LLevo tres semanas sin avanzar una línea del libro. Después de lo que publiqué aquí hace un mes (Haciendo pie), apenas si esbocé, con trazo voluntarioso pero sin convencimiento, una crónica sobre la primera visita a Ahmed Tommouhi en la cárcel, en junio de 2006. La he releído semanas después y solo se aguantan las citas del señor Tommouhi. El resto es eso: voluntad de pedalear, aunque sea sin cadena.
La razón me resulta familiar y aunque con cierto rubor, porque sé que a estas alturas esto es como descubrir el mediterráneo, intentaré fijarla aquí. Cuando la tesina –no he escrito nada más– me pasó más o menos lo mismo: me lancé a escribir sin red, esto es, sin esquema ni índice ni capítulos bien definidos. Todo, creía yo, lo tengo en la cabeza. Pero la cabeza ella sola se defiende, y contra el aliento que le falta, le sobran todas las preguntas: éste que diga lo que quiera, que yo lo que quiero es que se estrelle ya y que me deje, pareciera que diga (sin decirlo). El resultado es que llegas a tener perfectamente claro lo que luego, una vez escrito, no hay quien lo entienda ni sostenga.
La primera (Hechos Probados) estaba ya muy trabajada y bien ahormada, y la tercera (Hechos Nuevos) es demasiado evidente como para que pueda ser otra cosa: pero es en esta segunda parte (Deshechos) donde está verdaderamente la historia y el proceso de este libro. Y esta segunda me empeñé en escribirla a partir de la estructura que tenía ya hace un año en mente, sin que el roce ni el tiempo la hubieran modificado. Las estructuras que no son cajas vacías, sin embargo, hay que ponerlas a andar por la calle y con lo que en la calle pasa deben conformarse.
Una estructura que era un montaje en el obsesivo sentido que ya expliqué aquí (un ensamblado de documentos, citas y recortes). Ahora no se diluirá del todo, ni mucho menos, pero deberá ajustarse a lo que la claridad y la exposición aconsejen. Todo esto ya lo sabía muy bien un colega, hombre práctico, que la noche que llegué a su casa como quien ha vivido una revelación, me cortó en seco:
–Iván, lo que voy a hacer es un montaje de citas, documentos, cartas, informes. (…)
–Bueno, vale, utilízalo cuando te venga bien, pero no te encierres con eso, porque habrá veces que tendrás que explicar tú las cosas.
Así que, algo jodido (¿Por qué soy tan cabezón, señor?), dejo la ultravanguardia y me agarro a lo clásico, que son, para empezar, estos capítulos: Cortar y pegar; Tres en uno; «No he tenido nunca niguna duda»; Terrassa; Gavà; García Carbonell; Cornellà; Esparraguera ; Segunda investigación; Olesa (hidrocele y Tordera: dos moros «que vestían en plan gitano»); Los abogados; Tarragona.