Una pistola (verdaderamente) humeante

El teléfono sonó a las 22:22. Dijo su nombre y apellidos, con acento andaluz, pero con un acento viajado, nada racial,  y preguntó:

–«¿Que en qué puedo ayudarle?».

Yo lo había llamado muchas veces, y ayer por fin dejé un mensaje en el contestador. El cielo abierto. Me hablaba el tercer hombre: el tercer guardia civil que participó en la recuperación del Renault-5, el 2 de diciembre de 1991. El coche que, curiosamente, siguió su itinerario criminal después de que los dos marroquíes hubieran ingresado en prisión, acusados de haber cometido varios robos y violaciones en 1991, según la policía y la guardia civil, al volante de ese Renault 5. No sé si me explico.

El tercer hombre al teléfono. La voz campechana, de esas que te están diciendo: pues, mire usté por dónde, y ya no se paran. Así que le conté por qué lo llamaba y que me podía ayudar,  sobre todo, acordándose y contándomelo. Lo que pasó aquel día. Y me lo contó, con tó su arte. Así.

–Pues mire ustééé, yo me encontraba enfermo, pero como era el año que venían los juegos, y no había personal, pues me tuve que dar de alta. Y me puse a trabajar.

Era a finales de 1991. Los juegos, son los Olímpicos de Barcelona 92

–Yo me encontraba enfermo. Tenía una cardiopatía crónica. Enfermo del corazón. Pero bueno, allí estaba: en un apostadero que habíamos montado enfrente del coche.  Y yo lo ví llegar, al moro. Venía de la estación de renfe de Mollet [del Vallès], la estación de Santa Rosa. Venía solo, mirando para todas partes. Yo lo seguí con la vista. Hasta que se acercó al Renault 5, al que nosotros previamente le habíamos aflojado dos ruedas. Yo salí del 124. Él abrió la puerta y se agachó a buscar los cables del arranque, como para hacer un puente, sin llegar a sentarse. Yo me precipité o lo que fuera. Y le dí el alto. Y el tío echó a correr calle abajo, dirección Mollet. Y yo qué iba a hacer, si estaba enfermo del corazón y no podía correr. Pues déjalo correr. Y disparé al aire. Los dos tiros los pegué al aire, porque así nos lo enseñaron: si no hay peligro para nosotros, es mejor que el tío se escape. Al aire, nunca al suelo: porque puede rebotar, y la metralla entra por todas partes, por la ventanas, por tos sitios. Así nos los enseñaban en la academia. Y así fue. Se escapó.

Luego, don Juan, que así se llama nuestro hombre, me contó también que pronto tuvo que dejarlo definitivamente. «Yo estaba cada día peor, al final ya no me entraba ni el traje: estaba muy hinchado».  Y los últimos minutos, yo no podía colgar, y él tampoco parecía querer:

–Aquí estoy más bien que ná. Aquí ya ve, a 22 grados que llegaron los reyes. Y no sudaron ná los reyes magos. Hasta los camellos se quejaban. Allí llegó un momento en que ingresé en el hospital, y me dijeron que no estaba bien.  Cataluña no me sentaba bien.  En Cataluña me daban siete años de vida. Y en Andalucía diez. Así que me vine para acá, y aquí estoy, más bien que tó. He estado tres veces muerto, eso sí, pero al final me operé, hace tres años, y desde entonces estoy estupendamente, la verdad. Ahora ya sólo espero a que llegue el AVE a Almería, que decían que iba a llegar antes de los Juegos [del Mediterráneo, verano de 2005], y vamos para tres años y no ha llegao. Estoy esperando al AVE a ver si me atropella, porque si no a mí no hay forma de matarme.

Por supuesto, no le dije que, finalmente, a día de hoy, nadie ha demostrado todavía que aquel que salió huyendo, frente a la estación de Mollet del Vallès, fuera «moro».

3 Respuestas a “Una pistola (verdaderamente) humeante

  1. caso cerrado: la culpa del naufragio fue de los Juegos Olimpicos.

  2. ¡Buen trabajo, Braulio Holmes!
    Si tenían montado un apostadero frente al R-5 sería porque sabían que era, o podía ser, el coche utilizado en varias de las agresiones. Pero, si ya habían detenido a los dos culpables y habían sido reconocidos por las víctimas ¿por qué seguían vigilando el coche? Sólo eran dos los violadores, no podían estar buscando a un tercero. Porque resulta extraño creer que montasen el apostadero sólo por la denuncia de Mollet. Supongo que para una vigilancia de ese tipo se utilizará, como mínimo, a dos personas que pueden pasar horas esperando y si estaban tan faltos de personal como para que se tuviera que dar de alta médica un guardia civil, enfermo del corazón, que no podía ni correr, ¿los dedicarían a una denuncia por el robo de un bolso?
    En cualquiera de los casos, fuera por lo del robo, por las agresiones sexuales o por el conjunto de las denuncias, ésta y la mayoría de las actuaciones policiales fueron una auténtica chapuza.
    El día 11 de noviembre se habían reunido representantes de varias comandancias de la Guardia Civil para contrastar información y coordinar sus actuaciones ante las numerosas denuncias. El coche fue localizado el día 2 de diciembre. No veo la fecha en la relación de casos, el atestado es del 91 pero ese folio puede ser posterior, en todo caso, después de la reunión de la Guardia Civil. No parece que les sirviera para coordinar muy bien sus actuaciones si no fueron capaces de relacionar el coche con los otros casos.
    Para lo que sí parece que les sirvió es para ponerse las pilas y encontrar a los culpables. Esa misma tarde ya tenían a Tommouhi y, dos días después, a Mounib. Eso es eficacia policial. Bueno, sin querer restarles mérito, también tuvieron un poquito de suerte. Porque que te llegue por “la puerta” del telex la descripción de unos violadores y por la puerta de la calle te llegue la ficha de la pensión donde duerme uno de ellos es tener, como mínimo, un poquito de suerte. Un poco menos tuvieron en la de Mounib, con las cuatro o cinco primeras fotos no acertaron, hubo que sacar algunas más, no muchas, pero, ya tenían al segundo culpable. Si es que la fé mueve montañas…

  3. Este benemérito gato de siete vidas, campechano e intrépido (y achacoso de la víscera del amor), el señor Juan, paradigma de la excelencia policial, tal como lo describes, era un as de la criminología y del guindillismo preolímpico. Dos tiros al aire – por riguroso protocolo de seguridad- y, aun así, el moro se le escapa, pese a haberse precipitado avispadamente (o lo que sea). ¡Estos moros corrían como galgos!

    Tras el – seguro – disparo de salida, en la final atlética de los 10.000 metros, en Barcelona 92, el marroquí Khalid Skah (o como se escriba) ganó la medalla de oro gracias a la «ayudita» que recibió de otro compatriota, un tal Boutayeb (o como se escriba), que se dedicó a fastidiar al que, a la postre, quedaría segundo, un infortunado deportista que moriría sin llegar a la treintena. Además de correr mucho, estos moros de los noventa eran unos traicioneros, ya se sabe.

    Otra vez dos moros, dos putos moros, corriendo, esto es, delinquiendo. Extrañamente, no fueron detenidos: había en el Estadi de Montjuïc, además de polis capaces e incapaces, un enjambre de cámaras de televisión y demasiados espectadores que sí pudieron contemplar, de forma nítida, el rostro de los criminales.

    En las tierras almerienses de nuestro señor Juan, sobre el antiguo reino de taifas, en Purchena, Abén Humeya –el insurrecto, el amigo de los moros- inauguró allá por el siglo XVI unos singulares juegos olímpicos, los juegos moriscos, con competiciones deportivas y artísticas de innegable impronta andalusí. Se recuperaron en los años noventa, mientras algunos moros inocentes se pudrían en la cárcel gracias a la arbitrariedad, el prejuicio y el pasotismo (olímpico). Juan Antonio Samaranch, el de la “ville de Barcelona”, afirmó que los juegos moriscos de Purchena eran el eslabón perdido entre los de la antigüedad y los modernos. Tal vez el señor Juan, un Lucky Luke del oeste (almeriense) , hubiese podido participar, tal vez, pero tenía el corazón lastimado y no estaba ya para muchos trotes: su vuelo de azor era rasante (por su mala vista y su recién estrenada invalidez). En esas tierras, de clima tan beneficioso, es relativamente fácil conseguir una corona de laureles sobre la cabeza. Hace falta, entre otras naderías, no llevar el tricornio calado hasta las cejas …y que nadie te enchirone por capricho o te te meta dos balazos – que iban al aire – por la espalda. Bang, bang, Lucky Luke.

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