La fe privada en un mundo sin notarios

Definitivamente, el bosquejo sobre la desaparición del público, ha desaparecido. Las tres primeras notas que ya publiqué aquí. La cuarta, sin embargo, ha encontrado su lugar natural en el texto, y estas páginas de la quinta, más que a la papelera, irán al reciclado. Un día podrían servir para encender el fuego.

***

5.- (Los notarios) El XX de Octubre de 2006, en el programa Els Matins de TV3, entró en directo un preso que había compartido sombra con Tommouhi en Can Brians, Joaquín Rey. Por teléfono, explicó que años antes también había conocido a García Carbonell en la cárcel de Quatre Camins, que éste le había confesado ser el autor de las violaciones de 1991 por las que estaba pagando Ahmed Tommouhi y que él -Rey– lo había denunciado ante el juez de vigilancia penitenciaria. La importancia de la revelación no impidió, de acuerdo a los cánones televisivos españoles, que la información quedara disuelta en una nube imprecisa de fechas, juzgados y (sin)razones de última hora. ¿Por qué nunca se lo había comentado al propio Tommouhi, cuando se veían en la cárcel, para que este lo pusiera en conocimiento de los abogados, y sí lo hacía ahora por televisión? Una sencilla pregunta que nadie planteó, seguramente porque cuestionaba la propia puesta en escena. Días después llamé a Rey por teléfono y su número de móvil ya no existía, y según me comentaron, había puesto precio a su exclusiva. Todo esto no desmiente que esa denuncia se haya presentado efectivamente, sólo digo que yo no lo he podido confirmar. Pero no es eso lo que interesa ahora. Cuando Tommouhi y Claret se encontraron en la Audiencia, el ex abogado explicó al periodista que esa declaración podía constituir un hecho nuevo suficientemente relevante como para instar un nuevo recurso de revisión, aunque convendría registrarla ante notario. Si al periodista, Jordi Panyella, no se le ocurrió incluir la pregunta «¿y a qué espera usted, en tanto que abogado defensor, para iniciar los trámites?» en su crónica, quizá fuera porque le faltaron reflejos, pero lo que es indiscutible es que su inclusión habría acabado con la ficción inocente-y-abogado-buscando-pruebas que da por hecho esa noticia falsa. Es decir, habría echado abajo la representación. Meses después, Ahmed Tommouhi, paseando por Barcelona y recordando todo aquello, lanzó la pregunta que me interesa ahora: «¿para qué hace falta un notario, si lo dijo en la televisión, delante de todo el mundo?» Contra lo que pueda parecer, no es sólo la pregunta de quien no entiende los formalismos legales. Es más radical que todo esto: es una pregunta pre-espectacular, pero que no por eso, o precisamente por eso, deja de ser inquietante. Un notario puede dar fe pública, entre otras cosas, de que una declaración se ha producido, precisamente porque el público ha delegado en él su función como garante de que algo ha ocurrido. Por eso, un notario no puede, por definición, garantizar nada que no sea públicamente controlable. No puede, por ejemplo, garantizar la profunda convicción que mueve a alguien a dictar un testamento y que podría llegar a invalidar sus consecuencias: simplemente puede garantizar el dictado. Algo de eso había también en el mandato del periodismo, y por eso hay quien ha visto en él a un notario de la realidad*. La pregunta de Tommouhi se sostiene sobre la convicción de que la verdad es una, y que es la mentira la que tiene mil caras, algo que cualquier contemporáneo de Montaigne seguramente compartía. En último término, Tommouhi cree que el público puede ser también testigo, notario de lo que se le cuenta. La progresiva inversión de esa premisa, en la que la verdad depende del cristal con que se mire y en consecuencia puede empaquetarse a gusto del consumidor, esa privatización, destruye al mismo tiempo la posibilidad de que los diversos intermediarios, notarios y periodistas, entre ellos, pero también políticos, alcancen a decir nada verdadero del mundo del que hablan, más allá de la provinciana defensa de sus intereses, nada que no sea lograr agrandar la parte del «público objetivo» –así lo llaman– que se identifica con su particular visión de la nada. Esa inversión supone en último término la irrelevancia del público. La desaparición del público como espejo del mundo supone a la vez la destrucción de la idea de mundo como lugar común entre víctimas y verdugos, jueces y condenados, periodistas y lectores, políticos y electores: esto es, un lugar en el que se puedan hacer preguntas. El círculo de esa destrucción se cuadra con la imagen de un político, Artur Mas, registrando ante notario sus promesas electorales durante la última campaña catalana, para salir por la tele.

*Arcadi Espada.

2 Respuestas a “La fe privada en un mundo sin notarios

  1. Notario de la realidad también lo decía José María García. Yo cada vez veo al periodismo como un publicista de la realidad, un director de tráilers. Un periódico es el tráiler, la cartelera de la realidad.

  2. una idea acertada la de suprimir algunos pecios. Bueno, a mi me lo parece. Con respecto al post anterior, no sé, no sé, el problema es ese tono ceremonial, solemne, didáctico… puedes ser más leve. Sin masticar tanto.

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