Una de la cárcel

Me gusta cómo el señor Tommouhi narra algunas historias. Por supuesto, en el libro sólo aparecerán las que yo haya podido comprobar por otros medios. Pero como hoy es domingo y, muerto dios, los domingos todo está permitido, tómense, si pueden, esta historia sin contrastrar como un pequeño cuento. 

Andábamos por el paseo del Born, y le nombré que la iglesia que teníamos delante era Santa María del Mar. Levantó la cabeza, la miró cerrando un ojo, y  al bajarla se acordó de «ésa que tiene las torres muy altas, sagreda o algo así». ¿La Sagrada Familia?: «Éeeeeeesa». Y empezó así:

Un día comí cerca. Me encontré a uno que había conocido cuando estaba dentro*. Por ahí un poco más arriba. Uno que tenía el pelo largo, despeinado y de punta. No estaba normal-normal. Hombre, qué alegría, me abrazó, todo. Vamos a tomar un café. Vamos, le dije. Tomamos café. Y cuando fue a pagar, le veo que no tiene dinero, que va a pagar con tarjeta. “Tranquilo, hombre, pago yo ”, le dije. Pagué. ¡Que yo no estoy nervioso!, me dice. Bueno, tranquilo. Ahora vamos a ir a comer a un sitio que te voy a llevar yo. No, de verdad, Jordi, se llamaba, de verdad, estoy cansado, quiero irme a casa, tranquilo. Que no, que vamos a ir a comer juntos, que te invito yo, que es un restaurante que no ponen jalufo**, que ponen pescado. De verdad, Jordi. Que tú hoy vienes a comer conmigo. Bueno. Vamos. Vamos a un cajero, mete la tarjeta, porque tiene una pensión, no estaba muy bien, y le dan 500 euros. Sacó dinero y fuimos a comer.

–Y a éste, ¿cómo lo conociste?, pregunté yo. Y él siguió:

En la Modelo. Estaba en una celda con un senegalés, otro marroquí y yo. Una noche, como a las once, vinieron los guardias: vamos a meter aquí a un chico, para que esté tranquilo, con ustedes. Bueno, vale. Llegó, se subió a su cama y se acostó. Se tapó la cabeza con la sábana. Y lloraba. Bueno. Todos los días, bajaba a comer, comía poco, se subía a la cama, se tapaba,  y lloraba. Un día y otro, un día y otro. Hasta que un día le dije: «Chaval, deja ya de llorar, hombre. Que aquí estamos todos  igual. Si lloras tú, vamos a llorar nosotros también, y todos nos vamos a poner peor. Estamos todos en el mismo barco». Luego, en el patio, se acercó y me habló. Bueno, que lloraba, me dice, porque quiero escribirle a mis hermanas y no tengo sobres, ni sellos, ni nada. Tenía una hermana en Inglaterra y otra en Italia, decía.  Bueno, toma sobre, toma sellos, todo. Paseamos. Pero tranquilo. No hay que llorar. No pasa nada. Ya no lloraba. Un día le preguntaron que por qué estaba allí: y a ti qué te importa, le dijo él. Ya me interrogaron bastante en la comisaría. Nosotros, nos mirábamos. Bueno. Yo callado. Un día me pedía dinero para la máquina de coca-cola. Toma. Para un café. Toma. Otro día venía: déjame cinco duros. Yo, toma. En el patio paseábamos. Luego un día vino y me lo contó todo: lloraba porque no sé cómo, pero un día maté a mi mujer, me dijo. Tenía una niña de diez o dieciséis meses, no me acuerdo. Tenía trabajo, su coche, todo. Pero me dijo: dicen que la maté.

*Dentro de la cárcel.

**Cerdo.

Una respuesta a “Una de la cárcel

  1. Parece muy difícil, casi inabordable entender la complejidad de la mente humana. Me da la impresión de que esta experiencia tuya puede ser muy enriquecedora a muchos niveles.

    Mucha suerte con todo! Un besazo desde Pittsburgh

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s