo nuevas ruedas: Entre chicas y acompañantes, diecisiete víctimas estuvieron el miércoles 13 en los Juzgados de Terrassa. Mañana sí que hablaremos del paseo.

Me voy corriendo a Martorell.

La dueña de la pensión no es Funes

No sólo el nuestro de ayer.  Ninguno de los policías que detuvieron a Tommouhi y Zaidani en la pensión Agut de Terrassa preguntaron a la dueña de la pensión dónde estaban ambos marroquíes «el día de autos, es decir el día de la violación«.

«La violación» sobre la que le preguntaban en la vista oral del juicio de Tarragona, a finales de 1994, era las dos violaciones de La Secuita y la doble de La Bisbal,  ocurridas entre las 22:30 del día 9 y las 2:00 del 10 de noviembre del 91. Ese día había entrado Tommouhi en la pensión de Terrassa, y según él, a esa hora estaba en su habitación. No sé, todavía, si la defensa de Tommouhi, o el fiscal, o el propio tribunal, le preguntaron eso mismo a la dueña de la pensión el día del juicio. ¿A qué hora vio usted por última vez al señor Tommouhi esa noche?  Y «no sé» quiere decir que no tengo esa parte del acta oral donde debería estar recogido. La pregunta y la respuesta. Sé lo que me han contado, pero es demasiado vago todavía.

Así que en abril pasado me planté yo mismo en la pensión. En la antigua pensión, porque hoy ya es sólo la vivienda habitual de su dueña (¿tiene marido, hijos?). Me perdonarán que no les hable aquí del lugar, pero es que no encuentro las notas que tomé aquel día, y describir de cabeza y en frío se me da mal. Muy mal. Vida es olvido.

Como muchas veces, tiré de amigos. Ellos tienen coche y saben conducir, y siempre están dispuestos a comer fuera de casa. Comimos en Bellaterra: Más que un pueblo, digamos que es una carretera, un jardín y una farmacia. Del nombre del restaurante no me acuerdo, pero sí de cómo lo imaginábamos: seguro que Cambó y sus colegas reuniría a la ejecutiva de la Lliga aquí, soltó alguno.

Luego fuimos a Terrassa. A un bar que, con luminoso amarillo, seguro se llamaba «Oasis». Tomamos café. Los dejé pidiendo el pacharán, salí a la calle, subí la cuesta y atravesé el pasaje Agut. Frente a la puerta, tomé las notas que no encuentro. Y toqué al timbre. A través del interfono, hablamos:

«La pensión cerró y ya está». […] Insití. Quería saber si al menos se lo habían preguntado alguna vez: «si me vuelves a molestar, nos veremos en otro lado», terminó.

La mujer, dieciséis años después, no recordaba nada.

Primera detención

El lunes 11 de noviembre, además del fax con las descripciones de los presuntos violadores, en la comisaría de Terrassa entró la ficha de registro de la pensión Agut. Lo habitual es que los hosteleros entreguen las fichas cada mañana: esta vez era lunes, y la dueña de la pensión entregaba las del fin de semana. Los nuevos huéspedes registrados eran dos marroquíes: Ahmed Tommouhi, desde el sábado, y Abdeslam Hammani, desde esa misma mañana del lunes, día 11. 

La coincidencia fue tan sofisticada como explicó uno de los policías el día del juicio oral en la Audiencia de Tarragona: 

“Que detuvieron al señor Ahmed Tommouch en Terrassa, a causa de la llegada [de] un telex (…) y en ese momento llegó una señora de una pensión [con los] datos de un marroquí, que coincidían con los datos del telex, por lo que se fueron a la Pensión y al ver a los [ocupa]ntes de la vivienda, (…) [los] detuvieron y se los llevaron a Comisaría, y allí [lo] puso en contacto con el Juzgado de Guardia y este ordenó [la de]tención.” 

El mismo agente explicó también que 

“el parecido de las características del telex, con los huéspedes de la pensión eran grandes, sobre todo con el de 40 años aproximadamente. Que en el telex se decía que uno de los autores tenía grandes entradas.” 

En efecto, Ahmed Tommouhi tenía 40 años y grandes entradas. Cuando volvió a la pensión, andando desde la obra en la que trabajaba, encontró a la  policía en la pensión, junto a uno de sus compañeros de habitación, Mostafa Zaidani, recién duchado. Este último vivía en la pensión desde hacía un mes. Nada tenía que ver con el Hammani de la ficha de registro. Pero era marroquí y tenía bigote. La policía se llevó a los dos detenidos. 

La conversación entre la Policía y la dueña de la pensión debió ser escueta. El policía admitió el día del juicio de Tarragona “que no preguntó a la dueña de la Pensión donde estaban los árabes el día de autos, es decir el día de la violación”.  

A la mañana siguiente, ambos pasaron la primera rueda de reconocimiento. Hasta dos días después no sería detenido Abderrazak Mounib, a quien finalmente algunas de las víctimas señalaron, junto a Tommouhi, como el otro violador del otoño de 1991.

Artistas invitados

La prensa, víctima de la mafia

Del estilo (del libro)

La fuerza metafórica que tienen las vidas de Tommouhi y Mounib proviene precisamente de que no es una metáfora “literaria, sino experiencial”. Así también la de otros actores clave de esta historia: Reyes Benítez, cuyas investigaciones, a deshoras, rigurosas y solitarias, están en el principio de todo este asunto. O Manuel Borraz y Tote Henares, “ciudadanos ejemplares” que, sin pertenecer a ninguna asociación, ni colectivo ni tener ninguna relación profesional con el caso, ni interés que no fuera desinteresado, lo mantuvieron vivo. Ahí está la página web de Borraz, o los cientos de páginas que entre ambos han escrito: recursos a la fiscalía, ruegos y preguntas a las instituciones, informes para el Ministerio de Justicia, etc. O los jueces que en su día lo condenaron y años más tarde se mostraron a favor del indulto, pero que no quieren volver a oír hablar del tema, “porque hace ya mucho tiempo”. El mismo tiempo que ellos pasaban en la cárcel. O esa intervención del Síndic de Greuges (el Defensor del Pueblo catalán) del año 2000 en el Parlament, con comentarios desabrochados sobre lo muy delincuente que era Abderrazak Mounib, lo que no obviaba, decía, para que se le reconociera inocente en este caso (**). Mounib no tenía antecedentes cuando lo detuvieron. El Síndic hablaba desde el desconocimiento, o sea desde el desprecio compasivo y olímpico de los ignorantes. De modo que sólo con la mayor simplicidad y exactitud científica hay que intentar contar esa cadena objetiva de errores, casualidades, contradicciones, humillaciones, pundonor e impericia que vertebran esta historia. No se puede trufar el relato de estas vidas tan extrañas, tan crudas, tan ejemplares, en un mundo tan indiferente, con un esfuerzo estetizante –“artístico”—añadido y despegado de la verdad. “El resultado sería insoportable”. Y lo que es peor: resultaría increíble. La prosa seca arde mejor (***).

(**)  La intervención está recogida en las actas del diario de sesiones del parlamento catalán.

(***)  “La poesía seca arde mejor”, creo que es una frase de Octavio Paz.

El fax

Es lunes, 11 de noviembre de 1991. Ni la policía nacional ni la guardia civil tienen a ningún sospechoso. La última violación de la serie de la que luego serían acusados y en algunos casos condenados Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib había ocurrido en La Bisbal,  la madrugada del sábado al domingo. La policía nacional empieza a coordinar sus actuaciones.  Este escrito, pasado por fax a todas  las comisarías de Barcelona a las 15,40 horas de la tarde de ese lunes, es uno de los dos cables que llevó a la detención de Ahmed Tommouhi.  

El texto –todo en mayúsculas—resume, aunque con imprecisiones, los hechos objeto de la investigación. Añade las descripciones de los presuntos autores, basadas sobre todo en los testimonios de Cornellà, y fija la atención en el Renault 5 empleado en las últimas agresiones. Entre corchetes van algunas precisiones mías. Dice así: 

 “Entre las 20h y las 22h. del día siete de los corrientes, G y N, ambas domiciliadas en Cornellà de Ll., han sido víctimas de violación por parte de dos individuos de raza marroquí o similar [no sabemos a qué similitud se refiere exactamente, pero en todo caso G. había declarado que eran “gitano” o de “aspecto agitanado”] que utilizaban un vehículo de marca Renault-5 color gris plateado, matrícula B-7661-FW. (Est)a matrícula es falsa, correspondiendo a un turismo Seat 131. El mismo vehículo y los mismos autores, en la noche del 9 al 10, (ta)mbién del presente mes realizaron sendas [exactamente dos violaciones en La Secuita y  una violación doble en La Bisbal]  violaciones en  Tarragona y La Bisbal. 

 Los mismos individuos son presuntos autores de múltiples violaciones (en) distintas poblaciones de la provincia de Barcelona, entre los días 31-10-91 y el actual, utilizando siempre vehículos de tamaño pequeño de distintas marcas y con diferentes matrículas –sopechamos que siempre falsas–.  

Siempre llevan consigo una pistola, un bate de béisbol y una porra (co)mo la utilizada por la policía, causando siempre lesiones a las víctimas.  

Los autores son:  

1)     de 40-45 años de edad, 1,65 a 1,70 m. de estatura, complexión normal, (…) puede que algo obeso, pelo castaño oscuro –puede tener entradas manifiestas–, liso y corto, ojos achinados, pequeños, color marrón (o)scuro, habla español con acento. 

 2)     De 20-25 años de edad, de 1,70-1,73 de estatura, complexión normal, pelo negro, liso y corto, cara redonda –al  igual que el anterior–,  cicatrices en la cara de haber sufrido la viruela o similar, ojos pequeños, cejijunto y pobladas, no habla español, al parecer   

Ambos son morenos si bien el joven lo es en particular. 

 Interesa 

 La detención de dichos individuos, y de ser habido [sic] el vehículo sin los ocupantes, realizar la espera, dando inmediata cuenta  a esta comisaría –Grupo P. Judicial–. 

El vehículo puede llevar un golpe en su parte delantera izquiera, a la altura del faro.”  

Hasta aquí el fax.   

Entre las comisarías que lo recibieron estuvo la de Terrassa, que en 1991 tenía 158.063  habitantes, según el INE. Ahmed Tommouhi, un marroquí que había llegado a esa ciudad una semana antes para trabajar como albañil, vivía en una habitación de la pensión Agut, en el pasaje del mismo nombre, desde hacía dos días.  Desde el sábado 9 de noviembre por la tarde. Tenía 40 años.  El lunes por la noche durmió en comisaría.  

Dos falsos policías (y VI)

Aviso sobre lo publicado 

6.- El Caso de Tarragona II:  La Bisbal

Los asaltantes debieron continuar viaje, según la reconstrucción policial, por carreteras secundarias hasta enlazar con la C-246, una carretera comarcal que une Valls y El Vendrell, todavía en la provincia de Tarragona. Luego se desviaron por la carretera de Santa Oliva, que va de La Bisbal del Penedès a Llorens. Poco antes del puente de la autopista que cruza esa carretera, rebasaron un camino de tierra que salía a mano derecha: al fondo se podía entrever el chasis de un vehículo. Era el Citroën CX del padre de O, que junto a su novio habían aparcado pocos minutos antes en esa pista sin asfaltar, a unos cinco metros de la carretera, y habían apagado las luces. Sobre la una y cuarto de esa madrugada de domingo, el chico se fijó en un coche que circulando por la carretera de Santa Oliva, en dirección a Llorens, se detuvo apenas rebasado el cruce del camino, dio marcha atrás y entró en la pista donde estaban ellos aparcados. Era un Renault 5 de color claro que se detuvo, sin apagar las luces y bloqueando la salida. La pareja se extrañó. Cuando se quisieron dar cuenta, había dos hombres, con la cara tapada con una media, asomados a la ventana del copiloto. Dos hombres armados con un revólver, una barra de hierro y un palo de madera que encañonándolos y alumbrándoles a la cara con una linterna –“para no ser reconocidos”, según O— les pedían que abrieran el coche. Ellos se negaron. Uno de los asaltantes golpeó entonces el vehículo con la barra de hierro y JC, el chico, bajó un poco la ventanilla y les dio el dinero que tenía, unas mil pesetas. No dejaron de amenazarlos y exigirles que salieran del vehículo hasta que JC entreabrió su puerta, permaneciendo sentado. Los dos hombres lo sacaron y lo tiraron al suelo. Medirían uno setenta, eran robustos y tenían la voz ronca, según JC. Bocabajo, le quitaron el cinturón y le ataron las manos a la espalda. O, que seguía en su asiento, aprovechó para quitarse el reloj y los anillos que le dio tiempo y esconderlos dentro del coche. Le quitaron lo que le quedaba a la vista: un anillo con  un sello de oro, uno de aro de comunión, como una alianza, y otro con un perla blanca y con puntas; y dos cadenas de oro: una de ellas con un escapulario y una cruz. En el escapulario se podía ver la Vírgen de Montserrat por una cara, y el Sagrado Corazón por la otra. En la cruz las iniciales y la fecha de nacimiento de su novio grabadas. JC tenía veintitrés años. O, veintiuno. El más tranquilo de los asaltantes, que a JC le pareció el cabecilla, se metió en el coche y con la mano derecha le volvió a O la cara hacia el cristal. Arrancó y movió el coche unos veinticinco o treinta metros más arriba, alejándose del cruce y del Renault 5 en el que habían llegado. El otro arrastró del cuello a JC hasta llegar de nuevo a la altura del Citroën. Otra vez  bocabajo sobre el suelo, le ataron también los pies con una camiseta y le taparon la cara con su propio jersey. Lo registraron varias veces buscando dinero, pero ya solo le quitaron un reloj Racer con cronómetro. A partir de ahí, JC no veía nada pero sí oía lo que sucedía a su alrededor: por el ruido pensó que era un coche de poca cilindrada. El más tranquilo se volvió a meter en el coche con la chica. Hablaba bastante bien castellano. La chica le preguntó si era marroquí. “Sí”, le respondió, y añadió que hablaban en “saja”. O todavía “consiguió hablar un poco [con él] y [éste] le dijo que llevaban tres o cuatro años en España”. El otro permaneció fuera con su novio golpeándole, no fuerte, pero sí continuamente, dándole patadas y pegándole con la barra. No fueron más de cuatro o cinco minutos, el tiempo que tardó en salir su cómplice del vehículo para relevarlo en su puesto. El segundo que entró, más nervioso y que apenas hablaba, estuvo más tiempo dentro, como unos ocho minutos. La “estuvo besando repetidamente”, por lo que O sostuvo siempre que no tenía bigote. La chica no opuso resistencia por miedo a que le hicieran algo a su novio, por lo que ni ella ni su ropa tenían signos de violencia física, según el parte médico. Para ella, ambos eran de uno sesenta aproximadamente de altos, con voz ronca, pelo corto, oscuro, complexión fuerte, de entre treinta y treinta y cinco años, y llevaban cazadoras de piel. Uno de ellos tenía las faces de la cara muy resaltadas. Cuando terminaron, arrancaron el Renault 5 y después de una maniobra brusca salieron a la carretera, “probablemente”  patinando ruedas, dijo JC. O llegó a ver  tuvo la T de la provincia de Tarragona en la matrícula. (Según averiguó la policía, los asaltantes debieron sustraer esa placa de un turismo rojo –a juzgar por el estado reciente de los remaches—que de camino habían encontrado junto a la cuneta y la sustituyeron por la B-7661-FW que habían lucido en los dos asaltos anteriores y en Cornellà.) Al notar el chico que cuando gritaba ya no le pegaban, se quitó el jersey que le cubría la cabeza y vio que no se habían llevado a su novia. JC se desató las manos lo más rápidamente que pudo y, con los pies atados todavía, se reunió con su novia. Entre ambos terminaron de deshacer los nudos de los pies del chico. A su pregunta, ella le respondió que la habían violado los dos. “Decidimos que ella se quedara en el lugar de los hechos y yo me fui a buscar ayuda a casa de unos familiares, en La Bisbal del Penedés.”, declaró JC. Luego volvieron a recogerla a ella, y se fueron a la Policlínica del Vendrell para ser atendidos y luego a la Guardia Civil para denunciar los hechos. JC volvió dos días después a declarar y, entre otras cosas, añadió: “Que entre ellos hablaban en árabe. Que no puede identificar el dialecto, [pero] que desde luego era árabe y que lo conoce porque lleva diez meses en Melilla haciendo el servicio militar”.

Álex

Álex es uno de los chicos agredidos en La Secuita, donde dos menores fueron violadas y sus cuatro amigos, golpeados y maniatados, como se leía aquí ayer. Aquí relata los hechos según los recordaba 14 años después de que ocurrieran: la entrevista se realizó en Tarragona, en diciembre de 2005:

 

Los silencios tapan los nombres de los menores: sólo se oye el nombre de César, que ni era menor, ni tuvo nada que ver con lo sucedido. Es sólo un vecino del pueblo.  Y se oyen dos voces femeninas: una que pregunta, la de Mónica C. Belaza, mi compañera de Máster y reportaje de entonces, y una que ayuda a Álex a recordar la edad que tenía en noviembre de 1991. «Quince» años, apunta. Es su novia

Dos falsos policías (V)

Aviso sobre lo publicado:  

5.- El Caso de Tarragona I (La Secuita) 

A unos veinticinco kilómetros de Salou está La Secuita.  Desde Tarragona se tarda un cuarto de hora por la carretera de Perafort, una calzada estrecha que se hunde en una rotonda antes de girar a la derecha y empinarse los dos kilómetros finales serpenteando por una cuesta suave hasta el pueblo: un puñadito de casas blancas horadado por las ventanas y una pequeña iglesia románica, sobre una falda de cultivos, almendros y avellanos. La Secuita. A mitad de ese último tramo de subida y a mano izquierda, a la carretera le sale un brazo estrecho y de tierra, un caminito que se mete en un pinar frondoso y rectangular que queda en un recodo. El caminito desemboca en el viejo campo de fútbol del equipo local. Hoy está abandonado. La pared de la única grada lateral está cuarteada por la maleza que, reventándola, asoma; la pintura de los anuncios de empresas locales está descolorida; la cancha, enredada de matojos, y la basura, amontonada de escombros, litronas de cerveza, material de obra y plásticos. Sólo los esqueletos de las porterías mantienen y dibujan el antiguo orden rectangular que imprimía su forma hasta  en el pinar. En 1991, tampoco servía ya de sede para los partidos del Club de Fútbol La Secuita, descolgado de todas las competiciones oficiales. Entonces tenía dos usos principales. Durante el día, los chicos del pueblo iban allí a jugar al fútbol. Por la noche no era raro, sobre todo los fines de semanas, que sirviera para que los chicos y chicas, mejor si en parejas, se buscaran y charlaran a oscuras. A eso fueron A y L, dos quinceañeros del pueblo, con S y R, de quince y catorce años respectivamente, amigas y vecinas de la misma manzana en Barcelona que pasaban el fin de semana en sus casas en La Secuita, la noche del sábado 9 de noviembre. Llegaron en moto desde casa de S., donde las dos chicas habían cenado juntas. De camino habían comprado dos paquetes de tabaco en el bar del centro del pueblo. Aparcaron las motos y se sentaron junto a la portería más alejada de la entrada, al fondo del pinar. Eran alrededor de las once de la noche cuando vieron llegar un coche que se acercó, más o menos,  hasta la mitad del campo, según A recuerda todavía. Las luces largas que traían puestas los deslumbraban. Era un Renault 5 Saga (*) gris metalizado del que bajaron dos hombres armados con un palo de madera, como un bate, y un revólver y dándoles el alto. “Policía”, dice A que gritaron. A veía el perfil de los dos hombres recortados por un hilo de luz contra la oscuridad. Volvieron a dejar el revólver en el coche y les pidieron la documentación (**). Los chicos se habían dado cuenta de que no eran policías cuando los asaltantes empezaron a golpearles con el palo, gritándoles que se tiraran al suelo, bocabajo (***). Les ataron las manos a la espalda y les quitaron las carteras. A las chicas les taparon además los ojos: a S con su propio jersey y a R con un pañuelo, aunque esta última podía ver. Metieron a los cuatro en el asiento trasero. Por el camino de la entrada apareció una luz redonda. Eran J y O, dos amigos del pueblo de A y L, que llegaban en moto. Al ver el Renault 5 lo primero que pensaron fue que era el del Tete, un amigo común de La Secuita, y aparcaron la moto delante del coche. Les llamó la atención que en la aleta frontal tenía un golpe, junto al faro izquierdo. El cristal estaba roto, no así la bombilla, que seguía encendida. Ni J ni O supieron muy bien de donde habían salido los dos hombres que se les plantaron delante, aunque declararon que pensaban que debía haber sido de dentro del coche. Los golpearon y les ataron las manos con la bufanda azul marino y rayas blancas que J llevaba puesta. Los metieron a los dos en el maletero, pero como la puerta no cerraba del todo, desataron a O, lo sacaron y lo metieron delante, a los pies del copiloto. O contó luego que cuando le pusieron la pistola en la nuca sintió que era metálica, y que creía que era de verdad, sin llegar a precisar si tenía el agujero del cañón obstruido o no. Arrancaron, los ocho dentro del Renault 5, salieron por la otra salida que el campo tenía y cogieron de nuevo la carretera, dirección La Secuita. Enseguida se desviaron metiéndose por el camino que lleva al Mas del Hereguet. Circularon unos 50 metros más y detuvieron el vehículo. No habrían andado un  kilómetro desde el campo de fútbol hasta el campo de avellanos donde pararon. Los asaltantes sacaron a los seis chavales del vehículo. Ataron a los cuatro chicos detrás del coche, tumbados sobre el suelo, bocabajo y pierna con pierna: para A y L emplearon las gomas de la bandeja que cubría el maletero; para J y a O, los jirones de una camiseta interior de tirantes blanca, marca San Telmo. Los agresores hablaban entre ellos: Uno le pedía al otro que tuviera cuidado no se le escapara un tiro, al tiempo que amenazaba a los cuatro amigos con pegárselo él mismo si no se estaban quietos. Habían renunciado ya a pasar por policías: en algún momento empezaron a decir que eran “moros”. Les palparon el cuello y las muñecas buscando joyas y relojes. A J le rajaron con una navaja el anorak –12.900 pesetas—para quitarle el reloj Casio que llevaba. Uno se llevó a S entre los avellanos, a través de cuyo enramado –el avellano es un arbusto de hoja caduca, y era otoño—A podía ver cómo el agresor la desnudaba y la manoseaba. Los chicos oyeron que su amiga gritaba, llorando, que le hacía mucho daño. El agresor le tapaba la boca. S se resistió. El violador le dio varias patadas en la vagina. S lo describió como de baja estatura, uno sesenta y cinco aproximadamente, de unos cuarenta años, gordito, piel oscura, barriga, pelo corto y liso. Le pareció que hablaba una lengua extranjera, posiblemente norteafricana. Vestía una cazadora negra y un pantalón de pana. Del otro sólo dijo que tenía bigote.  Ese otro había metido a R dentro del coche. Luego acabó violándola fuera, en la parte de adelante. “Mira cómo la tengo de dura”, oían los chicos, sin ver a R, que le gritaba. La golpeó repetidas veces, más cuanto más repetía R, ante sus insistentes preguntas, que no lo había hecho nunca. Le pegaba y le gritaba mentirosa. Era, según R, de un metro sesenta y cinco de altura, de unos cuarenta años, con el vientre saliente,  pelo negro, ojos oscuros y redondeada la cara. Luego dejó que se vistiera y la echó encima de los cuatro chicos, detrás del Renault 5. Los chicos no miraban para no ver que el otro estaba violando, ahora delante de ellos y analmente, a S.  A memorizó la matrícula: B-7661-FW. Se marcharon poco antes de la una de la madrugada. Les habían dicho que volverían en una hora, y que los esperaran, amenazaron, porque si no los matarían. Los chicos desobedecieron inmediatamente: el primero que consiguió soltarse cortó las ataduras de los demás con un mechero. Al subirse las mallas que llevaba esa noche, S notó cómo un líquido le bajaba, al parecer, de la vagina.  Juntos fueron a avisar a sus padres. Los chicos no pudieron añadir gran cosa a las descripciones que de los agresores habían dado sus dos amigas: apenas A,  que dijo que uno tenía barba, retuvo algún rasgo. Lo que sí añadieron fueron las impresiones que le había dejado la extraña forma de hablar de los asaltantes. Para uno hablaban castellano aunque con acento; para otro hablaban normalmente en español, aunque en algún momento habían hablado un idioma extranjero que no podía precisar. Un tercero insinuó que  podía ser “árabe norteafricano”. A dijo que lo hacían en árabe, y con voz afónica. Los padres de S, que a la mañana siguiente  acompañaron a su hija y a R durante la visita al Hospital Juan XXIII de Tarragona, hicieron constar ante el juez “su protestas por la actuación del ginecólogo [que las atendió], que trataba a las niñas como si fueran unas frescas.” 


(*) Comprobar, por su dueño de entonces, que el Renault-5 GTX era, efectivamente, un SAGA. Si no, quitarlo de aquí.

(**)  Nos llama la atención este gesto de esconder el revólver. La policía planteó a menudo la posibilidad de que no fuera una pistola de verdad, y quizá tenga que ver con ello.

(***) Es importante el matiz que se recoge en el “Informe Operativo” firmado por José Martín Vázquez el 10 de noviembre de 1991: “Dijeron eran policías [sic] y piden a los presentes sus documentos, y dicen que se los tenían que llevar”: por la mecánica comitiva de los hechos, se deduce que quiere decir que se “tenían que llevar” a los chicos. Nos importa para que se vea una similitud más con el triángulo que nos interesa: Olesa, Tordera (25-11) y este de Tarragona: el hecho de que se presentan como policías y añaden la excusa de tener que trasladarlos  de lugar…

Ajustar hora y fecha

“La noche del sábado 9 al domingo 10 de noviembre de 1991 se produjeron tres asaltos en escenarios y horas diferentes, entre las 22.30 y la 02.00 de la madrugada, en la provincia de Tarragona. El primero ocurrió sobre las 22.30 en Salou, una turística localidad costera. Dos hombres, al parecer sin bajarse del coche en el que viajaban, robaron de un tirón un bolso a dos hermanas, Fidela y María Maximina, que no pudieron describir el rostro de sus agresores porque los vieron ya de espaldas. Aun así, debieron [de] declarar que se trataba de dos “individuos norteafricanos”, de entre treinta y tres y cuarenta años, y complexión fuerte, o así al menos lo recogió la guardia civil en una diligencia posterior. El coche era un Renault 5 gris con matrícula B-7661-FW, confirmaron.” 

Los hechos del caso de Tarragona, que incluye este robo en Salou, las dos violaciones de las chicas de La Secuita, y la doble violación de O en El Vendrell, en apenas cinco horas (todas se relatarán aquí), ocurrieron la noche del mismo sábado que Ahmed Tommouhi entró a vivir en la pensión de Terrassa, donde dos días después sería detenido. La ficha de la pensión no detalla la hora, pero sí la fecha: 9-11-91. La dueña de la pensión entregó su ficha, junto con la de otro marroquí llegado también ese fin de semana, en la Comisaría de la Policía Nacional de Terrassa, el lunes por la mañana: 11 de noviembre. 

A partir de ahí, y antes de saber lo que declaró la dueña de la pensión –nos falta la parte del acta del juicio oral que recoge su testimonio–, podemos establecer lo siguiente: Entre la pensión en la que se hospedó Ahmed y Salou, donde se cometió el robo con tirón, hay 118 kilómetros de distancia y la guía Campsa, a día de hoy, calcula que la ruta más corta llevaría 1 hora y 14 minutos [en coche]. 

Esta semana veremos aquí qué fue lo  que hizo a la policía pensar que esos dos marroquíes podían ser los autores de la ola de violaciones que golpeaba Cataluña desde hacía ya más de un mes. Pero podemos ir adelantando trabajo.  Ustedes dirán, pero a mí  me parece que una pregunta clave, a partir de estos hechos, es: ¿a qué hora entró Ahmed y cuándo fue visto por última vez en dicha pensión por los huéspedes y, sobre todo, por la misma dueña que lo recibió, le cobró un mes por adelantado y le preparó la cama?. […]

Una pregunta sencilla con una respuesta concreta: algo al alcance de “cualquier español con reloj”.

Profanas confesiones de domingo

La imposibilidad, la impotencia para poner en común nuestros deseos es la verdadera medida de nuestro aislamiento.

Hace dos veranos recuperé de un mercadillo de libros uno de los últimos de Giorgio Agamben: Profanaciones.  Allí, bajo el título “Desear”, se lee esto:

            Desear es lo más simple y humano que existe. ¿Por qué, entonces, nuestros deseos nos resultan inconfesables? ¿Por qué es tan difícil ponerlos en palabras? Tan difícil que terminamos por esconderlos; construimos para ellos una cripta en alguna parte de nosotros, donde permanecen embalsamados, a la espera.   

       No podemos trasladar al lenguaje nuestros deseos porque los hemos imaginado. En realidad la cripta sólo contiene imágenes, como un libro de figuras para niños que todavía no saben leer, como las images d’Epinal de un pueblo analfabeto. El cuerpo de los deseos es una imagen. Lo inconfesable del deseo es la imagen que nos hemos hecho de él.          

              Comunicar a alguien los propios deseos sin las imágenes sería brutal. Comunicarles las propias imágenes sin las los deseos, un aburrimiento (como contar los sueños o los viajes). Pero, en ambos casos, resulta fácil. Comunicar los deseos imaginados y las imágenes deseadas es la tarea más ardua. Por eso la postergamos. Hasta el momento en que comenzamos a comprender que el asunto quedará para siempre sin despachar. Que nosotros mismos somos deseos inconfesados, para siempre prisioneros en la cripta. (pp. 67-68) 

         Como casi todo lo que escribe Agamben, una de las mejores cabezas de Europa, no sé si está de actualidad porque nos es contemporáneo, o porque es una epifanía de la eternidad, y él es sólo el último mensajero.

Excma. Fiscal Jefa de Cataluña

Correspondencias 

Ante la EXCMA FISCALIA DEL TRIBUNAL SUPERIOR DE CATALUÑA (…):

  

“Con el objeto de conocer  la postura de la fiscalía ante este  caso, de si mantiene alguna investigación abierta al respecto,  y de si la nueva ley sobre identificadores de ADN podría modificar en algo dicha postura, o abre [al menos] alguna posibilidad, desearía entrevistarme con la Excma Fiscal Jefe, [Teresa Compte]”.

  En Barcelona, a  7 de noviembre de 2007.

Dos falsos policías (IV)

Aviso al lector:

El título «Dos falsos policías»  debe entenderse como el paraguas que agrupa los diversos casos de la ola de violaciones del otoño de 1991,  aún cuando, como en este caso de Cornellà, los agresores no se presentaran nunca como tales. Este es también el único caso de esta serie (I, II, y III) en el que los asaltantes encuentran a las víctimas en una zona urbana, iluminada y en el que median entre ellos unos primeros minutos sin violencia.

4.-El caso de Cornellà 

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El 7 de noviembre de 1991 era jueves. N, de 14 años y G, de 15, habían salido del casino de Sant Feliu de Llobregat y esperaban en una parada el autobús para volver a su casa de Cornellà, en el área metropolitana de Barcelona. Eran alrededor de las ocho de la tarde cuando se acercó un coche pequeño, de color gris seguramente, claro en todo caso, ocupado por dos hombres, de unos veinte años el copiloto, el conductor de unos cuarenta, que se ofrecieron a llevarlas hasta Cornellà. Ellas aceptaron. El copiloto abrió su puerta y bajó del coche para que, doblado el asiento delantero, se subieran a la parte de atrás. Era un turismo de dos puertas. Nada más subir, los hombres se presentaron diciendo que eran árabes. No consta que añadieran sus nombres. El vehículo, según contó N a la policía, tenía una bandeja cubriendo el maletero; la tapicería era gris con franjas verticales negras y una franja roja, más estrecha, horizontal, que la bordeaba; y tenía tres relojes no horarios en el cuadro y uno horario en la parte baja, junto al cenicero. “¿Cómo os montáis en un coche con las cosas raras que pueden pasar?”, les preguntó el conductor, ya en camino por la carretera de Sant Joan Despí en dirección a Cornellà. Las chicas, sorprendidas, les pidieron repetidamente que las dejaran bajar, a lo que el conductor se negó. “Vamos a esperar a una cuñada suya”, continuó, refiriéndose al copiloto. N iba sentada detrás del conductor, cuya cara veía reflejada en el espejo retrovisor: Tenía los ojos achinados, pequeños, marrones, oscuros y prolongados y con arrugas por la parte de fuera. De unos cuarenta o cuarenta y cinco años, uno setenta de alto, complexión normal, con entradas, llevaba una chaqueta de cuero  marrón y guantes de lana. N oyó que hablaba español con acento cuando se dirigía a ellas, y árabe o similar cuando hablaba con el copiloto. Añadió que le había visto un reloj con pulsera metálica, de plata o acero, dudó. El acompañante le pareció de unos veinte o veinticinco años, algo más alto que el conductor, de complexión normal, aunque puede que algo gordito, y que tenía la cara ancha, con señales como de haber pasado la viruela; el pelo moreno, corto, liso y caído sobre la  frente, los ojos pequeños –“y muy rojos”, se fijó que los tenía—, cejijunto y muy pobladas las cejas; llevaba guantes de cuero y cazadora negra. No le oyó que hablara español, sino en árabe y sólo entre ellos. A la altura del barrio de la Fuensanta el conductor se desvió adentrándose en él.  N y G vivían más adelante, así que pidieron explicaciones. Callejeando, y sin que mediara respuesta, salieron a un descampado: Tomaron un camino lleno de baches por el que se cruzaron con dos vehículos, antes de desembocar en una calzada donde N recordó haber leído en un cartel: “Carretera de Sant Boi”. Las chicas gritaban pidiendo que las dejaran bajar. “Vamos a hacer algo con vosotras”, oyeron que les decían. Lo primero que pensó G fue que les iban a robar. Después de varias vueltas embocaron un camino: El coche avanzaba rozando con las ramas de algunos árboles. La casa junto a la que, entre huertos, se pararon,  no tenía luz. El conductor paró el motor y apagó las luces. Primero les propusieron “realizar el acto sexual”, según declaró G, a lo que ellas se negaron. N pensó inmediatamente que las iban a violar. El conductor hizo como que desistía en sus amenazas, entregó al copiloto la pistola que había sacado, que a N le pareció pequeña y que tenía un silenciador(*), y salió del coche. “Mátalas si quieres”, le dijo. El copiloto, que ya las estaba amenazando con una navaja, intentó golpear a G con una porra de madera que también portaba, pero su amiga logró evitarlo. Llegaron a quitarle la porra. G le golpeó en un ojo con ella y ambas intentaron escaparse. N llegó a poner un pie en el suelo, pero el conductor, que seguía fuera, le cerró el paso con la puerta. Les pegaron con la porra  y un bate a ambas. N empezó a sangrar por un labio partido. El conductor la sacó del coche. G procuró fijarse todo lo que pudo en los autores y anotar la matrícula: B-7661-FW. Para ella, el hombre de más edad, el conductor, tendría unos cuarenta años; de altura y complexión normales, aunque algo obeso, tenía el pelo negro, aspecto agitanado y vestía una cazadora de piel marrón. El más joven le pareció que tendría unos veinticinco años, y de no mucha estatura, sin poder precisar más: tenía aspecto gitano, el pelo negro y liso, señales en la cara y llevaba una chaqueta de piel marrón también. Éste fue, el copiloto, el que se quedó con ella dentro del coche. La violó vaginalmente. A N, fuera, apoyada contra el coche, y con algo, seguramente su propio jersey, puesto en la cabeza, el conductor intentó penetrarla vaginalmente. N declaró que creía que no lo había conseguido, pero que tampoco podía asegurarlo porque los golpes en la cabeza la habían dejado medio inconsciente y que recordaba lo ocurrido a trozos. Cuando volvió en sí, se vio ensangrentada y andando por una carretera. La esposa del automovilista que las recogió las llevó a casa de G y sus padres, al hospital de Bellvitge, donde N llegó con traumatismo craneoencefálico y vómitos, además del corte en el labio superior y una contusión en el pómulo derecho. G tenía contusiones en la tibia derecha, a media altura, así como en el codo y pómulo derechos. A ninguna se le tomaron muestras esa noche. G declaró de madrugada, a partir de las 03:47, según el acta, y al final de su declaración  pidió remarcar: “que dichos individuos les dijeron que eran árabes, aunque cuando hablaban con ellas lo hacían en castellano correctamente, por lo que ignora si cuando hablaban entre ellos era árabe o lo hacían para disimular.”  Al día siguiente, pasada la  una del mediodía, entregó a la policía las bragas, marca Princesa, y los vaqueros Levi’s que llevaba puestos la noche anterior. N declaró el viernes día 8, poco antes de las tres de la tarde. Entregó tres prendas que llevaba la noche de autos: un polo Adidas de color añil y manchado de sangre, unos vaqueros azules, marca Lee, y unas bragas. En la zona vaginal de su braga, sin marca ni talla, había una gran mancha de semen.


(*) No olvidar que Reyes nos contó que era un revólver de plástico al que habían añadido un cañón de hierro.

Ministerio de las tonterías

La anterior Subsecretaria de Justicia, Ana de Miguel, respondió en EL PAÍS, en diciembre de 2005, a una carta al director que María José Henares había enviado días antes. Defendía la omisión del Ministerio  en el tema del indulto solicitado para Tommouhi y Mounib por el Fiscal Jefe de Cataluña, en 1999, y que el Gobierno, ocho años y medio después, sigue sin resolver. Sólo en contadas ocasiones se puede comprobar la bajeza –en sentido técnico—de los  argumentos ministeriales, porque a menudo sus respuestas son formales, burocráticas y calcadas a la anterior. Esta vez, sin embargo, tuvo que hablar,  y más allá de las baladronadas (“concédanos [donde no se sabe muy bien a quién se dirige, pues faltaría el “se” –concédaSEnos—para que fuera impersonal] también conservar la esperanza en nuestro sistema judicial…”), dejó esta frase: 

“Pero subsisten tres condenas donde la prueba practicada es incontestable, acreditan la autoría en la realización de actos de mucha gravedad, referidos a delitos contra la libertad sexual, de los que provocan alarma y rechazo social.”

Que la “prueba practicada es incontestable” es una mentira práctica cuya única verdad residía hasta el momento en que, efectivamente, nadie –salvo Reyes Benítez, pero de eso hace ya once años: el tiempo olvida– se había tomado el trabajo de contestarlas. Más allá de eso es una falsedad insostenible tanto en el plano práctico como en el teórico.  

En la práctica, es tan “incontestable” como la “prueba practicada” de aquella otra víctima que señaló a Tommouhi y Mounib como sus violadores, y que se ratificó el día del juicio afirmando literalmente, como veremos aquí, que “no había tenido nunca ninguna duda”, pero que seis años después el resultado del ADN demostró errónea y obligó al Tribunal Supremo a revocar la condena de ambos marroquíes.

En la teoría, Luigi Ferrajoli lo resume así en su Derecho y razón (Trotta): “es falsa cualquier generalización sobre la fiabilidad de un tipo de prueba o conjunto de pruebas” (p. 135). Y, más aún: “no existe ningún criterio, formulable en vía general y abstracta, para establecer el grado objetivo de probabilidad de una hipótesis respecto de un tipo de prueba” (p. 148).

La ampulosidad del término intenta disimular la pobreza de contenidos concretos. Una miseria realzada luego por la falta de concordancia entre sujeto y predicado, reflejo de la brecha entre causas y consecuencias que atraviesa este caso. Es sólo una letra, pero reveladora. Es la ene. Si leen esta frase con atención y memoria (“Pero subsisten tres condenas donde la prueba practicada es incontestable, acreditan la autoría”) verán que el verbo –“acreditan”—concordaría en todo caso con el sujeto “tres condenas” y no, como parecería lógico, con “la prueba practicada”. Pero la lógica no tiene nada que decir en este proceso alucinado. En realidad, lo único que acreditaría la autoría serían las condenas y no las pruebas, porque nunca las hubo más allá del sagrado convencimiento de las víctimas, esa forma de fetichismo en tiempos de verdugos.

 Faltaría, por último, una conjunción (“y” o «que», por ejemplo) para que la frase no quedara inconexa y amontonada, pero ése es el tipo de homenajes que rinden las frases falsas a la verdad que ocultan.

Dos falsos policías (III)

3.-El caso de Olesa 

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A las 20,30 horas del martes 5 de noviembre de 1991, M y su amiga E estaban en el taller de la calle Trasera, en Olesa de Montserrat (Barcelona), donde trabajaba su amigo JJ, esperando a que éste engrasara la cadena de la moto de M. El trabajo le llevó menos de media hora. Luego, JJ y  M acompañaron a E a la calle Colón, donde ésta había aparcado su coche. E se fue para Esparraguera, un pueblo cercano, sobre las nueve de la noche. M y JJ se dirigieron al gimnasio de la carretera de Manresa. Estaba cerrado, así que se quedaron charlando con Ma, una prima de M, durante una hora. La prima de M se marchó sobre las diez. JJ y  M, cada uno en su moto, decidieron dar una vuelta por Olesa y comprobar de paso cómo había quedado la cadena recién engrasada. El recorrido empezó por la zona de las Casas Baratas, subieron por Las Planas, bajaron  por el centro de Formación Profesional, giraron a la izquierda y, recto, llegaron hasta Can Vicentó, al final del pueblo. Luego, por la carretera de Calisá, se acercaron hasta los alrededores del Instituto de Bachillerato de Olesa. Aparcaron en un camino que lleva a la vieja fábrica de Can Vila Pou, y se pusieron a hablar. Ella tenía veintiún años, él diecisiete. Sobre las 22,30 pasó de largo, hacia la fábrica, un Peugeot 205, blanco, con un alerón doble a media altura de la luna trasera y matrícula de Barcelona, letras KJ. Enseguida giró a la izquierda y se fue a aparcar junto a un almacén que había más abajo. Al chico, que era mecánico, el ruido le pareció el de un motor diesel, aunque, pensando que se trataba de una pareja de novios, no le prestó mayor atención. Los dos amigos siguieron charlando hasta que dos hombres los sorprendieron abordándolos por la espalda. “Éstos son”, llegaron diciendo, como acusándolos de haber  roto o destrozado algo. Nosotros no hemos hecho nada, comentó JJ: uno de los individuos le golpeó en la cabeza y el cuerpo con uno de los  palos de madera, largos y muy gruesos, que traían.  M les pidió que se identificasen. Ellos insistieron en que eran “policías o guardias jurado”, dudó M al declarar. Uno de los individuos llevaba la voz cantante, y el otro obedecía. Les dijeron que les tenían que acompañar porque se había cometido un robo en un almacén agrícola cercano y querían comprobar algunas cosas. Los dos jóvenes, que no se creyeron que fueran policías, se resistieron. JJ estaba sangrando y M le pidió al que llevaba la iniciativa que llamara a un médico si de verdad eran policías, lo que al parecer “puso nervioso” al agresor, que empezó a insultarla. El “mandado” obligó a JJ a ponerse en marcha camino de la nave, mientras el otro vigilaba, amenazante, que M acabara de ponerle los candados a las motos. Acabaron llevándoselos a palos y empujones por caminos de campo hasta la caseta. El que obedecía se mordía el cuello del jersey –de cuello alto y color “crudo o blanco”, según M— al hablar, como para que no se le viera la cara. Los asaltantes, que mantuvieron una pequeña discusión antes de entrar a la caseta, hablaban árabe entre ellos, según los chicos. El “más activo” le pidió a M las llaves de su moto: fue a recogerla y la aparcó dentro de la nave.  El “Jefe” era grueso, con entradas, tenía el pelo corto, la cara redonda, los labios grandes y la barriga prominente, y mediría un metro sesenta y cinco de estatura. Vestía pantalón gris de tergal, camisa clara y chaqueta marrón oscura. El chico se fijó que calzaba unas zapatillas de estar por casa. El otro, “el que obedecía”, no hablaba español: “utilizaba un lenguaje árabe”, era gordo, más moreno que el primero, tenía el pelo negro y la cabeza más redonda, aunque las “características generales eran similares al primero”, dijo la chica. El que mandaba hablaba con ellos en castellano, pero con dificultades. Al menos dos de los golpes le cayeron a JJ en la cabeza, lo que le dejó aturdido durante un rato y le provocó dos cortes de cinco y un centímetro. Antes de entrar a la nave, JJ pudo ver la silueta y el aspecto que tenían, pero, a pesar de que dijo recordar(*) que había luz suficiente, explicó que entre que lo deslumbraban con la linterna y los nervios, no pudo ver bien la cara de los asaltantes. La “nave” era una hilera de pequeñas casetas sin enlucir unidas por un mismo techo de uralita y acuñada(**) : era más alto el muro trasero que el de la fachada. Una vez en el interior, el mandado ató a JJ con las cuerdas de una carretilla que había dentro. Primero le ató las manos. Una vez en el suelo, le ató los pies. Las cuerdas lo amarraban a su vez al bastidor de la carretilla. JJ estaba “atontado”.  El Jefe registró a M y le quitó las cuatro mil pesetas que llevaba. “El subordinado” le ató a ella también las manos a la espalda. Colocaron una manta en el suelo. El que mandaba obligó a la chica a tenderse sobre ella y a quitarse la cazadora, el pantalón y las bragas. La resistencia que opuso M, el agresor la venció apaleándola en la barriga. El otro, cumpliendo órdenes, esperaba vigilante fuera de la nave, por si acaso se acercaba alguien. Utilizaban la linterna para deslumbrar y controlar a la chica y a su amigo dentro de la caseta, aunque al parecer también la utilizaron fuera. Cuando terminó el que estaba dentro, se turnaron. Los dos eyacularon dentro del cuerpo de la chica. JJ presenció las violaciones. Habían empleado una violencia brutal. El informe médico recoge que M presentaba numerosas marcas amoratadas en los pechos, en las muñecas, junto a la columna. En la parte de atrás del muslo derecho tenía un cardenal de 15×4 centímetros. En el pie tenía (***) además dos cicatrices, aunque antiguas, de un accidente de tráfico que había sufrido unos meses antes. Los agresores recogieron parte del dinero que se les había caído al suelo, desataron a la chica, le ayudaron, con la linterna que llevaban, a buscar las llaves de su moto, y se marcharon. Una vez solos, la chica, con una navaja llavero, desató a su amigo. Se subieron juntos a la moto de M y fueron a buscar la de JJ. La encontraron tirada en un huerto cercano. Subidos cada uno en la suya, se marcharon. En la huída, JJ tuvo un pequeño accidente, aunque sin graves consecuencias. Llegaron a casa alrededor de la medianoche. Antes de ir al hospital, M se duchó y se cambió de ropa.  

Fuentes: Estoy en plena mudanza, así que hasta la semana que viene no podré enlazar aquí los documentos en los que se basa este relato.


(*) Mejor: “dijo recordar”

(**) Mejor “forma de cuña”

(***) Añadir : “también”; [mejor aún: «además»]

Ja sóc aquí

Nada más aterrizar,  un amigo me avisa de que no podré coger el tren hasta la estación de Francia. El chófer del aerobus, preguntado por un destino, responde que sí, aunque añade, como curándose en salud, que por lo menos una hora. Tres euros noventa. A través de la emisora de radio frecuencia del bus se oyen las instrucciones de la central, distribuyendo el tráfico. Las colas en las paradas del centro, dirección aeropuerto, son soviéticas. Dieciocho grados. Estoy, por fin, en Barcelona.

Me quedo cuatro meses.  El centro de gravedad será la mitad de un pisito alquilado junto a la Ciudadela. En la otra mitad vive una pareja. Justo detrás del Palau de Justicia. A cinco minutos está el bar y la plaza donde detuvieron a Mounib. Al lado siguen viviendo su mujer y sus hijos, en el barrio de Sant Pere. 

La semana que viene hará dieciséis años. No consta que Mounib y Tommouhi se hubieran visto antes de que los reunieran en los Juzgados de Instrucción del Paseo Lluís Companys. Algunos de los amigos y vecinos de Mounib que acudieron al juzgado aquella tarde, han vuelto a Marruecos. Nouredinne  se ha mudado a Almería. Otros siguen en el barrio. El juez que estaba de guardia es ahora magistrado de la Audiencia. El Bar Joanet ha cambiado de dueño.

Debajo del Arco del Triunfo vi por primera vez a Ahmed en la calle. Como para romper el hielo, no se me ocurrió otra estupidez que preguntarle si recordaba ese edificio afrancesado, con escaleras de mármol en la entrada, de la Audiencia. “Sí, ahí es donde me machacaron”, contestó. 

 Las visitas anteriores solían ser en primavera o verano.  Y breves. Barcelona era una ciudad sin sujetador. Ahora va en serio, abrochada. Yo también. Llega la hora de tocar a las puertas, de visitar a los protagonistas, de rebuscar en los archivos, de pedir entrevistas, de llamar a las víctimas. “Campo abierto para mis botas”. Cuatro meses no son nada.

Dos falsos policías (II)

2.- Caso Terrassa (*)

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La madrugada del domingo 3 de noviembre de 1991, Y y su novio M estaban dentro del coche de él, un SEAT 131, aparcados junto a un almacén de butano que hay entre la carretera de Matadepera y el Polígono Norte de Terrassa, en la provincia de Barcelona. Eran entre las dos y las tres de la madrugada cuando aparecieron dos hombres. Tendrían unos treinta o treinta y cinco años, según los chicos. Los habían abordado por uno de los laterales del coche, armados uno con una pistola y con una porra de madera, parecida a un bate, el otro. Los asaltantes golpearon los cristales de las puertas diciendo que eran policías y pidiéndoles que abrieran las ventanillas y la documentación. M creyó, en efecto, que se trataba de policías y, bajando un poco su ventanilla, les entregó sus papeles, aunque enseguida uno de ellos le pidió, con tono imperativo, que saliese también del vehículo. A Y la obligaron a bajar por la puerta del copiloto. A M lo pusieron de cara contra su coche, con las manos apoyadas en el mismo. Quisieron atárselas a la espalda y vendarle los ojos, pero él, convencido ya de que en verdad no eran policías, se resistió. El de la porra le golpeó en la cabeza, en un costado y en el pecho. Mientras, el otro encañonaba a su novia: al notar la pistola en la sien, Y la sintió metálica: y pensó que era de verdad. M cayó sangrando al suelo. Su novia declaró que creía que los agresores pensaron que “se lo habían cargado”. Quizá por eso, aprovechándose de la confusión, M pudo escapar corriendo en dirección al Polígono Norte. Le quedó la impresión de que ambos medían uno setenta de altura y eran de complexión fuerte; que el de la porra hablaba en un idioma extranjero, al parecer árabe, y que el otro, el que empuñaba la pistola, hablaba español, aunque con acento árabe. Este segundo, al que recordaba vistiendo una cazadora azul, fue el que le robó la cartera de piel, con el carné y el carné de conducir militares y cinco mil pesetas; antes le habían quitado el reloj de pulsera, analógico, con la correa de piel marrón y la corona dorada, marca Festina, que llevaba. La oscuridad del lugar no le permitió mayores precisiones. La chica se había quedado sola con los asaltantes. Le taparon los ojos y la subieron a una furgoneta que había cerca. Una Mercedes Benz, dijo Y que le había parecido, y entrevió que era de un color azul metalizado. La puerta lateral, por donde la obligaron a subir a ella, era corredera. Una vez dentro la taparon con una manta y arrancaron. La furgoneta estuvo dando vueltas una media hora apestosa: en el cajón de carga donde iba ella se respiraba un intenso olor como de oveja, según le dijo días después a un guardia civil (**). La soltaron junto a la Avenida del Vallés, a la altura del Club Penedés. Antes le habían amenazado con matarla cuando la vieran por la calle si contaba algo a la policía. El de la pistola, de complexión fuerte y unos treinta y cinco años, de raza árabe y uno setenta de estatura, según ella, hablaba perfectamente castellano. El otro, el de la porra, también le pareció árabe, de unos treinta años y, aunque de complexión más delgada, era un poquito más alto: uno setenta y tres mediría; con ella hablaba castellano con dificultades y árabe con su cómplice. Unos jóvenes que circulaban por la Avenida del Vallés, a los que Y les contó lo sucedido, la recogieron y la llevaron hasta el lugar de los hechos. La policía, alertada por su novio, había llegado antes, y había  también una ambulancia que la trasladó a la Mutua de Terrassa. Y no necesitó atención médica. En Urgencias se reencontró con su novio, que tenía contusiones en la cabeza, el costado derecho y el pecho, según el parte médico. M tenía diecinueve años; su prometida (***) Y, diecisiete recién cumplidos. Los dos vivían en Terrassa. A  ella le habían robado un anillo de oro con una esmeralda y nueve circonitas, grabados con las iniciales de su nombre y sus dos apellidos y la fecha 14-02 de 1988 ó 1989, no recordaba, y setecientas pesetas en metálico. El catorce de febrero es el día de San Valentín.

Continuará. 

Fuentes: en breve estarán disponibles aquí mismo. 


(*) Antes, la noche del 31 de Octubre, habían ocurrido otros 3 hechos . El relato está todavía incompleto. Hay también otro hecho en Tordera (Girona), ocurrido o este mismo domingo o la madrugada  anterior al de Terrassa.

(**) Reyes Benítez, al que había conocido, poco después de que la violaran, en el cuartel de Manresa/Ole[s]a/Martorell?.

(***) Volver a comprobar que, efectivamente, fue ella quien habló de su “prometido” en alguna de la declaración.

Wanted: El Otro

Caso de Gavà.

E: 

El otro le pareció más joven, delgado y de una estatura similar (…). Este último tenía los ojos saltones y oscuros, la tez morena.

Caso de Terrassa.

M:

Le quedó la impresión de que ambos medían uno setenta de altura y eran de complexión fuerte.

Y: 

El otro, el de la porra, también le pareció árabe, de unos treinta años y, aunque de complexión más delgada, era un poquito más alto: uno setenta y tres mediría.

Caso de Olesa.

M:

El otro, “el que obedecía”, no hablaba español: “utilizaba un lenguaje árabe”, era gordo, más moreno que el primero, tenía el pelo negro y la cabeza más redonda.

Caso de Cornellà:

N:

El acompañante le pareció de unos veinte o veinticinco años, algo más alto que el conductor, de complexión normal, aunque puede que algo gordito, y que tenía la cara ancha, con señales como de haber pasado la viruela; el pelo moreno, corto, liso y caído sobre la  frente, los ojos pequeños –“y muy rojos”, se fijó que los tenía—, cejijunto y muy pobladas las cejas.

G:

El más joven le pareció que tendría unos veinticinco años, y de no mucha estatura, sin poder precisar más: tenía aspecto gitano, el pelo negro y liso, y con señales en la cara.

Caso de Tarragona:

S.

Del otro sólo dijo que tenía bigote.

R:

Era, según R., de un metro sesenta y cinco de altura, de unos cuarenta años, con el vientre saliente,  pelo negro, ojos oscuros y redondeada la cara.

O:

Para ella, ambos eran de uno sesenta aproximadamente de altos, con voz ronca, pelo corto, oscuro, complexión fuerte, de entre treinta y treinta y cinco años, (…). Uno de ellos tenía las faces de la cara muy resaltadas.

Kafka, por Martín Elfman

Kafka 400

“Su lenguaje es claro y sencillo como la lengua cotidiana, aunque exquisitamente pulcro y neutral. (…) Su prosa no parece revestir ninguna peculiaridad; no tiene, por sí misma, ningún rasgo seductor ni embriagador;  al contrario, está al servicio de la pura comunicación, y su única característica es que, si se analiza atentamente, se verá siempre que lo que comunica no se podría de decir de manera más sencilla, más clara, más breve.  Lo único que atrae y seduce al lector en la obra de Kafka es la verdad misma, y con su perfección sin estilo –todo estilo distrae de la verdad por su propio atractivo–, Kafka consiguió hacer su obra tan increíblemente seductora que sus historias atrapan al lector aunque en principio no entienda la verdad que contienen”. 

Arendt, Hannah. “Franz Kafka, revalorado”, en  Novelas, Kafka,  Franz Galaxia Gutenberg: pp. 174-175.

Por el monte las sardinas

El origen de este libro yo lo situaría en el párrafo de la entrevista de Juan Cruz al ex ministro López Aguilar que empecé a analizar aquí el otro día. Si me apuran, en esta frase:

antologia diminuta

Tres sintagmas que resumen nuestra época y que reflejan, a su manera,  la explicación no tanto de porqué o cómo ha podido ocurrir algo así, como de “qué hay en lo ocurrido que no se parece” a nada de lo ocurrido [anteriormente].

Tres sintagmas, en esta diminuta antología de bolsillo: 1.-“El gobierno ha decidido”;  2.-“Un mensaje asumible”;  y 3.-“Indultar a una persona condenada por violación”.

Empiezo por el último. Estas tres notas que podríamos agrupar como Instrucciones para deconstruir un rebozado:

1.-  “En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. […] Por tanto, el lenguaje político está plagado de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras. […] 

El estilo inflado es en sí mismo un tipo de eufemismo. […] El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que suelta tinta para ocultarse.”

Orwell, Geroge: “La política y el idioma inglés”, en Letras Libres, junio 2004. 

2.- “Esta frase de Rajoy: «No puede hablarse de marea negra, sino de una situación compleja por la proliferación de manchas localizadas» merece un puesto de honor en lo que Arcadi Espada llama «eufemismos», dentro de la función «ansiolítica» de la prensa, y en la que él habría subrayado sobre todo «situación compleja», como una especie de rebozado en huevo y pan rallado para hacer más tragadera la croqueta.” 

Sánchez Ferlosio, Rafael, “Naufragios democráticos”, en ABC, 23-12-2002. 

3.- En la expresión “indultar a una persona condenada por violación” me parece que es la mala conciencia la que estira, inconscientemente, la distancia entre indultar y violación sin poder llegar a decir que sea un “violador” –todo lo más “persona condenada por violación”—pero pretendiendo al menos disimular la duda que le amarga en la boca: que en verdad no lo sea.

Estiramientos que sólo son factibles a condición de que se trate, no de la frase de un hombre, «ese animal capaz de hacer promesas», ¡y mantenerlas!, sino de una raba de calamar congelado: doradita como un rebozado andaluz,  pero intragable cuando se enfría. 

Continuará.

Del interés general del caso particular

Más allá de este caso en particular, la errónea identificación por parte de algunas víctimas y testigos oculares configura un problema grave de interés general, ]sobre todo] para los procedimientos penales por delitos graves como violación o asesinato. En España este problema no existe porque las estadísticas no lo recogen,  pero sólo relacionados con nuestro caso, además de Tommouhi y Mounib, hubo al menos otros tres inocentes que pasaron por la cárcel. En estos poco más de dos años que llevo investigando, los periódicos han dado noticias de otros casos muy parecidos

En EE UU, sin embargo, su importancia es innegable. Project Innocent ha demostrado a día de hoy la inocencia de 208  personas encarceladas o ejecutadas desde 1992: Más del 75% de los errores se habían producido por una mala identificación de las víctimas. Y el FBI ha retirado en los últimos años cargos contra 2.000 personas porque el ADN desmentía los “reconocimientos” de los testigos. Dos mil personas que difícilmente podrían haber escapado a una condena injusta.  Así, hay estados norteamericanos que recogen ya, en los protocolos de actuación de la policía, las precauciones resaltadas por las investigaciones de la psicología del testimonio sobre las ruedas de identificación.